Por: Andrés de Sales Ferri Chulio | Fuente: Año Cristiano (2002)
Presbítero (+ 1850)
Recibió el presbiterado el 18 de mayo de 1818, celebrando su primera misa en la iglesia del Corazón de Jesús de Frascati.
Su máxima preocupación fue dar a conocer el amor de Dios, dejándose dominar por la gloria y la grandeza de su amor infinito para divinizarse el mismo hombre y convertirse en un apóstol lleno de fuerza y de gracia. En 1834 comienza a desarrollar una idea que ha visto con providencial claridad: debe activarse la energía de los seglares en la obra del apostolado misionero para propagar la fe entre los hombres. El 14 de abril del año siguiente inició la Sociedad del Apostolado Católico, su obra.
En un siglo con nuevas familias religiosas surge una con un fin específico que no se propone nada de particular o insólito, sencillamente, coordinar y potenciar todas las obras existentes llamando a colaborar a sacerdotes y laicos. Se necesitaba la colaboración de los laicos en el apostolado de la Iglesia, hombres y mujeres de toda clase social. Comenzó instruyendo a los niños del Oratorio de Santa María del Pianto, abrió más tarde dos escuelas para aprendices, predicó a nobles y militares, dedicó su mayor atención a los pobres, renunció a honores y beneficios eclesiásticos, aceptando, sin embargo, la dirección espiritual del Seminario Romano, y de los Colegios de Propaganda Fide, escocés, irlandés, griego e inglés.
Entre 1837 y 1845 transcurrió el período heroico de su obra, viéndose marginado por la incomprensión y la envidia, perseverando y dilatándose en la acción: «¡No creas que eres incapaz de lograr menos que los mayores santos! Con la gracia de Dios, conseguirás metas aún más altas».
La novedosa consideración del laicado como parte integrante de la Congregación, con los mismos deberes misionales, derechos y privilegios espirituales, descubrió su riqueza carismática advirtiéndole de la urgencia del apostolado bajo la dirección de la jerarquía. En este sentido fue el precursor de los fines y actividades de la Acción Católica, de ahí que de inmediato formaran parte de su Congregación médicos, abogados, tipógrafos, ebanistas…
En 1835 se hace cargo de la Iglesia Nacional de los Napolitanos de Roma, desplegando su inagotable actividad apostólica con conferencias semanales a los sacerdotes, misiones populares y predicando ejercicios espirituales. Dios ocupaba el centro de su vida con el ferviente deseo de perseverar en el amor a Dios. En este sentido su apostolado universal era la consecuencia del amor divino, una espiritualidad que ha dejado una profunda huella en el último tercio del siglo XX según la preocupación sobre el apostolado seglar del Concilio Vaticano II, que reiteradamente ha manifestado el papa Juan Pablo II recordando la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.
«Trabajemos, trabajemos incansablemente en la propagación de la fe y en suscitar el amor por la infinita gloria de Dios».
En enero de 1836 celebró por primera vez el Octavario por la unidad de las iglesias cristianas.
Durante la epidemia colérica del año 1837 Pallotti y sus amigos se dedicaron decididamente a atender a los apestados, acreditándose de manera notable entre los romanos la admirable caridad de todos ellos. En 1838 surgió la primera comunidad femenina de las Hermanas del Apostolado Católico, al tomar el hábito cinco educadoras de la Pia Casa di Carita de Roma.
También se consagró con ahínco a paliar las necesidades de las misiones en países no cristianos y de la Iglesia en naciones no católicas. Al estallar la revolución de los republicanos radicales en 1849 sufrió persecución, en razón de lo cual tuvo que esconderse durante los meses de febrero a julio. Era considerado como «amigo de los jesuítas» y «enemigo del pueblo», encontrando refugio en el Colegio Irlandés. Durante su estancia en el mismo escribió de rodillas el devocionario titulado «Dios, el amor infinito», donde dejó muestra de su esclarecido espíritu mediante sencillas meditaciones del Credo apostólico para los fieles, mostrando la riqueza de su vida interior: «¡Oración! ¡Oración! Para que llegue el momento en que se pueda hacer todo».
La Virgen María tuvo un lugar principal en su corazón y en su espiritualidad: «con este amor intento amarla y deseo que sea amada y honrada siempre por todas las criaturas». Por amar y hacer amar a «mi más que enamoradísima Madre» publicó de vocionarios, convirtiéndose en el apóstol de la piadosa práctica del Tributo cotidiano a María, según las obras de San Buenaventura.
Amigo fraterno de San Gaspar del Búfalo, a quien confesó y confortó en su tránsito, y de quien actuó como testigo en el proceso informativo para la causa de canonización: «Caso verdaderamente raro. El sacerdote romano que declaró e informó para la canonización del sacerdote romano».
El amor a los pobres constituye una exigencia intrínseca y fundamental, dando ejemplo con su testimonio caritativo de caridad fraterna y contribuyendo a la civilización del amor. Un gran esfuerzo llevado a cabo con providente visión profética que «constituye el documento de identidad de los Palotinos en la Iglesia».
El crecimiento de la Sociedad y la multiplicación de sus iniciativas lo indujeron a aceptar la iglesia de S. Salvatore in Onda como sede de la misma, debiendo realizar costosas obras de restauración en la fábrica.
Falleció el 22 de enero de 1850, recibiendo sepultura en la iglesia de S. Salvatore in Onda. A su muerte se fundó la Congregación Misional de las Palotinas que estableció su sede central en Limburgo (Alemania).
Su cuerpo fue reconocido en 1906, siendo colocado en 1950 debajo de la mesa del altar mayor. Fue beatificado por Pío XII el 22 de enero de 1950. El 20 de enero de 1963 fue declarado Santo por san Juan XXIII en la Basílica Vaticana, proclamándolo patrono principal de la Unión Misional del Clero el 6 de abril de 1963.