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EL AMOR NOS ELEVA HASTA ALTURAS INEFABLES[1]

 “El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, […] en el amor hallan la perfección todos los elegidos de Dios”[2]

El amor es algo fundamental para todo ser humano, creyente o no creyente, en lo único que se diferencian es en que el no creyente cimienta su amor en algo diferente a Dios; pero en definitiva sigue siendo amor.

Miremos a la ética desde la su concepción como costumbre, como ethos[3], tomándola como camino, estilo o modo de vida seguro y verdadero.

Por consiguiente, desde el punto de vista que se ha mencionado, la ética se hace un sendero en el que, si se inicia desde el amor, se hace posible tener como meta el sueño casi utópico de la paz y la solidaridad entre todos.

Ya que si hombres y mujeres se unen en un mismo caminar ético en el que se guían por el amor, se les hace imposible evitar entre ellos: la compasión, la tolerancia, el respeto… que poco a poco construyen la paz.

El amor hace que el hombre sea solidario con los otros, por esto me permito afirmar que la mejor manera de tomar la ética desde su fundamentación es en la caritas.

Se debe tener claro además que a partir del punto de vista creyente “Deus caritas est”, es decir Dios es amor o Dios es el amor; por tanto, todo el que ama tiene a Dios en su corazón y se caracteriza por:

socorrer a quienes lo ofenden, haciéndolos sus amigos; hace bien a sus enemigos. […] es dulce, bueno, pudoroso, sincero y se ama a los demás, no desprecian […] reconoce en el otro a su verdadero hermano.

Arístides de Atenas[4]

El amor debe habitar en todo corazón

En conclusión, podemos decir que en el corazón del hombre creyente o no creyente debe habitar el amor y que este amor es algo tan grande que desborda el simple sentimiento, llegando a permear incluso las actitudes, la personalidad, la moral y la ética de cada ser humano. 

No se equivocaba san Agustín al decir: “Ama y haz lo que quieras”[5], pues quien ama ordenada y sinceramente no puede llegar nunca a dañar o dañarse a sí mismo.


[1] Los primeros cristianos, Larrari Aguirre, 2011, Planeta Testimonio, n. 1.10, p. 200. Frase de san Clemente Romano.

[2] Op.cit.

[3] Dios como fundamento de la ética, Doc. Fernando Fernández Ochoa, Salamanca, 26 septiembre de 2015.

[4] Gabriel Larrauri, op.cit, p.142, n.7.8

[5] San Agustín de Hipona, Obispo.

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