Yo ¿cómo vine al mundo? Condenado;
Dios ¿cómo me libró? Dando su vida;
Yo ¿cómo la perdí? Por un bocado,
Que fue del mundo todo el homicida.
Dios ¿qué me pide a mí? Lo que me ha dado;
Yo ¿qué le pido a él? La eterna vida;
Dios ¿para qué murió? Para librarme:
Yo para qué nací? Para salvarme.
De tierra soy, en tierra he de volverme;
Y a siete pies de tierra reducido,
Y una pobre mortaja en que envolverme,
Tendré del mundo el pago merecido;
No puedo deste paso defenderme,
Ni el César puede, ni el jayán temido;
¡Miseria general!, ¡caso terrible!
Que tengo de morir es infalible.
Allí de los amigos más amados,
Del alma tiernamente más queridos,
Los últimos abrazos regalados
Recibiré con llantos y gemidos
Allí seré el mayor de mis cuidados,
Los deleites y vicios cometidos,
Pues que puedo por ellos no salvarme
Dejar de ver a Dios y condenarme.
Pues ¿cómo de la enmienda y penitencia
Tan descuidado vivo en esta vida?
¿Cómo no limpio y curo la conciencia
Antes que llegue el fin desta partida?
Porque si llega, y falta diligencia,
El dar en el infierno una caída,
Hasta el centro profundo más horrible,
Triste cosa será, pero posible.
Dispuesto con cuidado y prevenido
Conviene estar al tránsito forzoso;
Que si me coge desapercibido,
Tendré el castigo como perezoso;
¡Oh loco, torpe, necio, endurecido,
Falso, liviano, desleal, vicioso!
¿Qué puede ser venir a condenarme
Posible? ¿Y río, y duermo y quiero holgarme?
En este paso mil exclamaciones,
Con lágrimas, sollozos y alaridos,
Harán, sin dar alivio a mis pasiones,
Padres, hermanos, deudos, conocidos.
¡Qué ansias, qué congojas, qué aflicciones
Turbarán mis potencias y sentidos!
¿Esto tengo de ver?, ¿esto es posible?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
Agonizando para dar la vida,
El cuerno flaco con la amarga muerte,
El alma triste teme la partida,
El divorcio preciso y dura suerte;
Amargo cáliz, de mortal bebida,
Que en pena eterna o gloria se convierte,
¿Cómo de la virtud me olvido tanto?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Allí me asombrará la cuenta larga,
Las visiones horrendas infernales,
La memoria terrible, tan amarga,
Del fallo que condena, y otros males.
Pues ¿cómo ¡oh ciego! con tan grande carga
De angustias y tormentos desiguales,
No tiemblo, no me enmiendo, no me espanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
Autor: Fray Pedro de los Reyes (S. XVI).