¿Qué piensa usted del “código da vinci”?

Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE | Fuente: El Téologo responde

Efectivamente “El Código Da Vinci”, de Dan Brown, es un libro que ha levantado mucha polémica, pero no merecería un artículo serio de no ser por el daño que está (y seguirá) causando en tantos incautos, incluso en personas de buena fe. Ya han sido publicados también buenos estudios poniendo de manifiesto las incontables falsedades contenidas en el libro. Para responderle haré referencia sólo a uno de estos libros, titulado “De Da Vinci Hoax”, “El fraude Da Vinci”, por Carl Olson y Sandra Miesel[1]. “La refutación definitiva”, lo califica Mons. Francis George, Cardenal de Chicago, en su Prólogo, con mucha razón[2].

Todo el mundo –o casi– ha sentido hablar ya de “El Código Da Vinci”; muchos están encantados con él, en gran medida llevados por la moda, que es la que indica hoy qué es interesante leer o creer, y no por el contenido o el valor literario. De hecho Peter Miller, critico del The Times de Londres afirmó que “este libro es, sin duda, el más tonto, inexacto, poco informado, estereotipado, desarreglado y populachero ejemplo de pulp fiction que he leído”; Francisco Casavella, de El País, de Madrid, lo calificó como “el bodrio más grande que este lector ha tenido entre manos desde las novelas de quiosco de los 60”. En el suplemento cultural del diario El Mundo, Fernando Sánchez Dragó escribió: “El éxito de este libro responde al infantilismo generalizado de los seres humanos, en línea con el mercantilismo de los charlatanes de la New Age, y la falsa espiritualidad de Paulo Coelho. Sus lectores se encuentran entre los aficionados al fútbol y los teleadictos más patéticos, gente que no ha crecido mentalmente”[3].

Estando así las cosas, escribir sobre “El Código Da Vinci” sólo se justifica por lo que señala James Hitchcock en su Introducción a “El fraude Da Vinci”, a saber, que si bien hay muchos libros serios escritos sobre los temas mencionados por Dan Brown, “la gente que no lee libros serios, están leyendo ‘El Código Da Vinci’, y para muchos es lo más cercano a un libro ‘real’ que ellos jamás encontrarán”. Y continúa: “Hay una extraña suposición, que se puede detectar incluso entre algunos que se profesan cristianos, según la cual el libro de Dan Brown no habría sido publicado, y no habría llegado a ser un best seller, si no fuera verdad”[4].

“El Código Da Vinci” representa el más sistemático ataque a los fundamentos históricos del cristianismo; debe su efectividad al hecho de no ser una presentación teórica y teológica, sino novelada. Es un problema “serio” no por su profundidad, erudición o información sino por la capacidad de daño moral que puede lograr.

Dan Brown es un pintoresco caso de necedad: critica toda autoridad, especialmente a la Iglesia católica, pero él habla de todo, sin dudar jamás de sus propias afirmaciones y con una ignorancia (¿o malicia?) artística, histórica y teológica que pasma.

¿Cuáles son los problemas más serios de “El Código Da Vinci”? Los autores de “El fraude Da Vinci” los resumen en cinco: (1) Reclama ser históricamente preciso y basado en hechos, pero a menudo no lo es. Así la novela antepone una página titulada “Hechos” (Facts) que afirma: “Todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos, y rituales secretos en esta novela son exactos (accurate)”. Es la primera mentira. (2) Repetidamente falsifica o desfigura personajes, lugares y eventos de la historia. (3) Promueve el feminismo radical del programa neo-gnóstico. (4) Desfigura incorrectamente e injustamente el Cristianismo y la fe tradicional cristiana sobre Dios, Jesús y la Biblia. (5) Propaga una actitud relativista e indiferente hacia la verdad y la religión[5].

