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El
día en que Jesús guardo silencio
Muchas veces cuando uno camina por las calles, vemos
muchísimas cosas negativas, se observa como poco a poco el materialismo
crece entre nosotros, y seguirá haciéndolo a menos que uno mismo
lo detenga.
Hay ocasiones que nosotros, por decir, queremos hacer un bien a
una persona, pero debido a nuestra pena o vergüenza o el
clásico: ¿Que van a decir de Mí?, no lo hacemos. Esto
último del ¿Que van a decir de Mi? , es algo realmente tonto y
vemos que si nos regimos por las demás personas, entonces ellas tomaran
el control de nosotros, ya que, si estamos sujetos a la aprobación de
las demás personas, entonces nosotros no podemos actuar por libre
albedrío.
Nosotros al realizar cualquier obra buena a cualquiera de nuestros
hermanos o prójimos, debemos hacerlo con una verdadera bondad y rectitud
sin fijarnos lo que digan los demás. Pero en esto tampoco debemos caer
en la vanidad, de que al realizar una obra buena esperemos a que nos vean
todos.
Recordemos lo siguiente que dijo Jesús :"Todo lo que hagan al mas pequeño de mis hermanos me lo
hacen a mi " y en otra parte de la Sagrada Escritura , nos pone un ejemplo
, cuando se tenia que dar el diezmo , Jesús fue con sus
discípulos a pagar , y el se puso junto a las tinajas donde se
ponía el dinero , El veía como todos los ricos daban dinero y lo
echaban de una en una moneda a las tinajas para que todos vieran como daban
mucho dinero , pero de repente apareció una viejecita que
abriéndose paso llego a las tinajas y solo dio unas cuantas
pequeñas monedas de poco valor. Los que estaban ahí se enojaron
mucho con ella por lo que había hecho, pero Jesús los
reprendió y dijo que ella había dado más que todos porque
ella había dado lo que tenia mientras los demás daban lo que les
sobraba.
Así que cuando des algo dalo con verdadera bondad sin
pensar en lo demás o los demás.
Complementando esto, leamos el siguiente relato:
Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un
sueño. Solo recuerdo que ya era tarde y estaba en mi sofá
preferido con un buen libro en la mano. El cansancio me fue venciendo y
empecé a cabecear...
En algún
lugar entre la semi-inconsciencia y los
sueños, me encontré en aquel inmenso salón, no
tenía nada en especial salvo una pared llena de tarjeteros, como los que
tienen las grandes bibliotecas. Los ficheros iban del suelo al techo y
parecía interminable en ambas direcciones.
Tenían
diferentes rótulos. Al acercarme, me llamó la atención un
cajón titulado: "Muchachas que me han gustado". Lo
abrí descuidadamente y empecé a pasar las fichas. Tuve que
detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada
una de ellas: ¡se trataba de las muchachas que a MÍ me
habían gustado!
Sin que nadie
me lo dijera, empecé a sospechar de donde me encontraba. Este inmenso
salón, con sus interminables ficheros, era un crudo catálogo de
toda mi existencia. Estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida,
pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya
olvidado.
Un sentimiento
de expectación y curiosidad, acompañado de intriga, empezó
a recorrerme mientras abría los ficheros al azar para explorar su
contenido. Algunos me trajeron alegría y momentos dulces; otros, por el
contrario, un sentimiento de vergüenza y culpa tan intensos que tuve que
volverme para ver si alguien me observaba.
El archivo
"Amigos" estaba al lado de "Amigos que traicioné" y
"Amigos que abandoné cuando más me necesitaban". Los
títulos iban de lo mundano a lo ridículo. "Libros que he
leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he
dado", "Chistes que conté", otros títulos
eran:"Asuntos por los que he peleado con mis hermanos", "Cosas
hechas cuando estaba molesto", "Murmuraciones cuando mamá me
reprendía de niño", "Videos que he visto"...
No dejaba de
sorprenderme de los títulos. En algunos ficheros había
muchas más tarjetas de las que esperaba y otras veces menos de lo
que yo pensaba. Estaba atónito del volumen de información de mi
vida que había acumulado.
