Vida de Hilarión por san Jerónimo

PRÓLOGO

Al disponerme a escribir la vida de san Hilarión invoco al Espíritu Santo que habitó en él para que, así como le concedió el poder de realizar milagros, me conceda a mí palabras para relatarlos, de modo que expresen adecuadamente los hechos. Porque, como afirma Crispo , la virtud de aquellos que han realizado obras es apreciada en la medida en que los grandes ingenios la han alabado con palabras apropiadas.

Alejandro Magno de Macedonia, a quien Daniel llama trompeta, leopardo o macho cabrío, cuando llegó ante la tumba de Aquiles exclamó: “Feliz de ti, joven, que tuviste la fortuna de encontrar un gran pregonero de tus hazañas.” Se refería, naturalmente, a Homero.

Yo debo narrar la vida y las virtudes de un hombre tal que, si Homero viviera hoy, envidiaría mi tema y sucumbiría ante su magnitud.

San Epifanio, obispo de Salamina de Chipre, que vivió mucho tiempo con Hilarión , escribió sus alabanzas en una breve carta que es leída por el pueblo ; pero una cosa es alabar de modo general a un difunto, y otra, narrar los milagros obrados personalmente por él.

Por eso también nosotros, que emprendemos la obra iniciada por Epifanio, más para honrarlo que para ofenderlo, no tenemos en cuenta las palabras de los maledicentes que en otro tiempo criticaron mi Vida de Pablo y que tal vez criticar n también la de Hilarión; a uno le reprocharon la vida solitaria, a éste le echar n en cara que frecuentaba el mundo; de modo que, quien siempre permaneció oculto fue considerado como inexistente, y quien fue visto por todos como insignificante.

Esto mismo hicieron en otro tiempo sus predecesores, los fariseos, a quienes no agradaron ni el desierto ni los ayunos de Juan, ni tampoco las multitudes que acompañaban al Señor nuestro Salvador, como su comer y beber .

Por eso pongo manos a la obra que me he propuesto y seguiré adelante haciendo oídos sordos a los perros de Scilla.

LA JUVENTUD DE HILARIÓN Y SU ASCESIS.

Una rosa en medio de los gramáticos. Hilarión, nacido en la aldea de Tavata, situada a unos siete kilómetros y medio al sur de Gaza, ciudad de Palestina, floreció, según el proverbio, como rosa entre espinas, ya que sus padres adoraban a los ídolos .

Lo enviaron a Alejandría y lo encomendaron a un gramático; allí Hilarión, teniendo en cuenta su edad, dio muestras de su gran ingenio y buenas costumbres. Al poco tiempo era amado por todos y llegó a ser muy versado en el arte de hablar .

Pero más importante que todo esto es que creía en el Señor Jesús. No se deleitaba en las pasiones del circo ni en la sangre de la arena, ni en la lujuria del teatro, sino que todo su afán era participar en las asambleas de la Iglesia.

Con Antonio. Fue por entonces que oyó el célebre nombre de Antonio, que era elogiado por todo el pueblo de Egipto. Inflamado por el deseo de verlo se dirigió al desierto. Inmediatamente después de haberlo visto, habiendo cambiado sus antiguas vestiduras , permaneció con él casi dos meses. Observaba su modo de vivir, la gravedad de sus costumbres, su asiduidad en la oración, su humildad en la acogida de los hermanos, su severidad para corregirlos, su prontitud para exhortarlos, y cómo ninguna debilidad quebraba su continencia y austeridad en la comida.

Pero no pudiendo soportar más las numerosas personas que acudían a Antonio a causa de sus diversos sufrimientos o por los ataques de los demonios, consideró que no era conveniente soportar en el desierto a las gentes de la ciudades. El debía comenzar como había comenzado Antonio. Éste, pensaba, recibía como un hombre fuerte, el premio de la victoria, mientras que él, ni siquiera había comenzado su milicia .