Es, en realidad, una agresiva tergiversación de la verdad cristiana. Como dicen los autores de “El fraude Da Vinci” citando a Hitchcock: “El Código Da Vinci no es simplemente otra ‘revisión’ progresista. Es nada menos que el reclamo de que el Cristianismo ha sido un fraude deliberado casi desde el principio, de que la historia de Jesús fue suprimida, y de que sólo ahora estamos aprendiendo por fin la verdad de todo esto”[6].

 

La religión de “El Código Da Vinci”. “El Código Da Vinci” tiene una religión: el gnosticismo. En el libro podemos encontrar numerosos temas gnósticos: la sospecha de la tradición, desconfianza en la autoridad, disgusto por el dogma y por los juicios objetivos de la fe, el enfrentamiento del individuo contra lo institucional, así como la promesa del conocimiento secreto.

El gnosticismo es hoy –como lo fue desde un comienzo– (para usar las palabras de Carl A. Raschke): “una religión de rebelión contra la religión convencional”[7]. Por “gnósticos” y “gnosticismo” los primeros Padres de la Iglesia no designaban tanto un sistema definido –de hecho entre los gnósticos de los primeros siglos hay notables discrepancias y contradicciones– cuanto el o los sistemas que se salen de las fronteras de la Ortodoxia (tomando por esta última la doctrina transmitida por los Apóstoles y sus ulteriores desarrollos homogéneos); el gnosticismo siempre se ha caracterizado por ser una ruptura en el desarrollo dogmático (como vemos en todas las herejías), o bien una incorporación de elementos espurios de la fe, o ambas cosas.

“El Código Da Vinci” se hace eco –asumiéndolas plenamente– de afirmaciones gnósticas sobre la Iglesia, sobre Cristo, sobre la “sacralidad femenina”. Dan Brown a través de sus personajes sostiene con todo convencimiento que fue el emperador Constantino y sus sucesores quienes inventaron, por razones políticas, la “divinidad” de Cristo y quienes convirtieron el mundo del paganismo matriarcal al Cristianismo patriarcal empleando “una campaña de propaganda que demonizó la sacralidad femenina” destruyendo la adoración de las diosas y asegurándose que la religión moderna fuera de orientación masculina[8].

En la visión de Dan Brown –como la de muchos gnósticos– la divinidad es un realidad androgina, o sea masculino-femenina, un “Poder bisexual”. En esto “El Código Da Vinci” coincide y depende de los libros de Margaret Starbird, “La mujer con el frasco de alabastro” (“The Woman with the Alabaster Jar”) y “Las diosas en los evangelios” (“The Goddess in the Gospels”), citados por el mismo Dan Brown. Eco de esto se puede ver en afirmaciones como, por ejemplo, que el retrato de la Mona Lisa (La Gioconda) no es ni varón ni mujer (Brown propone incluso que es Leonardo vestido de mujer), o de que Jesús al fundar (?) su religión lo hizo casándose con María Magdalena, etc.

Sin embargo, en algunos puntos, el moderno gnosticismo es incoherente con el antiguo. El neo-gnosticismo tiene una de sus más fuertes manifestaciones en el “feminismo radical”, que busca reivindicar los antiguos escritos gnósticos (por ejemplo, los Evangelios gnósticos como el de Tomás, el de Juan, etc.) como si éstas fuesen las fuentes donde se conservó la “verdad” de Jesucristo que no alcanzó a ser tergiversada por obra de Constantino; según sus defensores, en tales escritos habría quedado sentado el “feminismo” del movimiento fundado por Jesús (quien habría pensado, según estos autores, en la Magdalena como la futura cabeza de su iglesia y no en Pedro, quien más tarde la habría desbancado fundando el mito petrino). Esta idea comenzó en realidad en 1896 con el escrito conocido como “Pistis Sophia” o “Los libros del Salvador”(The Books of the Savior), popularizándose con los descubrimientos de algunos textos gnósticos en Nag Hammadi, Egipto, en 1945. Sin embargo, el gnosticismo tradicional no fue pro-femenino sino que despreció lo femenino; por tanto, Dan Brown y sus fuentes toman del gnosticismo lo anticristiano pero cambiando la misoginia del gnosticismo tradicional por el feminismo radical moderno.

