Casi como un compañero permanente en todos los pasos que damos en nuestra vida aparece el miedo. A veces, como buen aliado que nos ayuda advirtiéndonos de un peligro inminente, otras veces como una ilusión que frustra nuestros proyectos. Así, se presenta el miedo para nosotros, decisivo, ilusorio, influyente o consejero en nuestro actuar. Sin embargo, siempre habrá otra opción, nuestro Dios es un Dios de oportunidades.
Las opciones siempre van a estar
Aunque nos consideremos muy buenas personas, no se necesita ser un gran «pecador» para sentir miedo. El problema radica en las decisiones que nosotros tomamos. En una vida equilibrada el rendirse también se presentará siempre como una opción, y una de las personas que no se escapó de esto fue la virgen María, porque a su corta edad, ella también tuvo la opción de rendirse en cada obstáculo que se le aparecía.
En María está representado todo el conjunto del sufrimiento humano. Ella también tuvo la oportunidad de renunciar y entregarse al fracaso como tantas personas hoy han querido hacerlo por su situación personal. Ella, ahogada por el miedo, pudo haberle dicho al ángel Gabriel que no estaba preparada para su misión, pero, combatió el miedo con la fe, sin pensar siquiera que el sueño de llevar una vida normal de tener esposo e hijos se estaba perdiendo.
Los miedos siempre fueron una tentación en su vida, cuando huía para Egipto pudo haber renunciado, pero en vez del miedo escogió la perseverancia; cuando creyó perder su hijo en el templo lo busco con esperanza evitando sentirse fracasada en su misión; incluso, al verlo en la cruz evitó el miedo a la muerte combatiéndolo con fortaleza y al poner en el sepulcro a su hijo, a su único hijo, no tuvo miedo a la soledad sino que consciente de su misión se dejó abrazar por la Iglesia en la persona del discípulo amado.
Un triunfo que no es propio con recompensas para sí
En María vemos representada nuestras propias miserias, su humanidad refleja las luchas internas que, sin escogerlas, nos han dejado esta pandemia, las cuales en algunos de nosotros se han tornado en derrota. Por eso, mirar a María es mirar otra opción, es entender que ante el miedo inminente el horizonte no se acaba y ante la amenaza mortal está el milagro del amor, así como María ve resucitar a su hijo.
La lucha de sus miedos fueron un triunfo para Dios, porque una vez ella daba un paso adelante en el designio de Dios, ayudaba a que muchas personas hoy pudiéramos conocer el amor de Jesús. Su sí a la vida y su no al miedo nos hicieron a nosotros partícipes de la salvación.
Vale la pena que hoy miremos a la Santísima Virgen María y reconozcamos que su verdadero poder está en dejar a Dios actuar. Así la opción del miedo y la derrota dejarán de ser alternativas para nosotros, de tal modo que cada paso que demos sea siempre una batalla ganada, porque el Dios que está en mí no me dejará en la miseria, sino que, como a María, me acompañará hasta alcanzar la gloria del Cielo.