Entonces regresó a su patria con algunos monjes . Sus padres habían muerto, y dio parte de sus bienes a sus hermanos y parte a los pobres, no reservándose absolutamente nada, recordando el ejemplo y el castigo de Ananías y Safira narrado por los Hechos de los Apóstoles . Recordaba sobre todo la palabra del Señor: “El que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo” .

Tenía entonces quince años. Así, desnudo pero armado en Cristo , entró en la soledad que se extiende a la izquierda del camino que va a Egipto por el litoral, a quince kilómetros de Maiuma, que es el puerto de Gaza. Si bien esos lugares estaban ensangrentados a causa de los bandidos, y a pesar de las advertencias de sus parientes acerca del gravísimo peligro que corría, despreció la muerte para escapar a la muerte .

En el desierto de Maiuma. Todos se maravillaban del valor y de su corta edad, pero una llama interior y la centella de la fe brillaba en sus ojos. Sus mejillas eran imberbes, y su cuerpo, delicado y frágil, era incapaz de soportar las austeridades y por eso le hacía sufrir el calor y el frío aunque fueran leves.

Así, cubiertos sus miembros tan sólo de saco, con un capuchón de piel que le había dado Antonio en ocasión de su partida, y un manto rústico, gozaba de un vasto y terrible desierto entre el mar y el pantano.

Comía sólo quince higos después de la puesta del sol y, como la región tenía mala fama a causa de los bandidos, había tomado la costumbre de no habitar nunca en el mismo lugar. ¨Qué podía hacer el diablo? ¨Hacia dónde podía volverse? El que antes se gloriaba diciendo: “Subiré al cielo, pondré mi trono sobre las estrellas del cielo y seré semejante al Altísimo” se veía vencido y pisoteado por un niño antes de que su edad le permitiera pecar.

Tentaciones y ascesis. Halagaba entonces sus sentidos y sugería a su cuerpo adolescente los acostumbrados ardores de la voluptuosidad. Así, el soldado de Cristo se veía obligado a pensar en aquello que ignoraba y a revolver en su espíritu la pompa que no había conocido por experiencia. Airado, pues, consigo mismo y golpeándose el pecho con los puños como si pudiera echar fuera los pensamientos con los golpes de sus manos, decía: “­Asno, no te dejaré dar patadas, no te alimentaré con cebada sino con paja, te agotaré de hambre y sed, te cargaré con pesada carga, te someteré al calor y al frío para que pienses más en el alimento que en la concupiscencia!”.

Por eso cada dos o tres días sustentaba su vida desfalleciente con jugo de hierbas y unos pocos higos, orando con frecuencia y salmodiando, trabajando la tierra con la azada, para que la fatiga del trabajo redoblara la de los ayunos. A la vez, tejiendo canastas de juncos, emulaba la disciplina de los monjes de Egipto y la sentencia del Apóstol que dice: “El que no trabaja que tampoco coma” . Estaba tan extenuado, su cuerpo tan consumido, que apenas sostenía sus huesos.

Alucinaciones. Una noche oyó el gemido de un niño, el balar de ovejas, el mugido de bueyes, llanto como de mujerzuelas, rugidos de leones, el ruido de un ejército y un monstruoso clamor de voces de todo tipo, a tal punto que estuvo por de ceder aterrado ante tal sonido, aún antes de haber visto nada. Comprendió que eran los engaños de los demonios, y cayendo de rodillas signó su frente con la señal de la cruz. Armado con aquel yelmo y envuelto con la coraza de la fe, postrado en tierra, luchaba más vigorosamente, deseando ver de alguna manera a aquellos a quienes le horrorizaba oír y mirando a su alrededor, aquí y allá, con ojos ansiosos. De improviso, a la claridad de la luna, vio precipitarse sobre él un carro de fogosos caballos. Invocó en alta voz el nombre de Jesús y la tierra se abrió repentinamente ante sus ojos y todo ese aparato fue tragado por el abismo. Entonces dijo: “Arrojó al mar caballo y caballero” , y “Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el nombre de nuestro Dios”

