«Madre de los hombres y de los pueblos, Tú conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que sacuden al mundo, acoge nuestro grito dirigido en el Espíritu Santo directamente a tu Corazón y abraza con el amor de la Madre y de la Esclava del Señor a los que más esperan este abrazo, y, al mismo tiempo, a aquellos cuya entrega Tú esperas de modo especial. Toma bajo tu protección materna a toda la familia humana a la que, con todo afecto a ti, Madre, confiamos. Que se acerque para todos el tiempo de la paz y de la libertad, el tiempo de la verdad, de la justicia y de la esperanza».[1]
La anterior oración fue compuesta por el papa Juan Pablo II para confiar el mundo al Inmaculado Corazón de María el 7 de junio de 1981 en la Basílica de Santa María la Mayor, día de la solemnidad de Pentecostés, además, día elegido para recordar el 1600° aniversario del primer Concilio Constantinopolitano y el 1550° aniversario del Concilio de Éfeso; aunque el papa estuvo ausente por fuerza mayor, se transmitió su alocución grabada.
En la tierra poseemos una madre que nos cuida, ama, protege y acompaña, pero sin duda en el cielo también tenemos una Madre no solo mía sino de todos. Una Madre que abre sus brazos y nos acoge en su corazón y que ante la súplica de cada uno de sus hijos es capaz de presentarlas a su Hijo Jesús. María es referente de itinerancia hacia el cielo. Ella es una mujer que a puesto su mirada en la eternidad y por ello fue capaz de confiar en un plan de salvación que la superaba a ella misma.
La Virgen Madre sabe acoger las súplicas de sus hijos porque ella ha sentido la fragilidad de ser humano, pero también la grandeza de la fragilidad que confía en el plan de Dios. Ella como Madre no desecha las súplicas porque sabe que cada una conserva un hijo que fue fruto del amor de Dios, un hijo que clama por ser escuchado y por ser atendido, como un pequeño que depende de los cuidados de sus padres. Así somos, frágiles y necesitados, pero mirados por la gracia de Dios en los ojos de la Esclava del Señor.
En la mirada extasiada de María a Jesús cabemos todos. Ella nos representa a todos los hombres que estamos sedientos de una mirada que conceda paz y seguridad, pero que también brinde afecto y cercanía. El hombre se encuentra con la mirada de Dios cada que profesa un fiat al plan de Dios, cada que escucha y acepta el proyecto para que Dios se haga carne. Sin duda el hombre también se encuentra con la mirada de Dios cuando contempla a la Virgen como Madre del Verbo Encarnado ya que ella escuchó el plan de Dios y luego Jesús hizo morada en su seno por medio del Espíritu Santo.
María al momento de proclamar su «sí» tuvo miedo y duda, pero fue capaz de elevar una súplica de confianza y acoger el plan de Dios, un plan que no cambiaba el proyecto de María, sino que más bien lo llevaba a la plenitud. Dios no cambió el proyecto de María de ser madre y esposa, más bien Dios introdujo una novedad y un don: el ser Madre del Redentor.
Cuando atravesemos momentos de duda la Virgen Madre es una buena intercesora, no sólo porque es Madre sino porque experimentó dudas frente al plan de Dios. María descubrió que frente a la duda el camino de solución es confiar; confiar algunas veces implica creer en una voz misteriosa como la de un ángel, en otros momentos implica tener la certeza de que Dios lo puede hacer todo como en las bodas de Caná. María sabrá escucha nuestro grito de hijos porque ella también es hija.
La confianza en Dios no defrauda porque el Espíritu Santo sondea los corazones de sus hijos y penetra en los planes no para arruinarlos sino para darles plenitud. Los gritos de nuestro corazón serán escuchados cuando seamos capaces de dejarnos mirar por Dios. María nos acorta el camino ya que con su dulce mirada nos seduce y atrae. ¿Te atreves a seguir gritando a tu Madre?
[1] Radiomensaje durante el Rito en la Basílica de Santa María la Mayor. Veneración, acción de gracias, consagración a la Virgen María Theotokos, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV, 1, Città del Vaticano 1981, 1246. Tomado de: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20000626_message-fatima_sp.html