La Iglesia es apostólica gracias a su origen, pues ella fue construida sobre el fundamento de los apóstoles (Ef 2,20), esta apostolicidad se ve reflejada en las enseñanzas de la fe, que son las mismas que las de los apóstoles, y en la estructura, que gracias a la sucesión apostólica se conserva, ya que en los obispos la Iglesia sigue siendo instruida, santificada y gobernado en comunión con el sucesor de Pedro, el Papa (CEC, 857).
Algunos se preguntarán qué es la sucesión de los apóstoles, esta sucesión es la transmisión que se da mediante el sacramento del Orden, de la misión y potestad de los Apóstoles a sus sucesores, que son los obispos; y es gracias a esta sucesión que la Iglesia se mantiene en comunión de fe y vida con su origen.
La Iglesia católica es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y vida con sus raíces.
Además, toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es enviada al mundo entero, y así, aunque de diversas maneras, todos los miembros de la Iglesia están llamados en una vocación bautismal, que les envía a la misión evangelizadora desde sus particularidades de vida; para hacer del apostolado una actividad del cuerpo de Cristo que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra.
Al ser Cristo el enviado por el Padre, fuente y culmen de todo apostolado de la Iglesia, es imprescindible una fuerte y vital unión con la persona de Jesús para que exista verdadera fecundidad en el apostolado, tanto de los ministros ordenados como de los laicos.