Visiones. Muchas y variadas fueron las tentaciones y las insidias del demonio, tanto de día como de noche; si quisiera narrarlas todas excedería los límites de este libro. ­Cuántas veces, mientras estaba acostado, se le aparecieron mujeres desnudas; cuántas veces, estando hambriento, vio suculentas comidas! Algunas veces mientras oraba le saltó encima un lobo que aullaba y una zorra que grañía; y mientras salmodiaba se le presentó el espectáculo de una lucha de gladiadores, y uno de ellos, que parecía herido de muerte, se arrojó a sus pies y le suplicó que lo enterrase.

El caballero. Una vez estaba orando con la cabeza fija en tierra y, como es común en la naturaleza humana, su mente distraída de la oración pensaba en no sé qué otra cosa. Entonces saltó sobre sus espaldas un cochero impetuoso que, golpeándole el costado con sus botas y azotando su lomo con un látigo le gritó: “Eh, ¨por qué dormitas?” Y además de esto, riendo a carcajadas, viéndolo desfallecer, le preguntaba si deseaba su ración de cebada.

La choza. Desde los dieciséis hasta los veinte años se protegió del calor y de la lluvia en una pequeña cabaña levantada con juncos y hojas de higuera entretejidos. Después tuvo una pequeña celda que construyó y que permanece hasta hoy, de cuatro pies de ancho y cinco de alto, es decir, más baja que su propia estatura y un poco más larga de lo que necesitaba su cuerpo. Se la podía considerar más como sepulcro que como vivienda.

Género de vida. Se cortaba el cabello una vez al año en el día de Pascua; durmió hasta su muerte sobre la tierra desnuda en una estera de juncos. Nunca lavó el tosco saco con el que vestía, diciéndose que era superfluo buscar limpieza en un cilicio. Tampoco cambió su túnica por otra, a menos que la anterior estuviese casi reducida a harapos.

Habiendo aprendido de memoria las Sagradas Escrituras, las recitaba después de las oraciones y de los salmos, como si Dios estuviera allí presente . Y como sería muy largo describir su progreso espiritual con sus diversas etapas, momento a momento, lo resumiré brevemente presentando el conjunto de su vida ante los ojos del lector y luego volveré al orden de la narración.

Alimentos. Desde los veintiún años hasta los veintisiete, se alimentó durante tres años con medio sextario de lentejas humedecido con agua fría, y los otros tres años, con pan seco, sal y agua. Luego desde los veintisiete años hasta los treinta se sustentó con hierbas del campo y raíces crudas de ciertos arbustos. Desde los treinta y un años hasta los treinta y cinco su alimento consistió en seis onzas de pan de cebada y verduras poco cocidas, sin aceite .

Pero cuando sintió que sus ojos se oscurecían y que todo su cuerpo quemado por un sarpullido se arrugaba cubierto por una costra áspera como piedra pómez, añadió al alimento anterior aceite, y, hasta los sesenta y tres años, siguió practicando este régimen de abstinencia, no probando absolutamente nada más, ni frutas, ni legumbres ni ninguna otra cosa .

Entonces, viéndose fatigado en el cuerpo y pensando que se aproximaba su muerte, desde los sesenta y cuatro años hasta los ochenta, se abstuvo nuevamente de pan, impulsado por un increíble fervor de espíritu, propio del que se inicia en el servicio del Señor, en una época en que los demás suelen vivir menos austeramente. Como alimento y bebida se hacía una sopa de harina y verduras trituradas que pesaba apenas cinco onzas. Cumpliendo esta regla de vida nunca rompió el ayuno antes de la puesta del sol, ni siquiera en los días de fiesta, o cuando estaba gravemente enfermo. Pero ya es tiempo de que retomemos el hilo del relato.

Los asaltantes nocturnos. A la edad de diez y ocho años, cuando aún habitaba en su pequeña choza, una noche llegaron ladrones pensando que encontrarían algo para llevarse. Consideraban una afrenta que un anacoreta tan joven no temiera sus ataques.

