Oh, Dios,
Oración inicial del Viernes Santo.
que por la pasión de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
has destruido la muerte,
herencia del antiguo pecado que alcanza a toda la humanidad,
concédenos que, semejantes a Él,
llevemos la imagen del hombre celestial
por la acción santificadora de tu gracia,
así como hemos llevado grabada la imagen del hombre terreno
por exigencia de la naturaleza. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén
El Evangelio de san Juan se puede dividir en dos partes: la primera sobre el ministerio de Jesús (1-12) y la segunda la Hora de Jesús (12-21). Los exegetas aluden que la primera parte tiene signos de la segunda, es una especie de introducción al misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor que se desarrolla sobre todo en la segunda parte de la obra Joánica. A partir de lo anterior, es posible comprender que «Dios ha enviado a su Hijo, para el mundo se salve por Él» (Jn 3, 17), es decir, que la misión de Jesucristo es la Redención, que llega a su máxima expresión en la Crucifixión y Muerte que de manera especial recordamos en la acción litúrgica del Viernes Santo, que se tiene por costumbre realizarse en la hora nona, es decir, a las 3 de la tarde.
La Crucifixión de Jesús que para mucho fue una derrota, en realidad, nos enseña que la esperanza es el cimiento de la nueva vida, ya que, en esta nos libera de la muerte como lo dice la oración inicial de la acción litúrgica del Viernes Santo. Hay un detalle especial en la liturgia, el Sacerdote entra revestido de rojo, color de mártires, y no de morado usado habitualmente en las exequias como señal de luto, por tanto, asistimos no a un funeral, sino a una vida entrega que goza ya de Dios, ya que ha ofrecido todo, hasta su propia vida.
La liturgia de la Pasión del Señor a través de signos nos enseña lo que ella nos quiere revelar. Los sacerdotes entran y se postran rostro en tierra indicando que la Iglesia adora en esta tarde a su Señor crucificado, pero en ellos habita una actitud «de abandono y confianza», este gesto se hace en silencio indicando que el hombre reconoce su nada y se queda literalmente sin palabras ante el misterio sagrado de la Cruz. Este silencio es la experiencia de la contemplación, es un silencio sagrado de adoración para que Dios se comunique mejor con nosotros.
Luego, el Señor nos regala su Palabra en la cual nos muestra a Cristo sufriente y, a la vez, rey y vencedor de la muerte. Después, en la oración universal el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres, pero, de una manera especial, seremos invitados a pedir por la santa Iglesia, por el Papa, por todos los ministros y fieles, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes y por los atribulados, ya que todos caben en el corazón amante del Crucificado. Cristo ha cumplido su misión como mediador y sacerdote, lo mismo hace su pueblo por medio de la oración.
Seguidamente, la comunidad cristiana expresa sus sentimientos de contemplación y adoración de la Cruz como principio de la Pascua por medio de un beso o una venia, ya que la Cruz, se ha convertido verdaderamente en manantial de bienes infinitos: nos ha liberado del pecado, ha despejado nuestras tinieblas, nos ha reconciliado con Dios, de enemigos de Dios nos ha hecho sus familiares, de extranjeros nos ha hecho sus vecinos: esta cruz es la destrucción de la enemistad, el manantial de la paz, el cofre de nuestro tesoro. Y finalmente, somos alimentados con el Cuerpo y la Sangre del Señor, ya que, Cristo alimenta siempre a aquellos a quienes Él mismo ha hecho renacer.
La cruz es signo de esperanza que surge en medio del sufrimiento de la humanidad, porque sabemos que aun en el fondo del dolor se encuentra Dios, que es la fuente del amor y de la vida, y nos concede vivir a semejanza de Él.
La misión del Señor no ha terminado con su muerte. En el silencioso Sábado Santo en el que Dios hecho hombre ha muerto y ha puesto en movimiento a la región de los muertos, Él dice: «despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos» (El descenso del Señor a la región de los muertos. 2da lectura Oficio de lectura del Sábado Santo). Por tanto, el Señor siempre pone en circulación el lugar donde Él está, hasta la cruz es el lugar del movimiento, de la entrega, tanto así, que nos ofrece a María como Madre, y de su costado emana sangre y agua prefiguración de la Eucaristía, banquete donde siempre lo encontramos.