Para tomar una mala decisión no es necesario experimentar muchos problemas. Tampoco hace falta tener grandes necesidades para hacer algo que pudiera cambiar nuestra vida en tan solo un instante. Solo basta caer en un estado alto de ansiedad para que la construcción de nuestros sueños, sobre los cuales hemos ido edificando nuestra vida, se vengan al suelo sin advertencia alguna.
Todos tenemos ilusiones
Para comenzar a ser feliz solo se necesita empezar a soñar. Cada proyecto, meta y alegría en las cuales vamos consagrando nuestras fuerzas, cargan nuestra vida de una energía capaz de vencer cualquier obstáculo que, al avanzar en el mundo, pareciera que nada nos puede detener. Esta es una de las ideas que Jesús generaba interiormente en las personas que se acercaban a Él y Judas Iscariote no pasó desapercibido a esto.
Judas, junto con los otros once apóstoles, es escogido por Jesús con nombre propio (cf. Mt 10,1ss; Mc 3,19; Lc 6,16), lo que significa que ya llevaba tiempo caminando a su lado y ahora él había dispuesto su vida para seguir su proyecto.
En compañía de Jesús tuvo la oportunidad de experimentar cosas que nunca imaginó. Presenció la curación de muchos enfermos (Mt 12,9), recibió mensajes exclusivos de Jesús (Mc 4,10; 9,35), obtuvo la autoridad y el poder de curar enfermedades y expulsar demonios (Lc 9,1), comió del pan que multiplicó para miles (Mt 14,13ss) y como si fuera poco, se dejó lavar los pies por Jesús (Jn 13).
Judas en su vida comenzó a despertar sueños e ilusiones. Su corazón ya no palpitaba igual que antes, la ilusión había abrazado su mirada y así, a medida que iban caminando, sintió que con Jesús de Nazareth se presentaba ante él una nueva oportunidad.
Mucho no es suficiente
Haber entregado mucho de sí no era suficiente, era necesario darlo todo. Pero Judas, a pesar de los múltiples discursos que escuchó de Jesús se había reservado una parte para sí. Su propósito no coincidía con el de el mesías que se había encontrado y le generaba incertidumbre. No sabemos cuál fue exactamente la razón por la que decidió entregarlo, una de las teorías apunta a que él no había sido capaz de aceptar que su mesías debía morir y dar la vida, porque esperaba un guerrero político y libertador del pueblo frente a las naciones que los oprimían[1].
La esperanza que había albergado Judas durante los años de caminar junto a su maestro estaba siendo destruida y cada vez que lo escuchaba decir que tendría que morir, quizá, su realización agonizaba, porque los sueños que se había hecho con cada signo que le veía hacer se frustraban lentamente en su interior. De este modo Judas, aunque había dado mucho de sí siguiendo al maestro, necesita entregar algo más para no caer en la desesperación, debía abandonar algunas de sus ideas.
Desesperanza vs. desesperación
Si bien ambos conceptos son tomados como antónimos de la esperanza, es necesario matizar sus particularidades. Por desesperanza podemos entender la perdida de la confianza en que algo a futuro vaya a suceder. Esto es lo que vivió Judas cuando en la última cena vio que definitivamente su mesías no era lo que él esperaba. La desesperanza lo llevó a tomar cartas en el asunto y con este sentimiento en su corazón sintió la necesidad de darle un empujón al Hijo de Dios entregándolo a los sumos sacerdotes (Mt 26, 14-16). Pero lo que para él pudo haber sido una buena idea se convirtió en una cadena de pequeñas decisiones mal tomadas que no concluyó en nada bueno. A veces solo necesitamos una primera mala decisión, así sea pequeña, para entrar en una sucesión de eventos que terminarían acabando con lo que somos.
Por otro lado, la desesperación mira más hacia lo que no se ha conseguido en el pasado y por lo tanto el desesperado entra en la idea de no ser capaz de conseguir lo que quiere por mucho que lo ha intentado. Este estado lleva al límite la propia persona haciéndolo creer que no puede alcanzar ningún tipo de felicidad al centrar su deseo en lo que no ha conseguido. La desesperación es entonces una esperanza previa que se ha frustrado, así una esperanza mal escogida puede llevar al suicidio[2].
Es evidente que Judas cayó en la desesperación, su proyecto se había frustrado y no había conseguido lo que deseaba; de pronto en su interior no había contemplado hacerle daño a Jesús, sólo quería verlo actuar como a él le parecía que era lo correcto, pero, como no había sucedido así, su grado de desesperación fue tal que solo tuvo una alternativa más y era la muerte (Mt 27, 3-10).
Nuestra opción
Hoy en día vivir una pandemia mundial, puede llevarnos a pasar, como lo hizo Judas, no solo a la desesperanza sino a la desesperación. Muchas familias se están viendo amenazadas por que sus expectativas y deseos personales les están llevando a asumir un estado tal de ansiedad que sus vidas se están desmoronando lentamente.
Judas es el mejor ejemplo de la desesperación y de la desesperanza. En él podemos ver alojadas todas aquellas ideas que, gracias a nuestro estado actual de confinamiento, reflejan nuestros malos sentimientos, los cuales nos podrían hacer entrar en nuestra propia cadena de malas decisiones, como el traicionar a quienes nos rodean e incluso a nosotros mismos, cayendo en un suicidio mental, espiritual o incluso físico.
Entonces ¿cuál es la solución?
Si pudiéramos reconocer que nos identificamos en algo con Judas la solución no es otra que mirar a Jesús. Si bien Judas pudo haber querido imponer sus ideas, Jesús nos enseña que la verdadera esperanza se adquiere cuando abandonamos nuestra propia voluntad y la ponemos a disposición del Padre, así en el huerto, en vez de estar del lado de los obstinados, más bien decir con Jesús “que se haga tu voluntad y no la mía” (Lc 22, 42).
En relación con lo anterior, una alternativa para mantener la esperanza es la aceptación antes que el deseo de control de todo cuanto nos sucede. Jesús pudo haber querido elegir otra forma de morir, pero acepta lo que su Padre le iba indicando. Tenemos que aceptar que no todo podemos controlarlo, esto puede ser el acto más tranquilizador que podríamos experimentar en un mundo donde no sabemos siquiera cuando podremos salir nuevamente de manera libre a la calle.
Finalmente, necesitamos hacernos a la idea de que no podemos comprenderlo todo, a veces solo basta comprender que necesitamos buscar un propósito con lo que nos sucede, de tal modo que al final de nuestras vidas podamos decir también, «todo está consumado» (Jn 19,30). Al otro día en Jerusalén amanecieron dos árboles testigos de la muerte, uno en el que se había ahorcado la desesperación y otro en el que el abandono se había sacrificado.
Judas pudo compartir la vida con Jesús y sus signos, pero solo hubo algo a lo que no pudo acceder: ser testigo de la resurrección. Que hoy ninguno de nosotros echemos a la basura toda una vida de entrega solo por un momento de desesperación, sino que por el contrario hallemos un propósito con todo lo que nos sucede, para que así nuestro morir cotidiano de vida a muchos otros.
[1] Conf. Armando J. Levoratti. Evangelio según San Mateo, en Comentario bíblico latinoamericano. Estella, Navarra: Editorial Verbo Divino. 2007. Págs. 277-400 (386).
[2] Conf. Concepto: Desesperación en Diccionario Filosófico de Centeno. Recuperado de: https://sites.google.com/site/diccionariodecenteno/d/desesperacion. Mayo 16 de 2020.