Desde la tarde hasta la salida del sol recorrieron el terreno entre el mar y los pantanos, sin poder encontrar el lugar de su refugio. Finalmente habiendo hallado al muchacho con la luz del día le preguntaron en broma: “¨Qué harías si te atacaran ladrones?”. El respondió:”¨El que está desnudo no tiene miedo de los ladrones”. Le dijeron: “Ciertamente podemos matarte”. “Si, pueden”, dijo él, “pero tampoco tengo miedo porque estoy preparado para morir”.

Ellos, admirados de su firmeza y de su fe, le confesaron su extravío nocturno y la ceguera de sus ojos, y le prometieron que en adelante llevarían una vida más honesta.

LA PRIMERA SERIE DE MILAGROS.

La mujer sin hijos. Ya había cumplido veintidós años en el desierto y su fama era conocida por todos pues se había difundido por todas las ciudades de Palestina. Una mujer de Eleuterópolis a quien su marido despreciaba a causa de su esterilizad – durante quince años de matrimonio no había dado frutos – fue la primera que se atrevió a presentarse ante Hilarión y, sin que él pudiera imaginar algo semejante, repentinamente se arrojó a sus pies y le dijo: “Perdona mi atrevimiento, pero considera mi necesidad. ¨Por qué apartas tus ojos?. ¨Por qué huyes de la que te suplica? No mires en mí a una mujer, sino a una afligida. Mi sexo engendró al Salvador. No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos” .

Finalmente Hilarión se volvió hacia ella – después de tanto tiempo no veía una mujer – y le preguntó el motivo de su venida y de sus l grimas. Una vez informado, levantando los ojos al cielo la exhortó a tener confianza y con l grimas la despidió. Pasado un año la vio con un hijo .

Aristenete. Este comienzo de sus milagros se hizo aún más célebre por otro milagro mayor. Cuando Aristenete, mujer de Helpidio – que después fue prefecto del pretorio – muy conocida entre los suyos y más aún entre los cristianos, regresaba con su marido y sus tres hijos después de haber visitado a san Antonio, se detuvo en Gaza a causa de una enfermedad que los había atacado. Allí, sea por el aire contaminado, sea, como después se manifestó, para la gloria del siervo de Dios Hilarión, todos fueron asaltados al mismo tiempo por fiebres tercianas y los médicos habían desesperado de su recuperación. La madre yacía gimiendo en alta voz e iba de un hijo al otro, semejantes ya a cadáveres, sin saber a cuál llorar primero.

Habiendo oído que en el cercano desierto había un monje, olvidando su rango de señora respetable – sólo consideraba su ser de madre – fue allí acompañada de doncellas y de eunucos. Su marido a duras penas consiguió que hiciese el viaje sentada sobre un asno. Cuando llegó a la presencia de Hilarión le dijo: “En el nombre de Jesús, nuestro misericordiosísimo Dios, te conjuro por su cruz y por su sangre que me devuelvas a mis tres hijos y así sea glorificado el nombre del Señor Salvador en esta ciudad pagana. Que su siervo entre en Gaza y Marnas sea destruido”.

El se resistía, diciendo que nunca había salido de su celda y que no estaba habituado a entrar en las ciudades, ni siquiera en una aldea. Ella, postrada en tierra, decía una y otra vez: “Hilarión, siervo de Cristo, devuélveme a mis hijos. Antonio los tuvo en brazos en Egipto, sálvalos tu en Siria”.

Todos los presentes lloraban y también él, negándose, lloró. ¨Qué más puedo decir?. La mujer no partió hasta que él no le hubo prometido que entraría en Gaza después de la puesta del sol. Cuando llegó allí, haciendo la señal de la cruz sobre el lecho de cada uno y sobre sus miembros afiebrados, invocó el nombre de Jesús y, cosa admirable, de inmediato el sudor de los enfermos brotó hacia afuera como de tres fuentes. Entonces, en esa misma hora tomaron alimentos y reconociendo a su madre que lloraba besaron las manos del santo, bendiciendo a Dios.