Dos fuentes que aportan gran parte de la savia gnóstica de “El Código Da Vinci” son “La revelación templaria: Guardianes secretos de la verdadera identidad de Cristo”[9] y “Santa Sangre, Santo Grial”[10]. Estos libros y otros de análogo tenor han contribuido a poner –para muchos cristianos– los evangelios gnósticos al mismo nivel de los cuatro evangelios canónicos (o incluso a un nivel superior). No les importa que los evangelios gnósticos hayan sido escritos varias décadas e incluso algunos siglos más tarde que los canónicos, o que hayan surgido en ambientes heréticos y que hayan sido combatidos desde los primeros siglos por los Padres de la Iglesia; tampoco importa, para los cristianos superficiales, que el canon de los evangelios recibidos por la Iglesia esté ya reconocido por los primeros escritores eclesiásticos como Justino Mártir (en torno al 150), Tertuliano, Ireneo, etc. Ni importa que los evangelios canónicos hayan sido reconocidos como tales más de 150 años antes del Concilio de Nicea y de Constantino…; estos autores igualmente valoran cualquier hipótesis aventurera, tenga algún viso de veracidad o ninguno (como es nuestro caso); es una cuestión de ideología, no de ciencia histórica.

Newman ha dejado escrito que “entrar profundamente en la historia equivale a abandonar el Protestantismo”. Con mayor razón puede aplicarse este juicio a otros errores más graves como los transmitidos por los escritos neo-gnósticos. El problema está en que para entrar profundamente en la Historia hay que tener amor por la verdad y gusto por la seriedad. Quienes pretendan formar sus mentes con una cultura “fast-food” esperando que los conocimientos no exijan más trabajo que el que lleva comprar y comer una hamburguesa y unas papas fritas, nunca abandonará sus errores, pero tampoco podrá pensar con otra cosa que no sea su estómago.

El neo-gnosticismo también tiene otra característica y es el hecho de favorecer una de las vertientes dogmáticas del antiguo gnosticismo. Los primeros gnósticos –como puede leerse en el mismo Nuevo Testamento, especialmente en los escrito de San Juan– negaban los rasgos humanos de Jesucristo (docetismo), haciendo de éste un eón de la divinidad encarnado sólo de modo aparente; comienza de este modo la separación entre “el Cristo” y “Jesús”: Cristo sería el eón divino que sólo temporalmente habita en el Jesús humano (de hecho sin verdadera encarnación, pues para el gnosticismo la materia es mala) bajando a él durante su bautismo y abandonándolo en su Pasión (¡el escándalo de la Cruz!). Cristo, por tanto, es más que Jesús y no se reduce a él. Otra variante del gnosticismo hará de Cristo una criatura inferior al Padre aunque superior a los demás hombres (arrianismo). El neo-gnosticismo retoma ambas desviaciones: la más teológica enfatizando la distinción entre el Cristo y el Jesús histórico (Jesús es una manifestación más del Cristo junto a otras como Zaratustra, Mahoma, Buda etc.); y el más vulgar reduciendo a Jesús a un plano puramente humano. “El Código Da Vinci” se hace eco de esta desfiguración: para Dan Brown (a través de sus personajes) Jesús no solamente no es Dios sino que nunca pretendió serlo y los primeros cristianos jamás pensaron ni predicaron la divinidad de Cristo (lo cual estaría consignado, según él, en los escritos gnósticos). Es recién Constantino, y el Concilio de Nicea hábilmente manejado por él, quienes “deciden” por votación la divinidad de Cristo.

 

El mito de la Magdalena. El libro de Dan Brown (en su versión en inglés) dedica 25 páginas a hablar de María Magdalena[11]: su identidad, su supuesta relación con Jesús (estaría casada con él y habría tenido al menos un hijo), su rol en la iglesia primitiva, etc. Como muy bien apuntan los autores de “El fraude Da Vinci”, para muchos cristianos (incluso católicos) éste es el primer encuentro con María Magdalena, lo que hace comprensible su perplejidad.

