Callar es imposible para el que ama. La evangelización fruto del Resucitado. Catequesis para el miércoles santo

Oh, Dios,
que has iluminado esta noche santísima
con la gloria de la resurrección del Señor,
aviva en tu Iglesia el espíritu de la adopción filial,
para que, renovados en cuerpo y alma,
nos entreguemos plenamente a tu servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Oración colecta del Sábado Santo.

La Pascua no sólo aconteció en Cristo, sino que acontece también en nosotros, mediante la celebración de los santos misterios y por la adopción filiar que nos injerta en la vida de Dios.

«¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!», recita el pregón Pascual, eso se vive en la Pascua, ya que esta es la fiesta de la luz, del agua, de la Palabra y de los Sacramentos.

La Pascua es el encuentro liberador de Dios con su pueblo y a través de la Liturgia de la Palabra se nos recuerda como Dios ha hecho historia de salvación con su pueblo. Es la noche Sacramental por excelencia, ya que, todos los sacramentos tienen su origen y tienden a la Pascua, porque de su muerte procede nuestra vida, de sus llagas nuestra curación, de su caída nuestra resurrección, de su descenso nuestro resurgimiento, por tanto, la Pascua puede transformar nuestra existencia si dejamos que Dios pase y muestre los portentos que puede realizar.

Cristo ha Resucitado y «Él es quien nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al reino eterno» (Melitón, Peri Pascha, 68), por eso el cristiano sólo puede tener un estilo de vida: spe gaudentes, es decir, alegre por la esperanza (Rom 12, 12), y esto se da porque el Señor ha vencido hasta lo que se consideraba imposible: la muerte. Él es el Señor de la libertad, de la luz, del orto.

Es importante recordar que, «los seguidos de Moisés imploraban el cordero pascual una vez sola al año el 14 del mes primero, por la tarde. Sin embargo, nosotros, hombres del Nuevo Testamento, al celebrar nuestra Pascua todos los domingos, nos saciamos a continuación del Cuerpo del Salvador y comulgamos después la Sangre del Cordero. Por eso cada semana celebramos nuestra Pascua, en el día sagrado del Señor» (Eusebio. De solemnitate paschalis, 7. PG 24, 701).

En cambio, los cristianos en cada domingo tenemos la certeza que ese es el día en que la Iglesia suspira porque su Salvador viene, es el día de la nueva creación, el día aleluyatico, el día de Cristo luz del mundo, día del Espíritu, día de la Iglesia, pero ante todo día de la eternidad. Pero, para vivir este encuentro es necesario tener presente que «la Pascua no consiste en el ayuno, sino en la oblación y en el sacrificio que se realiza en cada sinaxis, es decir, en la reunión o la asamblea de los fieles. (…) Por eso, cada vez que te acercas con conciencia pura a la Eucaristía, celebras la Pascua» (San Juan Crisóstomo. Adv. Iudaeos, hom. III, 4; PG 48, 867), por tanto, es necesario tener conciencia del banquete de los ángeles que se nos ofrece continuamente, pero que, tiene su culmen o más bien, tiene su corazón en la Vigilia Pascual.

Después de sentirnos salvados, la única acción posible es el anuncio de la Resurrección, es la evangelización, en la cual Jesús nos regala su Espíritu para ser auténticos pregoneros de que Dios vive y quiere vivir en todos, y ser en todos, ya que, por amor, Dios pone al alcance de todos la eternidad.

¡Verdaderamente el Señor ha resucitado! y quiere que vivamos como hermanos en la paz que Él concede. Él quiere concedernos vivir de la esperanza que entraña riesgo, induce al peligro y a la prueba, a la decepción y a la sorpresa, que es un gran regalo ya que la fe ve sólo lo que es. En cambio, la esperanza, vislumbra lo que será. El amor ama únicamente lo que es. Ella, empero, ama lo que será, en el tiempo y por toda la eternidad.

Si la Pascua es en nosotros verdadera, será posible entregarnos al servicio de Dios plenamente, ya que Cristo es nuestra Pascua, nuestra esperanza, porque Él abarcar la felicidad y el dolor, el amor y la tristeza, la vida y la muerte, es decir, que envuelve toda nuestra existencia.

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