Cuando esto se supo y la noticia se divulgó a lo largo y a lo ancho, acudían a él multitudes de Siria y Egipto, de modo que muchos creyeron en Cristo y abrazaron la vida monástica. No había todavía monasterios en Palestina y nadie en Siria había conocido a un monje antes que Hilarión. El fue el fundador y el primer maestro de este estilo de vida y de esta ascesis en aquella provincia . El Señor Jesús tenía en Egipto al anciano Antonio, y en Palestina al joven Hilarión.

Un ciego ve. Facidia es un barrio de Rhinocorura, ciudad de Egipto . De allí llevaron al beato Hilarión una mujer ciega desde hacía diez años. Le fue presentada por varios hermanos, muchos de los cuales eran monjes. Ella le dijo que había gastado todos sus bienes en médicos. Entonces él le respondió: “Si hubieras dado a los pobres lo que perdiste en médicos, Jesús, el verdadero médico, te habría curado”.

Como ella gritaba suplicando misericordia, él tocó sus ojos con saliva y enseguida, a ejemplo del Salvador, ocurrió el milagro de la curación .

El cochero de Gaza. También un cochero de Gaza, que iba sentado en su carruaje, fue golpeado por un demonio. Quedó totalmente tieso, al punto de no poder mover las manos ni doblar el cuello. Colocado sobre un lecho y sólo pudiendo mover la lengua para orar, oyó que le decían que no podría sanar sino creyendo en Jesús, y prometiendo renunciar a su antigua profesión. Entonces creyó, prometió y fue sanado, y se alegró más por la salud de su alma que por la de su cuerpo.

Marsitas. Había un joven muy fuerte llamado Marsitas, del territorio de Jerusalén, que se jactaba de tener una fuerza tan grande que podía llevar cargados durante mucho tiempo y por un largo trecho quince modios de trigo. Se gloriaba de tener una fuerza superior a la de los asnos. Estaba poseído por un demonio malísimo, y no lo podían detener ni cadenas, ni grillos, ni cerrojos, ni puertas. Con sus mordiscos había cortado a muchos la nariz o las orejas. A uno le había roto los pies y a otros la garganta. A tal punto había llenado de terror a todos que, atado con cuerdas y cadenas lo arrastraron al monasterio como a un toro enfurecido.

Cuando los hermanos lo vieron, llenos de terror – era un hombre de extraordinaria corpulencia – avisaron al padre. Este, permaneciendo sentado, ordenó que se lo trajeran y que lo soltaran. Una vez que lo dejaron le dijo: “Inclina la cabeza y ven”. El comenzó a temblar y a doblar el cuello, y ni siquiera se atrevía a mirar a Hilarión; depuesta toda su ferocidad comenzó a lamer los pies del que estaba sentado. Así, el demonio que había poseído al joven, exorcizado y castigado, salió de él al cabo de siete días.

Orión. Tampoco podemos callar lo referente a Orión, hombre importante y acaudalado de la ciudad de Aila, situada junto al mar Rojo. Estaba poseído por una legión de demonios y fue conducido a Hilarión. Sus manos, cuello, caderas y pies estaban cargados de cadenas; sus ojos, torvos y amenazadores, expresaban la crueldad de su furor.