Las afirmaciones falsas sobre María Magdalena en “El Código Da Vinci” se pueden sintetizar en cuatro[12]: (1) María Magdalena sería el Santo Grial de las leyendas medievales; de ahí que la famosa búsqueda del Santo Grial no sea la búsqueda del Cáliz usado en la Última Cena de Jesús, sino de la tumba de María Magdalena. (2) La Iglesia católica lanzó una campaña sucia contra María Magdalena desde tiempos muy tempranos, calumniando su nombre, etiquetándola de prostituta en orden a borrar toda evidencia de su poder; esta campaña ha incluido asesinatos y violencias y sigue en nuestros días. (3) Jesús y María Magdalena estaban casados; este “hecho” según “El Código Da Vinci” ha sido examinado en detalle y explorado interminablemente por historiadores[13]. Por supuesto, no dice ni por quiénes, ni cuándo, ni dónde consta. Jesús y María Magdalena tuvieron hijos; después de la muerte de Jesús, María Magdalena huyó a Francia perseguida por la Iglesia Católica, o sea por Pedro. (4) María Magdalena fue el primer gran apóstol, habría sido de sangre real de la estirpe de Benjamín, etc.

Según Dan Brown, Jesús habría sido el primer feminista, por eso pensó en María Magdalena como la cabeza de su Iglesia para después de su muerte y no en Pedro, continuando, de esta manera, las costumbres religiosas matriarcales y el culto a las divinidades femeninas del antiguo paganismo. Dan Brown se coloca así en la línea de los modernos escritos esotéricos que reivindican la “divinidad” (femenina) de María Magdalena, en particular las novelas de Margaret Starbird y los demás libros citados más arriba. Algunos medios de comunicación se han hecho eco de esta campaña pro-feminista radical que quiere poner como modelo de reivindicación a la Magdalena.

No vamos a desgastarnos aquí ­–como sí lo hacen meritoriamente los autores de “El fraude Da Vinci”­– refutando escriturística e históricamente todas las falsedades sobre la Magdalena y sobre la falsa campaña que la Iglesia habría hecho contra ella (María Magdalena es, de hecho una de las santas más populares y queridas por la Iglesia y, en contra de lo que cree Dan Brown o pretende hacernos creer, en los evangelios se le asignan actuaciones notabilísimas como lo demuestra el hecho de ser uno de los primeros testigos y anunciadores de la resurrección, o el ser mencionada con más frecuencia que algunos de los apóstoles, como Judas Tadeo o Bartolomé). Estos autores desvarían mucho más de cuanto puede tolerarlo un estómago sano creando una María Magdalena gnóstica, feminista, pagana, símbolo del culto por la “sacralidad femenina” presente en la literatura gnóstico-moderna (que reivindica, entre otras cosas, los cultos idolátricos del paganismo y el rol de las hechiceras y de las prostitutas sagradas de la antigüedad pagana). De hecho la identificación de María Magdalena con el Santo Grial o Cáliz de la Última Cena responde a la idea esotérica de que el cáliz –como cavidad– es un símbolo sexual femenino, en contraposición al sexo masculino representado por algún elemento penetrante. En algunos ritos wiccas modernos se introduce un cuchillo en un cáliz como símbolo del acto sexual y de la divinidad masculino-femenina; pueden leerse en este sentido libros del estilo de “El Código Da Vinci” como “Cuando Dios era Mujer” (When God was a Woman) por Merlin Stone, o “El Cáliz y la Espada: nuestra historia, nuestro futuro” (The Chalice and the Blade: our history, our future) por Riane Eisler.

Todo esto está presente en el interés moderno por la religión wicca, las prácticas de la New Age, el neo-paganismo y el feminismo radical, acompañados de gran animosidad contra la Iglesia católica –percibida como “patriarcal”. Con mucho fruto puede leerse al respecto el libro de Philip G. Davis: “Diosas desenmascaradas: el resurgir de la espiritualidad feminista neo-pagana”. Como dice este autor, no se trata de inocentes divagues o novelas: “los libros de diosas, deberían ser vistos como profesiones de fe, y sus autores como evangelistas neo-paganos”[14].

