Por: José M. de Garganta, OP | Fuente: Año Cristiano (2002)
Presbítero y confesor (+ 1275)
El siglo Xll surgió en la historia de la Europa occidental animado por un espíritu creador. Nuevas estructuras políticas y sociales, nuevas corrientes literarias, nuevas formas de vida, nuevas escuelas de perfección religiosa, nuevas empresas colectivas en la unidad de la cristiandad como despliegue de su vitalidad interna, no por la fuerza política de un imperio cuarteado y caduco. Este impulso juvenil del siglo Xll llegó a plena sazón con las grandes realizaciones del siglo XIII, en el vértice de la sociedad cristiana medieval: municipios y mercados, catedrales y universidades, el acento familiar de las lenguas romances, el vigor de las monarquías, la luz de la escolástica, el espíritu de renovación evangélica de las Ordenes mendicantes, los afanes misioneros, la plena supremacía del Pontificado Romano.
Es en el marco espléndido del cruce de los dos siglos, XII y XIII, y en algunos de sus ambientes más atractivos, donde hay que situar a San Raimundo de Peñafort si se quiere conocer con alguna exactitud su significación histórica y el sentido de su ejemplaridad cristiana.
Raimundo de Peñafort nació seguramente en el lugar de su apellido, a poca distancia de Villafranca del Panadés, en la diócesis de Barcelona, alrededor del año 1180, sin que conozcamos la fecha fija. Pertenecía a una familia de la pequeña nobleza feudal. De su casa poco se conserva; sería, más que un gran castillo, uno de esos pequeños castillos que abundan en la Cataluña vieja, un caserón de piedra situado en lugar adecuado; en el caso de los Peñafort, en un altozano. De los años de su primera infancia lo ignoramos todo, hasta la leyenda ha sido avara en relatos sobre dicho período. La primera noticia histórica es su intervención en 1204 como escribano del testamento de Raimundo de Rosanes. Ello supone cierto grado de preparación jurídica y una dedicación vocacional ya decidida de algún modo. La primera etapa importante de su vida comienza con sus estudios en la universidad de Bolonia, probablemente a partir de 1211. En Bolonia, la metrópoli de la ciencia del derecho, estudió derecho canónico y derecho romano y después se consagró durante algún tiempo a la docencia, consiguiendo muy pronto un auténtico prestigio en la difícil tarea.
Abandonó San Raimundo su vida de Bolonia para volver a Barcelona, tal vez a ruegos del obispo de la diócesis, don Berenguer de Palou. En la ciudad de Barcelona vivió como clérigo prestigioso, como lo dan a entender algunas intervenciones suyas de las que se conservan testimonios documentales. La vida antigua del Santo, escrita por autor anónimo poco después de la muerte del mismo, afirma que San Raimundo fue canónigo de la catedral de Barcelona, pero hoy se pone en duda la exactitud de esta noticia. Poco después de su establecimiento en Barcelona vistió el hábito de los frailes Predicadores en el convento de Santa Catalina de la misma ciudad. Sólo habían transcurrido dos años incompletos desde que se había extinguido en Bolonia la vida santísima del patriarca Santo Domingo. Gobernaba la Orden el Beato Jordán de Sajonia. Tiene particular significación este paso decisivo; Raimundo, hombre de leyes, abraza una forma nueva y discutida de vida religiosa, con particular empeño amparada por los Papas: precisamente este nuevo estilo de vida religiosa es el de una empresa militante y esencialmente eclesiástica.
Desde su convento dominico de Santa Catalina de Barcelona alcanzó San Raimundo, sin buscarlo, una extraordinaria fuerza de irradiación como norma viva de la justicia, hasta lograr una influencia decisiva en el establecimiento de un orden jurídico cristiano en los Estados de la corona de Aragón, en el momento de su mayor esplendor y de su mayor eficacia política. Varias fueron las zonas alcanzadas por la acción de San Raimundo: en el seno de su provincia dominicana la dirección magistral de los religiosos consagrados al ministerio de las almas, particularmente a la administración del sacramento de la penitencia. Para ellos escribió su Summa depoenitentia, que llegó a ser uno de los libros más difundidos en la baja Edad Media, manual insustituible para todos los confesores en el ejercicio de su sagrada tarea. La inspiración de la empresa misionera de los frailes Predicadores de su provincia religiosa para la conversión de moros y judíos, particularmente en las nuevas tierras cristianas de Mallorca, de Valencia y de Murcia, y también del norte de África. Al calor de este empeño misionero surgieron las escuelas dominicanas de lenguas orientales. En el mismo ambiente se formó, al amparo de San Raimundo, el gran orientalista y apologista Fr. Ramón Martí, autor del Rugió fidei, y por una feliz iniciativa del propio San Raimundo y para sus misioneros escribió Santo Tomás de Aquino su Summa contra gentiles.
Interviene San Raimundo como hombre de consejo en diversos acontecimientos de excepcional importancia, como la fundación de la Orden de la Merced, la predicación por el mediodía de Francia de la cruzada para la expedición de Mallorca, la organización de la Inquisición, la legación en España del cardenal Juan Halgrin de Abbeville. Nombrado capellán y penitenciario del papa Gregorio IX, desde la Curia romana pudo influir ampliamente en la resolución de asuntos de toda la cristiandad. Fruto maduro de su ciencia y de su experiencia fue la compilación del derecho canónico promulgada por el mismo papa Gregorio IX por la bula Rexpaáficus del 5 de septiembre de 1234.