Mientras el santo caminaba con los hermanos y les intepretaba cierto pasaje de la Escritura, aquél escapó de las manos que lo sujetaban y tomando a Hilarión por detrás lo levantó en alto. Un gran clamor brotó de todos pues temieron que destrozase sus miembros debilitados por el ayuno. El santo sonriendo dijo: “Tranquilos, déjenme con mi adversario en la arena”. Y así, pasando la mano sobre sus hombros tocó la cabeza de Orión y tomándolo por los cabellos lo trajo ante sus pies, reteniéndolo frente a sí con ambas manos y pisando con sus propios pies los pies de aquél, y repetía:”­retuércete!”. Y mientras Orión gemía y, bajando el cuello tocaba el suelo con la cabeza, Hilarión dijo: “Señor Jesús libra a este desgraciado, libra a este cautivo; así como vences a uno puedes vencer a muchos”. Y sucedió algo inaudito: de la boca del hombre salían diversas voces y como el clamor confuso de un pueblo .

Una vez curado también éste, poco tiempo después fue al monasterio con su mujer y sus hijos para dar gracias, llevando muchos regalos. El santo le dijo: “No has leído lo que sufrieron Giezei y Simón , uno por haber recibido y el otro por haber ofrecido dinero? Aquel quería vender la gracia del Espíritu Santo, éste otro quería comprarla”. Y como Orión llorando insistía:”Tómalo y d selo a los pobres”, Hilarión respondió: “Tú puedes distribuir tus bienes mejor que yo, pues tu recorres las ciudades y conoces a los pobres. Yo, que abandoné lo mío ¨por qué voy a desear lo ajeno? Para muchos el nombre de los pobres es una ocasión de avaricia, la misericordia en cambio no conoce artificios. Nadie da mejor que el que no se reserva nada para sí”. Orión entristecido yacía en tierra. Entonces Hilarión le dijo:”Hijo, no te contristes. Lo que hago por mí lo hago también por ti. Si aceptara estos presentes ofendería a Dios y la legión de demonios volvería a ti”.

El paralítico de Maiuma. Y ¨cómo pasar en silencio lo referente a Zanano de Maiuma? Mientras cortaba piedras traídas de la orilla del mar, no lejos del monasterio de Hilarión, para una construcción, fue atacado por una parálisis en todos sus miembros. Sus compañeros de trabajo lo condujeron al santo. Sanó inmediatamente y pudo retornar a su obra.

La costa que se extiende desde Palestina a Egipto, suave por naturaleza, se torna áspera a causa de la arena que se endurece como piedra, tornándose paulatinamente más sólida. Entonces deja de ser un arenilla para el tacto, aunque siga conservando la apariencia de tal.

Itálico, criador de caballos. Itálico ciudadano cristiano de la misma localidad, criaba caballos para el circo, compitiendo con un magistrado romano de Gaza, que era adorador del ídolo Marnas.

En las ciudades romanas se conservaba desde los tiempos de Rómulo el recuerdo del feliz rapto de las Sabinas. Los cuadrigas recorren siete veces el circuito en honor de Conso, el dios de los consejos. La victoria consiste en eliminar los caballos del adversario .

Como su rival tenía un hechicero que con encantamientos demoníacos frenaba los caballos de aquél e incitaba a correr a los propios, Itálico fue a ver a Hilarión y le suplicó no tanto que dañara al adversario cuanto que protegiera sus animales.

Al venerable anciano no le pareció razonable hacer oración por un motivo tan fútil. Sonrió y le dijo: “¨Por qué más bien no das a los pobres el precio de la venta de tus caballos, para la salvación de tu alma?”. El respondió que se trataba de un empleo público que realizaba no por propia voluntad sino por obligación. Como cristiano él no podía emplear artes mágicas, pero sí pedir ayuda a un siervo de Cristo, especialmente contra los habitantes de Gaza, enemigos de Dios que insultaban no tanto a él como a la Iglesia de Cristo.

A ruego de los hermanos que se hallaban presentes Hilarión ordenó que llenaran de agua el vaso de terracota en el que solía beber, y que se lo dieran a aquel hombre. Itálico lo llevó y roció con él el establo, los caballos y sus cocheros, el coche y los cerrojos del recinto. Era extraordinaria la expectativa de la gente. El adversario se había reído, burlándose de ese gesto, mientras que los partidarios de Itálico exultaban prometiéndose una victoria segura.

