San José Vaz

Por: J. I. González Villanueva, OSB | Fuente: Año Cristiano (2002)

Presbítero y misionero (+ 1711)

La vocación especial del misionero «se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo». Estas palabras de Juan Pablo II en la Redemptoris missio (n.65) se cumplen perfectamente en San José Vaz y a él se las aplicó en el decreto de beatificación.

La figura del padre José Vaz es la de un hombre capaz de ser un verdadero cristiano y a la vez un hombre encarnado en la civilización milenaria y en la mentalidad de su pueblo. Eso tendría que ser un hecho cotidiano y palpable tanto en las Iglesias de vieja raigambre católica como en las Iglesias de nueva implantación; y, sin embargo, como en el caso de este apóstol infatigable, es una auténtica fortuna que no se encuentra tan fácilmente.

José Vaz dio sus primeros pasos en la aldea materna de Benaulim, territorio de Goa (India), donde nació el 21 de abril de 1651 de padres sinceramente católicos, que le bautizaron justo una semana después de su nacimiento. Siendo todavía un adolescente, mientras realizaba sus estudios primarios y secundarios, en Sancoale y Benaulim, quiso ser sacerdote. Sus estudios humanísticos los llevó a cabo en la universidad de Goa y los filosóficos y teológicos en la de Sto. Tomás de Aquino, de la misma ciudad.

Vio coronado su santo ideal de ordenarse sacerdote en 1676. Inició su ministerio predicando y administrando la penitencia. En Sancoale abrió una escuela de latín para seminaristas y un año después de su ordenación, el 5 de agosto de 1677, en la iglesia de Nuestra Señora de la Salud de la misma localidad, selló su consagración especial como esclavo de María con un documento oficial: la carta de esclavitud. La devoción mariana, que le acompañó durante toda su vida, es una de las claves fundamentales de la insospechada fecundidad de su apostolado.

Por entonces tuvo noticia de la lamentable situación de los católicos de Ceilán (la actual Sri Lanka), pues los calvinistas holandeses, que ocupaban la isla desde 1637, pretendían borrar la semilla de la fe sembrada por la anterior dominación portuguesa, expulsando a todos los sacerdotes, destruyendo todos los templos católicos, persiguiendo sin tregua a todos los que se atrevían a proclamar o defender la verdadera fe, prohibiendo a los nativos practicarla y obligándoles por la fuerza a convertirse al calvinismo.

Sintiendo la imperiosa necesidad de acudir en auxilio de estas ovejas sin pastor, pidió permiso para ir a Ceilán al Patriarca de las Indias Orientales, máxima autoridad eclesiástica en la India en aquel momento. Sin embargo, el Patriarca envió al P. José a la misión de Canadá, en su mismo país, donde enseguida se distinguió por su celo apostólico, alternando la predicación y la penitencia con las visitas a enfermos, la ayuda a los pobres y la redención de cautivos cristianos.

Mientras tanto, en una ermita cerca de la ciudad de Goa se había formado una pequeña congregación de sacerdotes que anhelaban una vida ascética más intensa. De vuelta a Goa, impulsado por su celo de vivir una vida sacerdotal de perfección, apostolado y estímulo mutuo en el camino de la santidad, decidió entrar a formar parte de esta comunidad, de la que fue elegido superior.

Para dar forma canónica definitiva a esta vida comunitaria de sacerdotes seculares, les propuso adoptar las reglas de la Congregación del Oratorio de S. Felipe Neri. Durante su mandato preparó a los miembros de su Congregación para el trabajo misionero. Pero en 1686, como nunca había abandonado en su interior el propósito de ir a Ceilán, renunció al cargo de superior y, sin manifestar su destino final, en compañía de otro intrépido sacerdote y de un joven cuyo corazón ardía en deseos apostólicos, se dirigió a pie al sur de la India, para poder embarcarse desde allí a Ceilán.

A esta isla llegó en ese mismo año (no sin antes haber aprendido el tamil, una de las lenguas nativas de Ceilán), sin pararse a pensar en las enormes dificultades que él sabía de antemano que tendría que superar: la carencia de medios materiales, las enormes distancias, el desconocimiento del lugar y, sobre todo, las amenazas de muerte de los calvinistas holandeses.

Pero lo que desconocía nuestro protagonista eran las contrariedades añadidas que la Providencia divina había dispuesto para purificarlo como oro en el crisol: una penosa enfermedad y el no poder contar con la ayuda de sus dos compañeros, hasta el punto de tener que ser asistido por un alma caritativa de la ceilanesa ciudad de Jaffna.

Tan pronto como se recuperó y acogido en la casa de un buen católico, el P. Vaz, inasequible al desaliento, inició su labor evangelizadora con un ardor encomiable, con una mansedumbre y humildad de corazón que le granjearon las simpatías de todos aquellos con los que trataba y le llevaron a convertir tanto a nativos budistas como a invasores calvinistas.

Este despertar católico alarmó al comandante holandés de la ciudad, que comenzó a sospechar la presencia oculta de algún sacerdote en Jaffna y trató en vano de capturarlo. El P. José recorrió así incansablemente en nueve años toda la isla, consiguiendo burlar a sus perseguidores holandeses noche tras noche, pues era entonces cuando él desarrollaba su actividad apostólica disfrazado de mendigo, a menudo descalzo y con un rosario al cuello como signo de su fe.

Una vez que se hubo aclimatado al modo de vida de los isleños y conocedor de que los mil católicos residentes en el reino de Kandy carecían de pastores desde hacía medio siglo, se dirigió hacia la ciudad del mismo nombre, capital del reino situado en el interior montañoso de la isla y dominado por un rey independiente. Allí intensificó su apostolado, incluso en las regiones limítrofes, pero acusado de espionaje por un instigador calvinista, fue detenido, junto con otros dos católicos, por orden del rey de Kandy. La reclusión forzosa fue la ocasión providencial para proveerle de un nuevo instrumento de evangelización: aprendió el sinhala, la otra lengua nativa de Ceilán.

