Por: Biblioteca de Autores Cristianos | Fuente: Año Cristiano (2002)
Nació en Sisto, diócesis de Porto, en Portugal. Como tantos otros de su tiempo, decidió al ser adulto viajar al Oriente en busca de fortuna y para ello se embarcó hacia Japón, a donde llegó luego de haber padecido en el mar una terrible tempestad que puso a todos los navegantes en serio peligro de perder la vida.
Aquello sirvió para que Ambrosio se preguntase por el sentido de la vida y se cuestionase en qué la estaba empleando, pareciéndole de poco resultado gastarla en buscarse bienes terrenales, que en cualquier momento se pueden perder. Decidió entonces consagrarse a Dios y servirlo solamente a Él. Fijó sus ojos en la Compañía de Jesús, para entonces tan activa en Japón, y solicitó la entrada en ella como coadjutor temporal, lo
que se le concedió, vistiendo la sotana jesuita y haciendo la profesión correspondiente a los hermanos coadjutores.
Su trabajo fue en el propio Japón, dedicado a auxiliar a los misioneros y atenderles, colaborando así en la obra que ellos llevaban adelante. Cuando entró en la Compañía era el año 1577 y tenía Ambrosio 26 años.
Pudo ejercer su labor abnegada hasta el año 1616 en que, prohibido el cristianismo en Japón y expulsados los misioneros, Ambrosio, que se había quedado, fue arrestado y encerrado en una dura cárcel, la de Suzuta. En ella languideció durante cuatro años, padeciendo muchas enfermedades y miserias que consumieron su vida hasta que en la prisión entregó su alma al Señor el 7 de enero de 1620. Como su muerte se debió al mal trato padecido en la cárcel, y estaba en la misma por su condición de misionero, su muerte ha sido calificada por la Iglesia como un martirio, y como a tal lo beatificó el Papa Pío IX el 7 de julio de 1867 con otros muchos mártires del Japón.