Dada la señal unos corrieron rápidamente mientras que los otros quedaron impedidos. Bajo el coche de aquellos, las ruedas ardían; éstos apenas veían la espalda de los que se adelantaban como volando. Entonces se elevó un grandísimo clamor de la multitud, al punto de que también los paganos gritaron: “Marnas ha sido vencido por Cristo”. Mas los adversarios de Hilarión, furiosos, pidieron que éste, como hechicero de los cristianos, fuera llevado al suplicio .

La victoria indiscutible de aquellos juegos del circo y los otros hechos precedentes fueron la ocasión de que un gran número de paganos abrazara la fe.

Una joven librada de un encantamiento mágico. Un joven del mismo mercado de Gaza amaba perdidamente a una virgen de Dios que habitaba cerca. No había tenido éxito ni con sus frecuentes halagos, ni con gestos, ni silbidos, ni otras cosas semejantes que suelen ser el comienzo de la muerte de la virginidad. Entonces se fue a Menfis para revelar su herida de amor, regresar y ver a la doncella armado con artes mágicas.

Después de un año, instruido por los sacerdotes de Esculapio, que no cura la almas sino que las pierde, vino con el propósito de realizar es estupro que había anticipado en su imaginación. Enterró bajo el umbral de la casa de la doncella ciertas palabras y figuras extrañas grabadas en una l mina de bronce de Chipre. Repentinamente la virgen enloqueció, arrojó el velo, se soltó la cabellera, y rechinando los dientes llamaba a gritos al joven. La vehemencia del amor se había convertido en locura.

Entonces fue llevada por sus padres al monasterio y la encomendaron al anciano. El demonio aullaba y declaraba: “­He sufrido violencia. He sido traído aquí contra mi voluntad!. ­Qué bien engañaba a los hombre en Menfis con mis sueños! ­Cuántas cruces, cuántos tormentos estoy sufriendo. Me obligas a salir pero estoy atado bajo el umbral. No puedo salir si no me suelta el joven que me retiene!.” Entonces el anciano le dijo:”­Grande es tu fuerza si te logra retener un cordón y una l mina!. Dime, ¨por qué te has atrevido a entrar en una doncella consagrada a Dios?” “Para conservarla virgen”, respondió aquél. “¨Conservarla tú, el enemigo de la castidad? ¨Por qué no entraste más bien en el que te envió?”. Pero el respondió:”¨para qué iba a entrar en él, si ya tiene un colega mío, el demonio del amor?”.

El santo quiso purificar a la virgen antes de mandar a buscar al joven y sus objetos mágicos. Así no parecería que el demonio se había retirado sólo porque los encantamientos habían sido quitados o porque hubiese prestado crédito a las palabras del demonio, justamente él que aseguraba que los demonios son mentirosos y astutos para fingir. Por eso, después de haber devuelto la salud a la virgen, la reprendió ásperamente por haber hecho algo que permitió al demonio entrar en ella.

Un oficial de Constancio liberado. La fama del santo se había divulgado no sólo en Palestina y en las ciudades vecinas de Egipto y Siria, sino también en las provincias lejanas.

Un oficial del Emperador Constancio, de roja cabellera y que por la blancura de su cuerpo indicaba la provincia de donde provenía (su pueblo natal está situado entre los sajones y los alemanes, región no tan extensa como fuerte, llamada Germania por los historiadores y ahora Francia) , desde hacía mucho, desde su infancia, estaba poseído por un demonio que lo obligaba a ulular durante la noche, a gemir y a rechinar los dientes. En secreto pidió al emperador un salvoconducto para ver al anciano, indicándole sencillamente el motivo. También recibió cartas para el gobernador de Palestina y fue conducido a Gaza con gran honor y escolta. Cuando preguntó a los decuriones de ese lugar dónde habitaba el monje Hilarión, los ciudadanos de Gaza se aterraron, pensando que había sido enviado por el emperador. Lo llevaron al monasterio para honrar al emisario y de este modo, si en algo habían ofendido a Hilarión, éste gesto borraría todo.