Muchos de estos autores que son fuentes de “El Código Da Vinci” sostienen que el papel que asignan a María Magdalena está afirmado en los evangelios gnósticos. Además de que, como ya hemos dicho, se trata de escritos ideológicos refutados como tales ya en los primeros siglos de la Iglesia, tampoco es como afirman estos señores. En realidad no hay más que un par de antiguos textos gnósticos que deben ser leídos con los lentes del feminismo radical y sacados fuera del contexto del pensamiento gnóstico antiguo, para poder interpretarlos de esta manera. Recuérdese que el antiguo gnosticismo despreciaba lo material –incluido el sexo– espiritualizándolo de manera indebida. El neo-gnosticismo, por el contrario, carnaliza lo que el antiguo desencarnaba. De todos modos esto importa muy poco a nuestros autores, para quienes vale todo cuanto sirva a su ideología y se permiten reinterpretar lo que sea necesario para llevar agua a su molino. Así, por ejemplo, resulta curioso que el feminismo radical esté en contra del “matrimonio institucional” (predica el sexo libre) pero hablan del matrimonio de Cristo y de María Magdalena cuando esto les conviene para rebajar la figura de Jesús.

Es también llamativo el disgusto que sienten hacia la Virgen María. “The Templar Revelation” la describe como “no-sexual y remota”; es percibida como débil, sumisa, dócil, como la encarnación de la subordinación. Así Mary Daly (lamentablemente una ex religiosa), feminista radical, describe a la Virgen María como una diosa “domesticada”, sexualmente violada (en su libro titulado sugestivamente “Gin-Ecología”: Gyn-Ecology[15]). Del mismo tenor Susan Haskins en “María Magdalena: mito y metáfora” (Mary Magdalen: Mith and Metaphor), pone a la Magdalena como el modelo “revisado” para la mujer actual.

De todos modos, no se crea que estamos ante gente seria: son gente, en todo caso, con “problemas serios”. Los argumentos que manejan tienen a veces un toque de ridiculez, ya que la grosería en que están empapados no admite que los califiquemos de humorísticos. Margaret Starbird, en su libro “La mujer con el frasco de alabastro”, al elaborar sus blasfemas caricaturas del matrimonio entre María Magdalena y Jesucristo dice: “he obrado bajo la suposición de que donde hay humo tiene que haber fuego”[16], por tanto tiene que haber algo de verdad –razona– porque si no fuera así, ¿cómo podría entenderse que películas como Godspell, Jesucristo Superstar y la Última Tentación de Cristo, hablen de una íntima relación entre Jesús y María Magdalena?

Podemos tolerar que a veces nos tomen el pelo, pero esta mujer parece querer arrancarnos los mechones a mordiscos.

 

El Jesucristo gnóstico del Código Da Vinci. Dan Brown afirma ser cristiano “aunque no tradicional”. Hay que ser muy caradura para afirmar esto. Su novela afirma que Jesucristo fue meramente un hombre o poco más que eso. Las principales afirmaciones sobre Jesucristo están resumidas por los autores de “El fraude Da Vinci” en las siguientes[17]: (1) La divinidad de Jesucristo fue establecida –por votación ganada por estrecho margen– en el Concilio de Nicea, el año 325. (2) Antes de esa fecha ningún seguidor de Jesús creía que él era más que un profeta mortal y un gran hombre. (3) El motivo por el que el Concilio de Nicea votó la divinidad de Cristo fue político –movido por Constantino (por lo cual, éste es el verdadero fundador del cristianismo)– con el propósito de solidificar el poder de la Iglesia católica (que Dan Brown llama “el Vaticano” creyendo que así era conocida en aquel entonces; debe pensar que es el nombre oficial y no el de la colina donde está edificada la basílica de San Pedro, dando nombre cuanto más a la curia vaticana). (4) De aquí se sigue que Jesucristo no es necesario para la salvación de nadie.

