Por: Bernardo Velado Grana | Fuente: Año Cristiano (2002)
Virgen (+ 1700)
En la historia de la expansión de la Iglesia, ante el descubrimiento y el hallazgo de nuevas tierras habitadas en el planeta, se escucha la misma voz que llamó un día a Abrahán y le dijo: «Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré; que yo engrandeceré y bendeciré tu nombre» (Gen 12,1-3).
Entre los que sintieron esa llamada interior y la siguieron destaca Margarita Bourgeoys, ejemplo vivo, digna de ser propuesta a la veneración e imitación de toda la Iglesia, ya que ha merecido con justicia el título de «Madre de una región y de una Iglesia» (AAS 79 [1987] 1033).
Nació Margarita el 17 de abril de 1620 en Troyes (Francia) y fue bautizada en el mismo día. Era la tercera de nueve hermanos, hijos de un modesto empresario que con su asiduo ttabaio pudo ir sosteniendo decorosamente familia tan numerosa. Sus padres se llamaban Abrahán Bourgeoys y Vilelma Garnier.
La vocación de maestra y educadora daba ya señales inequívocas desde su niñez más temprana, pues solía reunir a compañeras de su edad en pequeños grupos de trabajo y oración.
Huérfana de madre a los diez años, pronto tuvo que dedicarse a los cuidados y faenas de la casa preocupándose de sus hermanitos más pequeños. Ella misma, al final de su vida, da gracias a Dios por la educación recibida de sus padres y por la certera dirección de los sacerdotes que la orientaron muy temprano por los caminos de la piedad a una vida semejante a la de una religiosa, pero en medio del mundo.
Los desastres de la guerra la impresionaban y despertaban en ella una caridad compasiva. Por el testimonio escrito de una prima suya sabemos que sentía una gran preocupación por los pobres. Pero nada hacía presagiar su extraordinaria trayectoria espiritual futura.
Llegada a los años de la juventud, su hermosura física y sus encantos personales, las peculiares dotes de fina elegancia y buen gusto, halagaban su vanidad. Habría corrido peligrosos riesgos si no hubiera venido en su ayuda de modo visible la Santísima Virgen, a quien siempre profesó tierna devoción. En su fiesta del Santo Rosario se sintió llamada a una mayor entrega. Al contemplar la imagen de Nuestra Señora se sintió tocada y transformada.
Después de su conversión, dando la espalda a sus vanidades, decidió apartarse del mundo y entregarse totalmente al servicio de Dios.
Por eso se lanzó primeramente a la educación de los niños y al cuidado de los enfermos pobres, de los moribundos y hasta de los difuntos, fortalecida ante todo por la recepción de los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía.
Pensó hacerse monja carmelita o clarisa, pero las dos puertas se le cerraron. Fue la Santísima Virgen quien, a través del director espiritual, le indicó que sin duda la llamaba Dios por otros caminos, a una vida de intensa actividad en medio del mundo y no encerrada en los claustros.
La Virgen le señaló y le propuso una vida andariega de misia rón. Cuando ya tenía 27 años, el fallecimiento de su padre vino omper el último lazo que le podría retener junto a su familia.
Se despertó entonces más y más su vocación misionera.
Cinco años después, que le sirvieron de reflexión, la divina Providencia fue abriendo horizontes a sus generosas aspiraciones.
A fines de 1652, el gobernador de Montreal (Canadá), Sr. de Maison-Neuve, vino a Francia buscando una educadora para las niñas de la guarnición francesa que se encontraba en Nueva Francia, como por entonces se llamaba a Canadá.
Le presentaron y recomendaron a Margarita Catalina Bourgeoys, cuya esmerada preparación era clara.
El gobernador le propuso que se uniera a otras mujeres que ya estaban dedicadas al cuidado de los enfermos y de los niños y que acogían a las personas incultas y salvajes en disposición de convertirse.
De nuevo la Virgen le dijo: «Vete, que yo nunca te abandonaré». Apoyada en esta palabra, Margarita abandonó la ciudad donde había nacido, de una vez y para siempre. Era el 6 de enero de 1653, sin dinero, con un hatillo por equipaje que podía llevarse cómodamente debajo del brazo.
Margarita, pues, a sus 32 años, obedeciendo un impulso interior y confortada con la aparición de Nuestra Señora, decidió trasladarse a Canadá, después de aceptar la misión ofrecida por el gobernador.
Durante la larga travesía a bordo de un barco de vela, estalló la peste, una horrible epidemia de cólera entre los pasajeros.
