En verdad es justo darte gracias y exaltar tu nombre,
Padre santo y misericordioso,
por Jesucristo, Señor y Redentor nuestro.Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos
por el sacramento del nuevo nacimiento.Tú has querido que del corazón abierto de tu Hijo
manara para nosotros el don nupcial del Bautismo,
primera Pascua de los creyentes, puerta de nuestra salvación,
inicio de la vida en Cristo, fuente de la humanidad nueva.Del agua y del Espíritu
Prefacio del Bautismo, El bautismo, inicio de la vida.
engendras en el seno de la Iglesia, virgen y madre,
un pueblo de sacerdotes y reyes,
congregado de entre todas las naciones
en la unidad y santidad de tu amor.
El prefacio del Bautismo nos ayuda a comprender la unión entre la espiritualidad propia del Jueves Santo y el acontecimiento salvífico del Bautismo.
El nuevo nacimiento se da por lo expresado en el Evangelio de Juan «Jesús […] después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (13, 1), esto mismo, sucede en el Bautismo, ya que este es un don porque es conferido a los que no aportan nada, como decía san Gregorio Nacianceno.
San Ambrosio simplifica todo el misterio diciendo: «Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En Él eres rescatado, en Él eres salvado».
En la víspera de su Pasión, Cristo, es capaz de decir «este es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía» y luego pronunciar «este cáliz es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía» (1 Co 11, 23-25).
Él se nos entregó a sí mismo y se ofrece como preludio de su Pasión, por eso, cuando llega el momento de su muerte, esta no le arrebata nada, pues Él, ya se había entregado por completo y en libertad. Nosotros necesitamos decir como santa Teresita del Niño Jesús que «sólo lo eterno puede saciar nuestro corazón», que solo Jesucristo es el dueño de nuestro interior.
Al igual el Sacramento del Altar, nos lleva a pensar en el ofrecimiento, por esto se dice: «Oren, hermanos, para que, llevando al altar los gozos y las fatigas de cada día nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso». Esta expresión nos lleva de inmediato a meditar en los acontecimientos de la salvación como algo cotidiano, es decir, la respuesta ante la Pasión (ofrecimiento) del Señor, es darle los frutos y cansancios de la vida.
La misa «in Coena Domini», es decir, de la Cena del Señor, invita a un gesto de humildad y de ofrecimiento a través del lavatorio de los pies, el cual, expone de una manera magistral como el Señor es capaz de ponerse al servicio del Padre para salvar al hombre, ofreciendo su propia vida como rescate, bien podríamos decir que esta es su misión. El Señor al igual en este día instituye el Orden Sacerdotal, y nos da personas que siguen actuando en su persona, para darnos su salvación. Además, nos hace un pueblo de sacerdotes y reyes, por la Santa Unción, que ocurre tanto en el sacramento del Bautismo como en el Orden Sacerdotal.
El Prefacio del Bautismo concluye diciendo en la «santidad de tu amor», y esto mismo lo propone Jesús con el mandamiento del amor que recordamos en el Evangelio. Es un verdadero reto para nosotros vivir en aquella santidad que es propuesta no como ideal, sino como estilo de vida propio del bautizado, de aquel que se ha sumergido en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
El Jueves Santo al igual es un día para orar, para desnudar el interior, para desvelar lo que hay de mistérico y de problemático en la existencia, y si lo deseamos hacer, es necesario que observemos a Jesucristo en la oración del monte de los Olivos, ya que, en ella, descubriremos el misterio interior de Jesús y de su humanidad.
La Pasión del Señor es por tanto fuente del accionar de la Iglesia y torrente de agua que se regala por medio de los sacramentos, por ello, el Jueves Santo, también embarga el sentimiento de recordarnos la importancia de los Sacramentos en la vida del hombre, sin duda, Dios ha tomado la iniciativa de salvarnos, de restaurarnos y de hacernos sus hijos, por tanto, todo bautizado como respuesta a la generosidad del Padre, sólo puede tener una vida entregada y ofrecida a Dios y los hermanos.