“Ninguna esperanza queda de virtud, cuando no solamente deleitan los vicios, sino que se aprueban.”
Séneca
Nos sorprendería el descubrir cómo la virtud, siendo un objetivo abandonado en nuestro mundo contemporáneo, conlleva a la esperanza, de tal modo que en este tiempo de confinamiento se convertiría en una buena herramienta para mantener la paz.
La virtud retada
La virtud es una característica difícil de obtener. Es una conquista que se gana después de combatir muchas batallas. A lo largo de la historia ha sido un ideal perseguido por muchos, pero también abandonado por otros. Entre estos guerreros, que no necesariamente utilizaron las armas para vencer, encontramos al profeta Daniel.
Exiliado en Babilonia, amado por su rey y reconocido por sus dones; Daniel es nombrado entre los tres ministros que ayudarían en el gobierno de dicha nación. De este modo su idoneidad le valió para sí el sentimiento de envidia de sus compañeros, formando un complot que terminó logrando que el rey, aunque no quería por el aprecio que le tenía, lo arrojara al pozo de los leones (Cf. Daniel 6,2 ss.)
Daniel para poder salvar su vida pudo haber renunciado a sus creencias, pero no fue así. Él mantuvo sus convicciones intactas porque tenía algo muy claro, aunque nadie lo viera renegando de su fe y supiera que Dios luego lo podría perdonar para volver a sus prácticas normales de oración, él sabía que no se podría traicionar.
Daniel entendía que lo que importaba no era que nadie lo viera, porque sabía que él se estaba viendo a sí mismo; renegar de su fidelidad a Dios era renegar de su esencia, porque cuando damos la espalda a aquello que le da sentido a nuestra vida, nos hacemos traidores de nuestra propia fidelidad y acabamos incluso peor que aquellos que por envidia lo delataron. Cuando una persona se traiciona a sí mismo, renuncia a su virtud.
Una victoria interior
Ya la decisión estaba tomada, el reto había sido asumido, él había decidido pagar el costo de su virtud. Daniel, aunque joven aún, estaba cumpliendo las palabras que muchos años después escribirá Séneca: «No hay, en mi dictamen, hombre que aprecie más la virtud y la siga con más gusto, que el que, por no hacer traición a su conciencia, ha perdido la reputación de hombre de bien».[1] De ser uno de los tres ministros del reino había pasado a ser un pobre reo de muerte. Pero para sorpresa de sus perseguidores el Señor había visto su fe y lo salvó de ser devorado por los leones.
En nuestro estado actual de confinamiento podríamos estar pasando situaciones similares, no porque nuestra familia sea un pozo de leones, sino porque nuestra virtud se puede estar viendo retada continuamente. Puede que no estemos exiliados como Daniel y no nos pidan públicamente testimonio de nuestra fe, pero al permitirnos que en nuestra vida se aloje las situaciones que nos dividen es allí cuando empieza el malestar.
Veámoslo de esta manera, cuando nos permitimos realizar aquellas cosas que sabemos que dañan nuestra integridad empezamos a destruir nuestra virtud. Así, lo que podría ser un momento de relajarnos, de experimentar o de simplemente estar «jugando», si es que me haga entender, podría ser la caída de un proyecto de vida construido con mucho esfuerzo. De este modo, una persona que ha entrado en cuarentena no posee más opción que querer huir de aquel lugar que lo remite nuevamente a su sitio de caída, albergando en su corazón malestar y sinsentido.
Por este motivo se hacen amigas la virtud de la esperanza, porque una vez nos mantengamos luchando por nuestras convicciones, podremos reconocer que sí se puede estar mejor. Traicionarse es dejar de creer en el cambio y en un mundo mejor. Pues como puede una persona decirse mentiroso así mismo; una vez ha renunciado a su virtud, no tiene otra alternativa más que mirar a su alrededor con una mirada negativa porque de lo que hay en su interior será la medida que usará para referirse a su panorama como esperanzador o no.
A lo sumo, la virtud proviene de Dios; el profeta Daniel nos ha enseñado que la firmeza en su voluntad conlleva a un buen fin que, aunque pareciera ser desesperanzador, obtiene una gran riqueza gracias a su nivel de exigencia. Cristo es, sin embargo, nuestro mayor ejemplo de virtud que en toda su vida mantuvo una actitud decidida y una esperanza más allá de su propio panorama desolador.
Que esta reflexión que hemos compartido el día de hoy nos anime a mantener integras nuestras convicciones en estos tiempos, de modo que lo que nos este generando malestar en este momento de confinamiento no sea simplemente nuestros fracasos morales, sino que por el contrario podamos comprender que la virtud es esperanza en cuanto me domino y me hago libre de mi propia esclavitud para perseverar, porque ser virtuoso es ser libre para amar.
Como una aplicación mucho más práctica podemos encontrar el tema del honor, tan olvidado ahora, pero de esto compartiremos la siguiente semana en nuestro próximo artículo para mantener la esperanza en tiempos del Covid-19.
[1] 70 frases de Séneca para entender su filosofía. Tomado de: https://psicologiaymente.com/reflexiones/frases-de-seneca. Abril 26 de 2020.