Si esto quiere decir “ser cristiano de una manera no tradicional” entonces Dan Brown nos ha enseñado algo realmente nuevo; ni Jesucristo lo sabía.

Dan Brown no puede ignorar de manera tan crasa la historia de Occidente (aunque manifiesta una gran ignorancia en muchos temas); lo suyo es tergiversación ideológica, hecha con mal gusto y pésima intención. Ni el Concilio de Nicea tuvo por objeto decidir sobre la divinidad de Cristo (aunque se condenó en él a Arrio que rebajaba a Cristo a una pura criatura humana), ni tuvo que ver Constantino en sus decisiones dogmáticas (de las que mucho no entendía; es más, hasta su muerte Constantino vaciló por las influencias arrianas de algunos de sus consejeros), ni es verdad que antes de Nicea los seguidores de Jesús no hubiesen sostenido su divinidad. Basta mirar los documentos antiguos: ahí están los escritos de Ignacio de Antioquia († 117), Justino († 165), Meliton de Sardes († 190), Ireneo († 200), Clemente de Alejandría († 215), etc., además de los escritos del Nuevo Testamento con toda la critica bíblica que avala su autenticidad e historicidad. Pero, ¿le interesa esto a Dan Brown?

Como en otras cosas también en este tema Dan Brown ha comido la alfalfa amarga de las peores corrientes anticristianas y anticatólicas; respecto de Jesús sus grandes fuentes –además de las ya mencionadas– echan raíces en la corriente liberal del “Jesús Seminar”, fundada por Robert Funk junto a John Dominic Crossan y Marcus Borg quienes lanzaron la idea del Jesús mítico contra el Jesús histórico con la intención de “liberar” a Jesús de las garras de la Iglesia católica y del fundamentalismo protestante (es decir, de quienes creen que es Dios) con un método muy “científico”: evaluando la autenticidad de los dichos de Jesús, mediante votaciones democráticas, usando bolillas de colores (rojo, rosa, gris y negro) según el grado de probabilidad que tenga el dicho de Jesús en cuestión (seguro, probable, atribuible en el fondo, aunque no en la forma, no procedente de Jesús). Se analiza algo tan fundamental como la verdad sobre Jesucristo de la misma manera que se vota en un concurso de belleza o en una competición de toros en la rural. Sin embargo, las ideas de estos autores no son nuevas: 150 años antes de Nicea ya habían sido denunciados los gnósticos por tratar de corromper la fe de la Iglesia en estas materias; se puede leer las Cartas de Ignacio de Antioquia, el De praescriptione haereticorum de Tertuliano, o el Adversus haereses de Ireneo de Lyon.

 

Otros temas… Podríamos seguir enunciando las mentiras de “El Código Da Vinci”. No los llamo errores pues habría que suponer demasiada buena fe en Dan Brown, sin que él nos dé la menor pista de tenerla. Ya dijimos que al comienzo de su libro aclara que contiene “hechos probados” y en sus repetidas entrevistas (que pueden leerse en “El fraude Da Vinci”) defiende que ha investigado cuidadosamente estos temas. O es un necio insobornable, o un mentiroso delirante, o una muy mala persona.

Para ver su seriedad basta recorrer algunas de las afirmaciones del libro y podremos observar que esta plagado de falsedades sobre[18]: Constantino, las religiones paganas, los Templarios[19], el Priorato de Sion[20], arte (¡y él afirma haber hecho cursos en España y que su esposa es crítica de arte! ¡qué caradura!), la fe cristiana, la Iglesia católica (“el Vaticano”, como la llama), el Opus Dei, las Catedrales, la masonería, las olimpiadas griegas[21], las cartas del Tarot[22], la Inquisición, la caza de brujas[23], la New Age, los halos de los santos, la mitra de los Obispos, la fecha del nacimiento de Cristo, sobre Leonardo Da Vinci –tiene una supina ignorancia de su arte, carrera, trabajos[24], historia[25] (no le pega ni al nombre, pues usa Da Vinci como si fuera su apellido, siendo no más que su pueblo de nacimiento; como si dijéramos “El Código Yapeyú” escribiendo una novela sobre José de San Martín, pensando que Yapeyú es el nombre de su familia), etc.

