«Y acostándose bajo el enebro, se durmió; y he aquí, un ángel lo tocó y le dijo: Levántate, come».
1Re 19,5
Ante una situación como la que vivimos actualmente es normal que, debido al confinamiento, y al pasar los días, nos sintamos cada vez más solos. Hemos sido tentados al peligro de sentirnos incompletos solo porque ahora no podemos reunirnos con todas aquellas personas que solíamos vernos. Sin embargo, nunca había sido necesario una cuarentena para que experimentemos la soledad. No hacía falta que nos dijeran que debemos de estar confinados, en familia o sin nadie, para que en nuestro diario vivir pudiéramos experimentar la sensación de vacío. Ya antes nos habíamos sentido solos.
Una soledad existencial
La soledad, entre sus múltiples facetas, puede tener una que es realmente atemorizante, aquella por la cual las personas sienten una desmotivación capaz de hacer detener su vida, dejándola sin sentido. Es una soledad que se experimenta aun estando rodeado de muchas personas.
La soledad existencial es algo de lo cual no se escapa nadie, todos en mayor o en menor medida la hemos experimentado, y, en cuarentena o no, hemos tenido que convivir con ella, porque nuestras incapacidades le abren un espacio entre nuestra rutina diaria. Esta soledad, no es nada nuevo, nace de la no identificación de personas que compartan nuestro mismo sentir, en pocas palabras es una desconexión con el mundo, la realidad y aquellos que la habitan.
Nos sentimos solos porque no logramos conectar nuestras necesidades con el otro y mucho menos generar las habilidades adecuadas para conectarnos al suyo. Nos sentimos solos porque vivimos en mundos paralelos, en los cuales los hechos y los juicios no concuerdan en un mismo sentir.
Una soledad habitada
Ejemplo de esto han sido algunos profetas del antiguo testamento. Su estilo de vida les ha hecho tener que dirigirse al pueblo en voz de denuncia de parte de Dios, provocando así su desconexión con el pueblo. Entre ellos encontramos al profeta Elías. Este hombre fue exiliado, humillado y, como si fuera poco, perseguido por Jezabel que lo obligó a huir y permanecer solitario, no solo físicamente sino también existencialmente en medio del desierto.[1]
Elías en medio de su soledad, experimentó la depresión y el deseo de muerte, por lo que el Señor le envía un ángel para que lo asistiera y recuperara sus fuerzas. De este modo, Elías tuvo lo único que necesitaba para mantener la esperanza, una verdadera conexión existencial que le regalara compañía y seguridad.
Una soledad habitada, contraria a la soledad que nos hace experimentar el vacío y el sinsentido, es aquella como la que experimentó el profeta. Sus fuerzas se agotaban, su misión se estaba volcando al vacío y su sentido de vida se perdía en la oscuridad. Pero fue solo hasta que Dios le hizo sentir su compañía que él comprendió que no estaba solo en realidad, que Dios habitaba su soledad.
Una soledad que habita Dios es el gran secreto de los santos, pues de no haber sido así San Benito de Nursia no hubiera sentido el deseo de fundar el monacato occidental, ni tampoco Charles de Foucauld se hubiera ido a vivir al desierto; o San Juan de la cruz y el cardenal Van Thuan no hubieran resistido su encierro.
La soledad cuando es habitada por Dios trae consigo una fuerza inagotable que nos lanza a sufrir con paciencia la cruz propia que nos asemeja a Cristo. Hoy muchos de mis feligreses llaman porque se sienten solos y abandonados, pero otros por el contrario han encontrado allí en su soledad un espacio propicio y fecundo para enamorarse una vez más de su Señor. De este modo, si nos hemos sentido como Elías al querer dejarse morir o querer dejar de vivir, es porque no hemos sido capaz de abandonarnos a las manos de Dios para que habite nuestra soledad. Para quien ama a Dios la soledad es una buena noticia, porque encuentra sin interrupciones aquello que más le hace feliz.
Una soledad física
Finalmente, y a modo de aplicación, una vez resuelto el problema de la soledad existencial lo único que queda es una soledad física. Ella, sabia y callada, puede ser un alivio en la fecundidad y la inspiración. La cuarentena que estamos viviendo tendría que ser para nosotros regalo y no castigo. A lo largo de la historia ha habido muchas personas que hicieron de su tragedia una oportunidad.
Ejemplo de esto es Isaac Newton que en cuarentena por la Gran Peste de Londres afianzó su teoría sobre el color, la óptica y la gravedad. William Shakespeare encerrado por la peste bubónica terminó tres de sus obras más reconocidas: El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra. También Frankenstein es escrito, por la inglesa Mary Wollstonecraft Shelley, en un periodo de lluvia y frio inesperado. Por otro lado, Maquiavelo, desterrado, escribe El Príncipe, y ni hablar de Van Gogh y Frida Khalo que no dejaron pasar sus imprevistos solitarios como terreno fértil a su creatividad e imaginación[2].
Que esta reflexión sea la oportunidad para que podamos trascender nuestra soledad y así, habitados por Dios, podamos superar nuestras limitaciones mirando por encima de la neblina que le obstruye el camino para salir con más riquezas de las que esperábamos. La soledad no es más que eso, soledad. Que cada cual, amparado por la presencia de Dios logre sacar de ella sus mayores riquezas.
[1] Elías, Profeta. Tomado de: https://www.ewtn.com/es/catolicismo/santos/elias-14845. 19 de abril de 2020.
[2] Cf. Los genios que aprovecharon el aislamiento para crear obras maestras. Tomado de: https://www.semana.com/gente/articulo/cuarentena-genios-que-aprovecharon-el-encierro-para-crear-obras-maestras/661203. 19 de abril de 2020.