Margarita se convirtió en la enfermera y ángel consolador de los afectados en esta dramática coyuntura.
Después de nueve meses de navegación, el día 16 de noviembre desembarcó en Marianópolis, nombre que tenía entonces la ciudad de Montreal.
Lo primero que le pidió el corazón fue alzar de nuevo la Cruz que los iraqueses habían derribado en el altozano.
Un símbolo y una oración: Cristo era quien había de acompañarles y orientarles en las dificultades, trabajos y fatigas.
Y comenzó enseguida su labor de apostolado enseñando el catecismo y visitando a los enfermos en las cabanas, al mismo tiempo que practicaba continuas obras de caridad.
Desde 1653 a 1658, prestó sus servicios a incontables colonos, con especiales cuidados para las madres y los niños, de tal manera que mereció ser llamada «la madre de la colonia». No sólo les enseñaba el catecismo, sino las más sencillas tareas de la vida cotidiana.
Consolaba a los enfermos y prestaba ayuda a las mujeres que los atendían, siempre insuficientes.
La intrépida Margarita, entre otras urgencias y en ocasiones metida en medio de los grandes peligros que comportaba la irrupción de bandas armadas, todos los días había de esforzarse en defender su propia tierra contra los depredadores. Y para eso había que levantar nuevas casas y todo cuando este empeño llevaba consigo.
Al cabo de cuatro años de trabajo, empieza su misión oficial de educadora. Daba clases en una pobre cuadra.
El 30 de abril de 1658 abrió en Montreal la primera escuela de niños y niñas.
En 1659 hizo la primera fundación, que llamó «Casa de la Providencia».
Siete veces volvió a Francia a buscar, entre sus amigas, colaboradoras de su obra y llevó a Montreal las personas que necesitaba para labor tan fructífera y prometedora. Las preparaba y prevenía con el testimonio de su ejemplo para los peligros que salen al paso en tierras desconocidas, convidándolas a consagrarse a Dios. Así nació la Congregación de Nuestra Señora de Marianópolis, que aprobó el rey de Francia Luis XIV en 1671.
En 1672, el «Rey Sol» les otorga a ellas y a sus compañeras la Real Patente de maestra de todo Canadá. Y el Vicariato Apostólico le da facultad de enseñar en las ciudades y en el campo.
Las maestras de Montreal estaban formando ya con toda propiedad una verdadera familia religiosa con el nombre y título de Congregación de Hermanas de Nuestra Señora.
En l!j75 fue aprobada por el obispo de Quebec, Mons. Francisco de Montmorency-Laval. Desde este año las «Hijas seculares» recorrían de dos en dos las riveras del río San Lorenzo «como María en la Visitación», para hacer a las niñas buenas cristianas y después buenas madres de familia, que era lo primero en la mente de la Sierva de Dios.
Empiezan a ingresar en el noviciado las primeras postulantes canadienses llamadas iroquenses y se abrieron misiones permanentes a instancias del Obispo y de los párrocos. Se fundó también una misión para niñas abandonadas, muchas de las cuales llegaron a ser fervientes religiosas.
Las Hermanas impartían la educación y la formación cristiana no sólo en la escuela sino también en las parroquias.
El año 1678 pudo Margarita ver concluida la obra que le había inspirado su piedad mariana en el año 1657: la edificación de una capilla —santuario dedicado a Nuestra Señora del Buen Auxilio—, primer lugar de peregrinación en honor de la Madre de Dios en la región de Marianópolis.
Cuando la Congregación se encontraba ya estructurada, el Obispo accedió a los deseos de Margarita y la exoneró de su cargo de Superiora. Largos años de trabajos y fatigas, verdadera noche del espíritu, la habían purificado.
Los siete años que estuvo enclaustrada en un sanatorio, la hicieron muy semejante al Buen Maestro.
Pero nunca dejó de mirar por la Congregación; y lo que no podía decirles de palabra lo confiaba a los escritos; esos escritos han sido como un tesoro de donde se alimentan y enriquecen sus hijas.
La obra se extendía prodigiosamente bajo la mirada sabia y prudente de la Fundadora. Se multiplicaron las vocaciones, las escuelas y los hospitales por toda la región canadiense.
El 24 de julio de 1698 firmó la aceptación de las reglas del Instituto de las Hijas Seculares de la Congregación de Nuestra Señora, tal como las había aprobado el Obispo de Quebec, Señor de Saint-Vallier. Después hizo la profesión pública de los votos religiosos que ya venía cumpliendo hacía cuarenta años.