¿Sería
posible que hubiera tenido el tiempo de escribir cada una de esas millones de
tarjetas? Pero cada tarjeta confirmaba la verdad. Cada una escrita con mi
letra, cada una llevaba mi firma.
Cuando vi el archivo "Canciones que he escuchado"
quedé atónito al descubrir que tenía más de tres
cuadras de profundidad y, ni aun así, vi su
fin. Me sentí avergonzado, no por la calidad de la música, sino
por la gran cantidad de tiempo que demostraba haber perdido.
Cuando
llegué al archivo: "Pensamientos lujuriosos" un
escalofrío recorrió mi cuerpo. Solo abrí el cajón
unos centímetros... Me avergonzaría conocer su tamaño.
Saqué una ficha al azar y me conmoví por su contenido. Me
sentí asqueado al constatar que "ese" momento, escondido en la
oscuridad, había quedado registrado... No necesitaba ver más...
Un instinto
animal afloró en mí. Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe
de ver estas tarjetas jamás. Nadie debe entrar jamás a este
salón... ¡Tengo que destruirlo! En un frenesí insano
arranqué un cajón, tenía que vaciar y quemar su contenido.
Pero descubrí que no podía siquiera desglosar una sola del
cajón. Me desesperé y trate de tirar con más fuerza,
sólo para descubrir que eran más duras que el acero cuando
intentaba arrancarlas.
Vencido y
completamente indefenso, devolví el cajón a su lugar. Apoyando
mí cabeza al interminable archivo, testigo invencible de mis
miserias y empecé a llorar. En eso, el título de un cajón
pareció aliviar en algo mi situación "Personas a las
que les he compartido de Jesús". La manija brillaba, al abrirlo
encontré menos de 5 tarjetas. Las lágrimas volvieron a brotar de
mis ojos. Lloraba tan profundo que no podía respirar. Caí
de rodillas al suelo llorando amargamente de vergüenza. Un nuevo
pensamiento cruzaba mi mente: nadie deberá entrar a este salón,
necesito encontrar la llave y cerrarlo para siempre.
Y mientras me
limpiaba las lagrimas, lo vi. ¡Oh no!,
¡por favor no!, ¡El no!, ¡cualquiera menos Jesús!
Impotente vi como Jesús abría los
cajones y leía cada una de mis fichas. No soportaría ver su
reacción.
En ese momento
no deseaba encontrarme con su mirada. Intuitivamente Jesús se
acercó a los peores archivos. ¿Por qué tiene que leerlos
todos? Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo bajé la
cabeza de vergüenza, me llevé las manos al rostro y empecé a
llorar de nuevo. El, se acerco, puso sus manos en mis hombros. Pudo haber dicho
muchas cosas. Pero el no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a
mí, en silencio. Era el día en que Jesús guardó
silencio... y lloró conmigo.
Volvió a
los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos,
uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío.
¡No!, le grité corriendo hacia El. Lo único que
atiné a decir fue solo ¡no!, ¡no!, ¡no! cuando le
arrebaté la ficha de su mano. Su nombre no tenía por que estar en
esas fichas. No eran sus culpas, ¡eran las mías! Pero allí
estaban, escritas en un rojo vivo. Su nombre cubrió el mío,
escrito con su propia sangre. Tomó la ficha de mi mano, me miró
con una sonrisa triste y siguió firmando las tarjetas.
No entiendo
como lo hizo tan rápido. Al siguiente instante lo vi
cerrar el último archivo y venir a mi lado. Me miró con
ternura a los ojos y me dijo:
Consumado es,
está terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa. En
eso salimos juntos del Salón... Salón que aún
permanece abierto.... Porque todavía faltan más tarjetas que
escribir...
Aún
no se si fue un sueño, una visión, o una realidad... Pero, de lo
que si estoy convencido, es que la próxima vez que Jesús vuelva a
ese salón, encontrará más fichas de que alegrarse, menos
tiempo perdido y menos fichas vanas y vergonzosas.
Así que pon manos a la obra ya!!!