Admiro y quedo muy agradecido con Carl Olson y Sandra Miesel por haberse tomado el enervante trabajo de refutar la inmensa mayoría de estas mentiras; el sólo releerlas en su libro “El fraude Da Vinci” me ha significado varios dolores de cabeza y estómago; no puedo siquiera imaginar lo que habrán padecido ellos para dedicarse con paciencia a la insufrible lectura del libro original.

Permítaseme resumir lo dicho afirmando que sin hacer alardes de lucidez particular podemos sostener que Dan Brown es un necio. Como los sandios critica toda autoridad, especialmente la de la Iglesia católica, pero confía ciegamente (¡y nos pide que hagamos lo mismo!) en su autoridad personal. Brown se ha embarcado, con este libro (y algunos anteriores), en una anticruzada contra la Iglesia, la historia humana y el sentido común. El fondo de su argumento y la mayoría de sus juicios históricos o críticos representan una masa tan grande de gansadas que no le habríamos dedicado más de dos líneas si no fuera porque, como afirma acertadamente James Hitchcock, “él influirá sobre muchas personas que nunca leen libros serios”, y por eso las falsedades que “El Código Da Vinci” contiene, con la complicidad de los medios de comunicación que se han puesto a su servicio[26], sembrarán dudas, confusiones y apostasías.

Sé que hay muchas personas (incluso católicas) a quienes no les gusta que les digan lo que tienen o no tienen que leer, y que prefieren guiarse por sus propios juicios, o la moda, la curiosidad, la tentación o la superficialidad. Allá ellos. Cumplo con mi parte, y si la lectura de este libro envenena el alma de alguno, que recuerden que alguien avisó.

Bibliografía:

Olson y Sandra Miesel, De Da Vinci Hoax, Ignatius Press, San Francisco, California, 2004;

José Antonio Ullate Fabo, La verdad sobre el Código Da Vinci, Libros Libres, Madrid 2004;

Amy Welborn, Descodificando a Da Vinci, Ediciones Palabra, Madrid 2004;

Pablo J. Ginés Rodríguez, La Estafa del Código Da Vinci: Un best-seller mentiroso (se puede encontrar en varias páginas de Internet)

[1] Carl Olson y Sandra Miesel, The Da Vinci Hoax, 329 páginas, Ignatius Press, San Francisco, California, 2004; este libro no ha sido traducido al castellano todavía (ni sé si hay proyecto de hacerlo); por tanto si bien lo cito como “El fraude Da Vinci”, o “El fraude…”, téngase en cuenta que hago referencia a la edición en inglés. También las referencias al libro de Dan Brown, El Código Da Vinci, son de la versión americana (The Da Vinci Code, Doubleday, Random House, Inc., New York 2003).

[2] Carl Olson es autor de otros libros, ex editor de la revista Envoy y colaborador en varias publicaciones católicas de nivel (National Catholic Register, First Things, Crisis). Sandra Miesel es especialista en historia medieval por la Universidad de Illinois, y lleva veinte años escribiendo ensayos y artículos sobre historia, arte y hagiografía.

[3] Estas críticas pueden leerse en el artículo de Socorro Estrada, Dan Brown y el código del éxito, publicado en Clarín digital, el 23 del 09 de 2004.

[4] The Da Vinci Hoax, p. 14.

[5] Cf. The Da Vinci Hoax, pp. 33-38.

[6] The Da Vinci Hoax, p. 38.

[7] Citado en The Da Vinci Hoax, p. 47

[8] Cf. The Da Vinci Code, p.124

[9] Lynn Pincknett y Clive Prince, The Templar Revelation: Secret Guardians of the True Identity of Christ, New York, Simon and Schuster, 1998.

