Abran vivió un verdadero drama existencial. Él lo vivió y puede enseñarnos a darle un nuevo sentido a todo el andamiaje que se presente para nosotros en este momento de quiebre de la normalidad como lo es el Covid-19. Un dilema es una situación difícil o comprometedora en que hay varias posibilidades de actuación y no se sabe cuál de ellas escoger porque ambas son igualmente buenas.
Dios hace promesa con Abran, pero se presentan dificultades que generan dudas, interrogantes y cuestiones que invaden no sólo la relación con Dios sino también el diálogo consigo mismo y con los demás. Abran cuenta con un deseo: ser padre; pero tiene una dificultad: su esposa Sara es estéril (Gn 11,30); sin embargo, encuentra una promesa de Dios: tener una gran descendencia (Gn 12,2). Encontramos un diagrama de flujo en esta situación: deseo, dificultad y promesa. Ahondar en esta situación nos lleva a centrarnos en lo esencial, en aquello que prima y se antepone ante otros elementos que podríamos considerar privilegiados cuando no lo son.
Comencemos analizando el deseo. El deseo surge de una necesidad que no se ha satisfecho o surge de una idealización de un acontecimiento. En el caso de Abraham parte tanto de una necesidad de ser padre para que su nombre se conserve en la memoria y en la sangre de un pueblo, como de la idealización de no sentirse maldito ante los ojos de los demás por ser infecundo.
Ante la dificultad se plantean dos caminos: el hombre que en su límite intenta resolver situaciones que lo desbordan, como es el caso del nacimiento de Ismael o la entrega de Sara al faraón, o también se presenta el camino de la confianza que no es un acto de ceguedad sino de libertad y que podemos tener como paradigma el sacrificio de Isaac o también llamado la Akedáh de Isaac.
La promesa en momentos parece algo quimérico ya que la temporalidad a la vez es limite y es posibilidad en el hombre. Esperar 25 años no cabe en la racionalidad intelectual sino en la racionalidad de la fe o mejor llamémoslo «alianza». Una alianza unilateral en la que Dios se compromete y el hombre no tiene condiciones.
Pero esto es necesario traerlo a nuestra actualidad. Vivimos un drama existencial en el que somos testigos del querer, pero también de la zozobra. Todos tenemos el deseo de salir de los hogares, de visitar a las personas que amamos o de retornar a nuestra vida cotidiana y para nada esta volición es algo nocivo. Sin embargo, se nos presenta una dificultad, el poner en riesgo la vida de los demás o de nosotros mismos por anteponer nuestros caminos humanos ante el proyecto Divino.
Sin duda vivimos en un mundo apresurado en el que poco o nada se sabe de paciencia debido a la inmediatez del clic o de la comunicación sincrónica en la distancia y por ello podemos caer en el grave peligro de ser «hombres emoticones» en los que se invade el gesto exterior, pero se huye al encuentro, ya que se busca mostrar la exterioridad y superficialidad de los actos y no la hondura y profundidad de la vida. Es necesario buscar una nueva manera de encuentro en la verdad. Somos peregrinos como Abraham, y más aún, como Él en nuestra vida se ha anticipado la promesa que sorprende pero que acontece en realidades tan propias como el culto y la vivencia de la Sagrada Escritura.
Dios en ocasiones nos sorprende con un llamado misterioso como la Akedáh, que no busca el ofrecimiento de la vida del otro sino de la vida propia. Dios no reclama la vida de Isaac, la vida del aquel deseado, sino que más bien reclama que Abraham reconozca que el deseo es pleno cuando se ofrece a Dios; tanto es así, que podríamos hacer memoria de unos capítulos anteriores (cap. 15) donde Dios hace una alianza unilateral con Abraham y Dios es el que consume el deseo de Abraham que está representado en unos animales.
En este tiempo de cuarentena necesitamos volver a caer en la cuenta de que nuestros deseos son plenos solo en Dios, y que ante la imposibilidad no se puede buscar soluciones humanas, sino que más bien es necesario confiar en la promesa hecha en Abraham a todos: ser bendición para otros. Una promesa que solo se podrá materializar en los 25 años que no son cronológicos sino del alma. El drama es posibilidad de confianza, por tanto, no dudes vivir en un drama divino ya que siempre desemboca en una promesa que se cumple.