Como consecuencia de una grave sequía que asolaba al reino de Kandy, el rey de este territorio exigió a los sacerdotes budistas que oraran a Buda para pedir la lluvia. Como éstos no lograron nada, el monarca se acordó del sacerdote católico y le formuló la misma exigencia. Él invocó con toda fe al único y verdadero Señor de cielo y tierra, que envió una lluvia tan abundante que el rey de Kandy no sólo liberó al sacerdote encarcelado, sino que éste pudo reiniciar su labor apostólica con completa libertad y hasta con la benevolencia del monarca, que, además, dio libertad de culto a los católicos. Esta nueva situación permitió al P. José «contar con el laicado —como afirmó el Papa en la homilía de su beatificación— en la tarea de reconstruir la Iglesia en vuestro país, y preparó líderes laicos que, en ese momento de dificultad, velaran por la grey de Cristo dispersa».

Pero no se contentó con el apoyo de los laicos para la labor catequética, sino que dándose cuenta de la necesidad de sacerdotes para atender a las necesidades espirituales de la cada vez más floreciente comunidad católica, mandó recado a Goa, para que vinieran refuerzos que le permitieran fundar una misión oratoriana. Mientras tanto, habiendo rechazado humildemente el episcopado, fue nombrado vicario apostólico en Ceilán.

Una vez que consideró consolidado el catolicismo en la zona montañosa del interior de la isla, aprovechando la libertad y desafiando el peligro de ser apresado por los holandeses, se adentró en amplias zonas costeras dominadas por ellos para evangelizarlas, llegando hasta la misma Colombo, ante la rabiosa impotencia de los calvinistas, que finalmente se vieron obligados por la fuerza de los hechos a admitir el libre ejercicio del culto católico en el territorio a ellos sometido. Contribuyó a todo ello la heroica caridad del R José, que se mostró de modo especial en su entrega sin límites a las víctimas de la epidemia de 1697, pues acogía a todos los afectados como hijos de Dios, curando, auxiliando o enterrando sin distinciones de raza, lengua o religión.

De 1700 a 1705, organizó una serie de viajes misioneros por todas las regiones de la isla, intensificando su ministerio tanto entre los católicos como entre los paganos. Las innumerables conversiones que obtuvo, incluso entre las clases dirigentes nativas, motivaron envidias y recelos y diversas campañas de calumnias contra él, amén de inacabables persecuciones contra los que abrazaban la verdadera fe.

Con la llegada de nuevos misioneros, en 1705, pudo organizar la misión de Ceilán, subdividiéndola en ocho distritos, con un sacerdote en cada uno. Y con la ayuda de dos de ellos realizó uno de sus sueños: escribir literatura católica propia, para contrarrestar la difusión del budismo predominante. A pesar de que su salud se encontraba ya muy debilitada, en 1710 pudo realizar un último viaje apostólico.

Ésta fue su sencilla y generosa vida durante veintidós años, hasta que, completamente extenuado por un esfuerzo tan sobrehumano, tuvo que abandonar definitivamente su actividad apostólica y retirarse forzosamente a Kandy, donde se preparó para su partida para la casa del Padre con largas y fervorosas oraciones. Una vez cumplida su misión en la tierra, nació para la vida eterna la noche del 16 de enero de 1711.

Su fama de santidad llegó a Lisboa e incluso a Roma, donde el papa Clemente XI se conmovió al saber que el P. Vaz y un reducido número de colaboradores, en una lejana isla del Extremo Oriente, habían edificado gran número de capillas e iglesias, habían convertido a la verdadera fe a más de cien mil ceilaneses y no cejaban en su infatigable labor de apostolado entre los que todavía no habían conocido la Buena Nueva del Evangelio.

Fama de santidad que existía ya en Ceilán y se había extendido por toda la India, y, de hecho, su causa de beatificación se inició dos años después de su muerte, pero las repetidas persecuciones contra la Iglesia, las dificultades en las comunicaciones y los cambios políticos en la India, en Portugal y en otros países de Europa, que también repercutieron en la isla asiática, entorpecieron que la causa de beatificación se culminase mucho antes. Fue en el s. XX cuando multitud de voces se alzaron pidiendo la elevación del P. Vaz a los altares, al tiempo que se multiplicaban por doquier los testimonios de las gracias obtenidas por su intercesión. El 13 de mayo de 1989 se proclamó el decreto de virtudes heroicas y el 6 de mayo de 1993 el decreto del milagro. Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II en Colombo, capital de Sri Lanka, el 21 de enero de 1995, y canonizado por el Papa Francisco en Colombo, Sri Lanka el 14 de enero de 2015.

Este preclaro hijo de San Felipe Neri fue el fundador de la
primera comunidad indígena católica misionera, que se valió de
un sistema de apostolado plenamente adaptado al país, lo que ha repercutido sobremanera en toda la obra misional posterior.
Por eso no son de extrañar las siguientes palabras de S.S. Juan
Pablo II en la homilía de la misa de beatificación: «Quisiera expresar la alegría que descubro en vosotros, en vuestros sacerdotes, en vuestros religiosos y en especial en vuestras religiosas: la
gran alegría de ser cristianos, de ser religiosos». En la misma
homilía, el Santo Padre lo llamó con todo derecho «apóstol de
Sri Lanka» (por su fe y su fortaleza durante veinticuatro años de
apostolado) y «segundo fundador de la Iglesia» de ese país. Es
patrono igualmente de Goa, su diócesis natal.

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