[10] Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, Holy Blood, Holy Grail, New York, Dell, 1983.

[11] Cf. The Da Vinci Code, pp. 236-261.

[12] Cf. The Da Vinci Hoax, p. 75; allí están indicadas los lugares precisos del libro de Brown.

[13] Cf. The Da Vinci Code, pp. 245, 249.

[14] Philip G. Davis, Goddess Unmasked: The rise of Neo-pagan Feminist Spirituality, Dallas, Tex.: Spence, 1998.

[15] Mary Daly, Gyn-Ecology: The Metaethics of Radical Feminism, Boston, Beacon Press, 1978, p.84.

[16] Cf. The Woman with the Alabaster Jar, p. XXI.

[17] Cf. The Da Vinci Hoax, p. 109; están en The Da Vinci Code, p. 233.

[18] Las siguientes notas pueden verse en el artículo de Pablo J. Ginés Rodríguez, “La Estafa del Código Da Vinci: Un best-seller mentiroso” ( http://www.mercaba.org/FICHAS/Persecucion/codigo_da_vinci.htm).

[19] Cree que fueron eliminados por el Papa Clemente V quien echó sus cenizas al Tíber; ni lo hizo este Papa (fue el rey francés, Felipe el Hermoso) ni pudo arrojar sus cenizas al Tíber porque este río está en Roma y Clemente V fue el primer papa que dirigió la Iglesia desde Avignon, en Francia, etc.

[20] Cree que el Priorato de Sión es una asociación secreta antigua que contó entre sus miembros a Leonardo Da Vinci, Isaac Newton, Victor Hugo; siendo que tal asociación realmente existe, es francesa, pero está registrada su existencia recién desde 1956, posiblemente originada tras la II Guerra Mundial.

[21] El novelista dice que los cinco anillos de las olimpiadas son un símbolo secreto de la diosa; la realidad es que cuando se diseñaron las primeras olimpiadas modernas el plan era empezar con uno e ir añadiendo un anillo en cada edición, pero se quedaron en cinco.

[22] Cree que las cartas del tarot enseñan doctrina de la diosa; pero en realidad se inventaron para juegos de azar en el s. XV y no adquirieron asociaciones esotéricas hasta finales del s. XVIII.

[23] Según los protagonistas de la novela, “durante trescientos años la Iglesia quemó en la estaca la asombrosa cifra de cinco millones de mujeres. Esta es una cifra repetida en la literatura neopagana, wicca, new age y feminista radical, aunque en otras webs y textos de brujería actual se habla de nueve millones. Los historiadores serios calculan, en cambio, que entre 1400 y 1800 se ejecutaron en Europa entre 30.000 y 80.000 personas por brujería. No todas fueron quemadas. No todas eran mujeres. Y la mayoría no murieron a manos de oficiales de la Iglesia, ni siquiera de católicos. La mayoría de víctimas fue en Alemania, coincidiendo con las guerras campesinas y protestantes del s. XVI y XVII. Cuando una región cambiaba de denominación, abundaban las acusaciones de brujería y la histeria colectiva.

24] Por ejemplo, cree que La Mona Lisa es un ser andrógino, que el cuadro “La Madonna de las Rocas” es un lienzo (el personaje Sophie lo aprieta tanto a su cuerpo que se dobla) siendo que es una pintura sobre madera, de dos metros de alto. Dan Brown cree que en la pintura La Última Cena de Leonardo no hay cáliz porque el cáliz es la Magdalena a quien identifica con quien en realidad es San Juan (no hay cáliz porque Leonardo pinta el relato de San Juan donde no se habla de la Eucaristía), etc.

[25] Cree que Leonardo fue un descarado homosexual. ¡Que se defienda el muerto!

[26] Por ejemplo, el Chicago Tribune se maravillaba de cómo el libro contiene “historia fascinante y documentada especulación que vale varios doctorados”; el New York Daily News ha dicho que “su investigación es impecable”; etc.

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