Ya podía cantar el «Nunc dimittis».
Falleció santamente en Montreal el 12 de enero de 1700 después de haber ofrecido su vida por la curación de una Hermana joven que estaba agonizando.
Margarita Bourgeoys y las mujeres que la siguieron no son religiosas vinculadas con votos, aunque se llamen Congregación. Así nacieron esos grupos de laicos comprometidos que, sobre la base firme de la gracia bautismal, se esfuerzan en dar testimonio de su encuentro con Cristo, mostrando el rostro de Cristo que se les ha revelado, para enviarles a propagar su nombre en el orbe entero.
Éste es el gran ejemplo que nos dejó Margarita, el espejo de un alma grande, optimista, a quien la Virgen María cautivó para que llevara su Hijo a los hombres de las tierras recién descubiertas.
Esa tierna y profunda devoción a la Santísima Virgen, un ardiente espíritu de caridad y paciencia, una delicada prudencia iluminada y sostenida por la oración y la piedad eucarística, caracterizaron su vida entera.
En 1859 se iniciaron los primeros pasos hacia su glorificación. León XIII decretó la introducción de la causa en 1878.
San Pío X reconoció el heroísmo de sus virtudes el 19 de junio de 1910.
En reconocimiento de sus heroicas virtudes y de los milagros obrados por Dios a intercesión suya, la beatificó el papa Pío XII el 12 de noviembre del Año santo jubilar de 1950.
En la basílica Vaticana lucía un hermoso estandarte en el que la nueva Beata con los brazos abiertos, mirando al cielo, estaba aureolada por una espléndida corona de alados ángeles niños. Más de veinticinco mil peregrinos de numerosos países, entre ellos Francia y España, además de Canadá, asistieron a la beatificación.
Un discurso de Pío XII a los peregrinos del Canadá contiene los mayores elogios para la ingente labor misionera de la Francia católica y singularmente para Margarita que, en un firmamento en que brillan como estrellas de primera magnitud tantos y tan santos e ilustres personajes, «Margarita Bourgeoys es todavía una resplandeciente figura en su humildad; maestra de escuela, misionera ambulante, fundadora de una congregación de “jóvenes seglares” con las que realiza el sueño acariciado para Francia por Francisco de Sales, ¡y lo realiza entre aquellas que llaman “salvajes”!, de manera tan perfecta que, sin contar todas las pequeñas alumnas formadas e instruidas por sus cuidados, eran numerosas sus hijas “mironas” enteramente dedicadas a Dios y a la salvación de las almas»…
El Papa terminó su discurso con este interrogante epifonema:
«¿Sin Margarita Bourgeoys el Canadá sería lo que es hoy? Haced, pues, subir hacia ella y por ella a Nuestra Señora, y por Nuestra Señora a Dios, el himno de vuestro reconocimiento» (cf. Ecclesia [1950] n.489, p.607).
A raíz de la beatificación creció notablemente la devoción popular y se multiplicaron los favores y milagros.
Por disposición de Juan XXIII ya se había reanudado la causa de canonización con un decreto del 16 de noviembre de 1960, cuando por su intercesión se obtuvo en junio de 1968 una nueva curación instantánea y perfecta en la joven de 22 años Lisa Gauthier de Montmagny (Quebec, Canadá). Padecía cáncer incurable de colon que desapareció por las oraciones de sus familiares y de las religiosas y la aplicación de una reliquia de la Beata.
El proceso apostólico instruido en la curia diocesana de Santa Ana de Pocatiére en 1978 fue reconocido con validez jurídica por la Sagrada Congregación para el Culto de los Santos el 6 de julio de 1979.
El dictamen médico sobre el carácter preternatural de la curación fue aprobado por la Junta especial del dicasterio y por la plenaria de los Cardenales en el Vaticano el 12 de enero de 1982 y confirmado por el Papa el 2 de abril del mismo año. Y el 24 de mayo, Juan Pablo II decretó la solemne inscripción en el catálogo de los Santos y la gloriosa canonización de Margarita Bourgeoys, primera santa del Canadá, que tuvo lugar el 31 de octubre en la patriarcal basílica de San Pedro del Vaticano con gran asistencia de fieles y prelados de todo el mundo.
Fue una educadora y misionera de vanguardia. Su obra ha florecido hasta nuestros días, en los que cuenta con seis mil religiosas en doscientas casas.