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La batalla por el honor

“El Rey David tocando el harpa”, de Gerard van Honthorst

«Quien pierde el honor, ya no puede perder más»

Séneca

Que somos la generación de lo visual donde la imagen domina el mercado por encima de la palabra es lo que nos han enseñado. De hecho, el marketing mundial se interesa más por la forma de presentar sus productos y servicios, mostrando personas casi perfectas, que por el contenido y la veracidad que pueda haber detrás de cada uno. De este modo, hemos ido entrando en la época donde es más importante el aparentar y persuadir, que la verdad que esconde nuestros actos. Por tanto, el honor se ha convertido entonces en una virtud olvidada, ya no se enseña, es solo un tema más que acompaña las historias de caballeros y dragones.

El honor perdido

Pese a que vivimos en la llamada «generación de lo visual» el aparentar no ha sido algo de los últimos tiempos. Ha existido personas importantes a lo largo de la historia que también han buscado mantener una buena imagen social.

Ejemplo de esto es David, el rey más grande que tuvo el pueblo de Israel. Sin embargo, en una ocasión evadió su responsabilidad de ir a combatir y quedándose en su hogar, observa a una mujer casada bañarse, con la cual después tuvo relaciones sexuales dejándola en embarazo. Para David era impensable dejar que el pueblo se diera cuenta de lo sucedido. Por esto vio necesario ordenar la ejecución del esposo de ella, necesitaba ocultarlo todo[1].

En David podemos encontrar a un hombre bendecido por Dios y lleno de victorias, pero cuando decidió evadir su responsabilidad y permite que sus pasiones lo hagan tomar a Betsabé, se encontró con su humanidad y descubrió que sus grandezas como rey también tenían oscuridades. Su honor se vio comprometido, no porque todo el pueblo hubiese sido testigo de sus artimañas, sino porque había un espectador que no se había perdido ninguna escena, un juez a veces duro y otras misericordioso, alguien que no dejaría pasar por desapercibido lo que había sucedido y era él mismo.

El honor cara a cara

David se encontraba en una situación que no pensó que viviría, él amaba y obedecía al Señor, en público y en secreto, pero se había presentado ante sus ojos su humanidad que lo ponía cara a cara no con quien decían que era él, sino con su oscuridad.

El honor ha sido entendido como una cualidad que nos lleva al cumplimiento de los propios deberes, incluso para los griegos era una característica fundamental para ser feliz, porque no importaba que fuera visto, sino ser guardián de sí mismo[2]. Hoy muchos de nosotros al igual que David buscamos ocultar todo aquello que tapa nuestra grandiosidad ante la sociedad. Los deberes no importan sino aquellos que tengan reconocimiento, pero aquellas actitudes que pasan desapercibidas, las cuales nadie nota, han pasado a un segundo plano porque simple y sencillamente no nos dejan ninguna ganancia.

Difícilmente podríamos decir que alguno de nosotros logra no caer en algo que roba su virtud, pero si tuviéramos en nuestra mente el honor como ideal ya no nos costaría tanto trabajo tener que vivir la caridad con quien nada podría devolvernos. Esta cuarentena es la oportunidad de volver a sernos fieles a sí mismos, de dejar hablar nuevamente la voz que nos dice aquello en lo que nos estamos equivocando y reconociendo una vez más nuestra propia imagen real y justa, dejaremos de traicionarnos para volver a vivir el honor que en ocasiones hemos perdido.

Es el momento de querer recuperar nuestro honor, de volver a creer en la bondad que hay en nosotros mismos. Seguro que si nos reconciliamos nuevamente con nosotros mismos la esperanza se mantendrá intacta, porque solo así podremos descubrir que no necesitamos ser vistos por otros para poder creer una vez más en sí mismos, de este modo, en cuarentena o no, podremos mantenernos como los caballeros medievales, asumiendo la vida con valor.

El otro me ayuda en mi honor

El rey David necesitó que el profeta Natán le ayudara en su proceso de toma de consciencia con un mensaje de parte de Dios. No tengamos miedo a escuchar a nuestros propios profetas que nos ayudan a ubicarnos en la verdad, de tal modo que cada llamado de atención no sea un motivo de discusión, sino que por el contrario sea de interpelación humilde para abrazar la verdad y el honor.

Dice la tradición que una vez David reconoce que ha ofendido al Señor con su falta de honorabilidad, escribe el salmo 51 (50) llamado «miserere». Una oración que después de cientos de años aún se pronuncia. Que el reconocer nuestras carencias no sea motivo de un enjuiciamiento propio, sino por el contrario la materia prima para un verdadero encuentro con Dios.


[1] Cfr. Para ver la historia completa leer 2 Samuel 11-12.

[2] Carlos A. Melogno, EL HONOR Y LA HONRA, DE AYER A HOY. Tomado de: https://www.smu.org.uy/wpsmu/wp-content/uploads/2018/07/EL-HONOR-Y-LA-HONRA.pdf  Abril 26 de 2020.

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