Un año más la santa Iglesia nos invita y acompaña a vivir una Semana Santa un tanto distinta, quizás totalmente diferente a todas las demás. La mayor parte del mundo se encuentra alborotada, dolida y hasta algunos sectores desesperanzados antes este enemigo que se nos presenta.
Como personas que habitamos este mundo vivimos muy de cerca esta situación, sin ser ajenos a todo lo que atravesamos. Algunos de nosotros estamos en nuestras casas, aislados para cuidarnos y evitar la propagación del virus. Otros hermanos se encuentran sin una cuarentena obligatoria, pero sufriendo el flagelo de gobernadores que no saben aún administrar su poder para el servicio del pueblo. En cambio, otros hermanos están sufriendo en carne propia y batallando segundo a segundo esta situación: quizás en la calle sin un lugar donde refugiarse, a lo mejor siendo agentes de salud o seguridad, incluso algunos han visto de cerca como este virus ha ganado algunas batallas con seres queridos.
«Cuando uno enciende una lámpara, no la esconde ni la cubre, sino que la pone sobre el candelero, para que los que entran vean la claridad» (Lc 11, 33)
No debemos olvidar que nosotros somos cristianos. Persona somos todos, cristianos solo algunos. Un hombre contemporáneo ve esta situación que está ocurriendo como una catástrofe, pero los cristianos vemos esta situación con esperanza y fe.
Somos cristianos y no somos ajenos a todo lo que estamos viviendo, pero es necesario aportar lo más preciado que Dios nos ha regalado: la fe. Esa fe que sigue viva en la mayoría de nosotros, que muchas veces es la luz para los que ya no la tienen. Esa fe puesta en Dios, nuestro Salvador.
Hace algunos días, el papa Francisco, nos recordaba el pasaje de la tempestad, y hacía énfasis en que no debemos pensar que Jesús no está, antes todo lo contrario, está, y vive en nosotros. El tiempo que vivimos, hermanos, es donde más debemos mostrar e irradiar con nuestra luz, iluminar cada rincón que este virus ha ido apagando.
Por Divina Providencia vivimos en un mundo tecnologizado, tenemos medios de comunicación a la mano, lo que hace que estemos solos, pero no aislados. Por Gracia Divina disponemos de muchos medios para seguir compartiendo la Misa cada día y otros espacios de devoción popular o personal (Rezo del Rosario, Vía Crucis, Coronilla, Liturgia de las Horas); además, el apóstol Juan nos recuerda que quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso (1Jn 4, 20), por ello no nos olvidemos de nuestros hermanos, tengámoslo muy presentes en la oración, pero también con un gesto de cercanía, una llamada, un mensaje, lo que este a tu alcance. ¿Estamos utilizando esta herramienta que Dios nos da para seguir siendo comunidad?
La entrada triunfal a Jerusalén 2000 años después.
Hoy nos concierne recordar esa entrada de Jesús con quienes conviven con nosotros, aquellos que también lo vitoreaban y lo proclamaban como su Señor con sus ramos, palmas y mantas. Este año no lo podido hacer en nuestros templos y con el resto de nuestra comunidad parroquial como es habitual hacerlo. Pero, estoy seguro de que Dios nos está invitando en esta Cuaresma a poder retirarnos un poco de todo aquello que nos hace ruido, de todas las cosas que muchas veces no nos permitían vivir con un corazón abierto la Semana Santa, quizás por nuestro excesivo activismo.
Sin duda no es Dios el que manda esta situación, porque de pensar así estaríamos creyendo en un Dios que da maldades a su pueblo y no en un Padre Misericordioso, pero, Dios es capaz de toma lo malo para sacar cosas buenas, tengamos la certeza que Dios sacará de esto miles de bendiciones, aunque quizás se nos haga muy difícil pensarlo, esto hace parte del misterio de la fe.
Por otra parte, dejemos entrar en este momento a Jesús en nuestras vidas, quizás hoy no tengamos hermosas palmas o mantas para ofrecerle, quizás hoy con lo que podamos hacerle honores sea con nuestra humanidad herida y desconsolada, pero sin duda, ese es el tesoro más grande que Jesús quiere que le entreguemos: nuestra pequeñez. En cada momento de nuestro día, cuando sintamos que el Maestro pase, digamos en nuestro interior: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor a sanar mi corazón herido!
Por último, hermanos, estemos atentos en estos días, oremos para no sucumbir en la tentación. Y no olvidemos que el Salvador viene, padece, muere por nosotros, pero sobre todo nos comparte su Gloria.