Es la paz del alma
decirte siempre Sí;
presagio de vida eterna
que prende la luz en mí.
Sí, te dice mi amor.
Sí, el arranque de dolor,
que en horas amargas
brota mi pobre corazón.
Sí, te grito en mis sueños,
Sí, mis vigilias repiten.
Sí, el hervir de mi sangre.
Sí, el suspirar por mi dueño.
Decirte Sí, es mi delirio;
es el alborear del cielo,
es el asentir a mi dicha,
es de mi amor raudo vuelo.
Sí… está bueno… lo quiero…
que guardes silencio en el cielo,
que rujas en la tormenta,
que en mi alma estés quedo.
Que el aire me traiga besos,
que el sol hable de tus incendios;
que retumbando el trueno,
traspase de terror mis huesos.
Quiero decirte Sí, en cada hora
Sí, en el correr de los tiempos;
Sí, en el dolor de mi carne,
Sí, en el deshacerse mis huesos.
Sí, te diré en mí agonía,
Sí, al extinguirse el aliento,
Sí, al terminarse mi vida,
Sí, en el traspasar del tiempo.
Sí, gritaré llegando al cielo,
Sí al mirarte tan bello.
Sí, al repetir el “Santo, Santo”
de los ángeles que anhelo!
Y el tornasol de los ojos,
que brillan en el rostro bello,
de mi Madre, la adorada,
un SÍ me arrancará dulce y ledo.
Desde que aprendí, Dios mío,
a decirte siempre SÍ,
no hay luchas en mi alma
se acabaron las penas para mí.
Santa Laura Montoya, 1935.