No fue muy larga la estancia de San Raimundo en Roma. Su estado de salud, su amor al retiro, su empeño en evitar las consideraciones públicas le movieron a pedir con insistencia a Gregorio IX le dejara libre de sus cargos en la corte pontificia. Volvió a Barcelona y a sus tareas antiguas; el 15 de octubre de 1236 asiste a las cortes generales de la corona de Aragón. Interviene después por encargo del Papa en diversos asuntos graves: provisiones de sedes episcopales vacantes, absolución del rey de Aragón, que había incurrido en excomunión, absoluciones de herejes, dimisiones de obispos, resoluciones arbitrales de diversos asuntos litigiosos. Había vuelto a su tierra pero no para hallar reposo.
En Pentecostés de 1238, en el convento patriarcal de Bolonia, el capítulo general de los frailes Predicadores le eligió para maestro general de la Orden, para suceder al Beato Jordán, recientemente fallecido. No se hallaba San Raimundo en el capítulo. Llegó la diputación capitular a Barcelona y San Raimundo aceptó, obligado, el supremo gobierno de su Orden, cuando ésta significaba una de las fuerzas más eficaces de la Iglesia en aquella coyuntura. Así la Orden de los frailes Predicadores ha tenido en San Raimundo el codificador de su legislación interna. La revisión y aprobación del texto de las Constituciones dominicanas le ocupó dos años; logrado este objetivo, renunció al generalato de la Orden en el capítulo general de 1240. Durante su breve gobierno consiguió una serie de disposiciones legales de diversa índole de la Santa Sede para resolver su labor completiva del ordenamiento jurídico dominico.
Abandonada la suprema magistratura de la Orden, San Raimundo volvió a su convento de Barcelona para no dejarlo ya hasta su muerte. Comienza entonces el último período de su vida, largo lapso de treinta y cinco años. El Santo declinó toda clase de honores y cargos de gobierno, pero, aunque alejado de la curia y corte romanas, no pudo renunciar a su oficio de capellán y penitenciario del Papa. Durante aquel largo período y por una serie ininterrumpida de delegaciones pontificias, San Raimundo tuvo que intervenir en la resolución de múltiples y graves problemas eclesiásticos: provisiones de sedes episcopales, renuncias de obispos y abades, reforma capitular de Vich, absoluciones de herejes, dispensas matrimoniales, normas a los inquisidores, litigios entre comunidades religiosas, negocios de bienes eclesiásticos y tantos otros asuntos que el biógrafo no puede exponer sin seguir una a una las piezas documentales muy numerosas que nos han llegado de aquella etapa raimundiana, y no serán pocas las perdidas.
Un lugar muy destacado, al lado de sus actividades pontificias, ocuparon en la vida del Santo durante aquellos años sus tareas de consejero de toda clase de personas, particularmente su influencia en los problemas familiares del rey Jaime I y en el litigio grave en torno a los derechos del Infante don Pedro.
Complemento de estas múltiples manifestaciones de su magisterio moral y jurídico fue la labor de escritor orientada a unos mismos fines, cristalizada en diversos opúsculos sobre la guerra y el duelo, sobre la visita de las diócesis y la cura pastoral, sobre los negocios mercantiles y no pocas resoluciones de las más varias consultas.
La vida antigua del santo nos habla de su don de consejo, de su celo por los musulmanes y judíos convertidos, de su caridad universal, de su piedad, de su fervor en la celebración de la santa misa, de su observancia religiosa, su don de milagros, su total desasimiento de las dignidades y honores humanos. Su vida fue una total entrega a los supremos ideales de la santidad y del apostolado, sirvió a la Iglesia romana como obrero absolutamente desinteresado. Intervino en la vida de su patria con toda eficacia en uno de los momentos cruciales de su ruta histórica.
Como ocurre con otros santos de la Edad Media, de San Raimundo no conservamos testimonios valiosos de su vida íntima, ni tampoco tenemos datos abundantes sobre su manera peculiar de actuar en los ministerios apostólicos, en sus intervenciones como consejero, en su vida comunitaria. Un relato tardío sobre su actitud con Jaime I, rey de Aragón, en el ejercicio de sus funciones de confesor, seguido del milagro de su huida a Barcelona sobre las aguas del mar, carece de valor histórico. Sin embargo, podemos conocer de algún modo la manera de ser de San Raimundo a través de los grandes hechos de su vida, de sus soluciones y sus consejos y, sobre todo, si nos ayudamos de sus escritos, todos ellos de carácter práctico, pastoral. Así podemos conocer el sentido de su vida.
Un sentido profundo de la realidad humana fue una de las características del santo, más hecho para formar hombres que para escribir libros, como señaló el obispo de Vich, Torras y Bages.
Sentido de la Iglesia y de la sociedad civil, de las instituciones y de las leyes. Por ello el padre Gardeil vio como característica de la vida espiritual de San Raimundo el predominio del don de piedad en esta filial entrega a la Santa Madre Iglesia, a su Orden y a su patria, con los ojos fijos en su filial vinculación a Dios en la vida terrena, aceptada plenamente como una peregrinación y como un servicio.
Terminó San Raimundo su peregrinar sobre la tierra el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía del Señor, del año de 1275. A las exequias de aquel religioso que tanto había huido los honores humanos, asistieron Jaime I de Aragón y Alfonso X el Sabio de Castilla, con prelados, príncipes y señores. A raíz de su muerte comenzó el culto público. Fue beatificado en 1542 por el Papa Pablo III y canonizado solemnemente por el papa Clemente VIII el día 29 de abril de 1601.