En ese momento el anciano se paseaba por las suaves arenas murmurando para sí los versículos de algún salmo. Al ver tanta gente que se acercaba se detuvo, devolvió el saludo a todos y los bendijo con la mano. Después de una hora ordenó a los otros que se fueran y le dijo al visitante que se quedara con sus servidores y guardias. Por la expresión de sus ojos y de su rostro había comprendido el motivo de su venida.

De inmediato, ante la pregunta del siervo de Dios, el hombre fue levantado en alto, de modo que apenas tocaba la tierra con los pies, y con un fortísimo rugido respondió en lengua siria, en la cual había sido interrogado. Se oyeron salir de la boca de aquel bárbaro, que sólo conocía la lengua franca y la latina, palabras sirias con una pronunciación muy pura. No faltaban los estridores, ni las aspiraciones, ni ninguna otra característica del lenguaje palestinense. El demonio confesó de qué modo había entrado en él. Y para que pudieran entender los intérpretes, que sólo conocían el griego y el latín, Hilarión también lo interrogó en griego. El respondió, e hizo alusión a los numerosos ritos de encantamiento y a los procedimientos infalibles de las artes mágicas. Hilarión le dijo:”No me interesa saber cómo entraste pero te ordeno que salgas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.

Cuando fue curado, el bárbaro ofreció con ingenua simplicidad diez libras de oro. El recibió de Hilarión un pan de cebada y le oyó decir que quienes comían de ese pan consideraban el oro como barro.

Animales curados. Pero no basta con hablar de los hombres. Cada día le llevaban animales furiosos. Por ejemplo, un día le llevaron un camello de enorme tamaño, conducido por más de treinta hombres y atado con solídisimas cuerdas, en medio de grandes gemidos. Ya había pisoteado a muchos.

Sus ojos estaba inyectados en sangre, le salía espuma por la boca y movía su lengua hinchada. Pero lo que más temor infundía era el resonar de sus feroces rugidos.

El anciano ordenó que lo desataran. De inmediato tanto los que lo habían traído como los que estaban con el anciano huyeron, sin excepción, en todas direcciones. Entonces él avanzó solo al encuentro del animal y le dijo: “Diablo, no me asustas con tu inmenso cuerpo. En una rapocilla o en un camello siempre eres el mismo”.

Mientras tanto se mantenía firme con la mano extendida. Cuando la bestia, furiosa se acercó a él como para devorarlo, súbitamente se desplomó y bajó la cabeza hasta la tierra. Todos los presentes se maravillaron al ver tan repentina mansedumbre después de tanta ferocidad.

El anciano les enseñaba que, para dañar a los hombres, el diablo atacaba también a los animales domésticos; que ardía en un odio tan grande contra los hombres que quería hacerlos perecer no sólo a ellos, sino también a sus posesiones. Para ilustrar esto proponía el ejemplo de Job: antes de haber obtenido permiso para tentarlo, el diablo había destruido todos sus bienes. Y a nadie debía turbar el hecho de que, por orden del Señor, dos mil cerdos fueron aniquilados por los demonios . De otro modo los que lo vieron no hubieran podido creer que una tal multitud de demonios podía salir de un solo hombre, si no hubiesen visto con sus propios ojos arrojarse al mar, al mismo tiempo, semejante cantidad de cerdos.

PREOCUPACIÓN PASTORAL Y ÉXODO.

Antonio honra a Hilarión. Me faltaría tiempo si quisiera narrar todos los milagros realizados por él. El Señor lo había elevado a tan alta gloria, que el bienaventurado Antonio, habiendo oído acerca de su modo de vida, le escribió y, con gran placer, recibía sus cartas. Cuando iban a él enfermos de las regiones de Siria les decía:”¨Por qué se molestan en venir de tan lejos cuando tienen allí a mi hijo Hilarión?”.

Su ejemplo hizo que comenzaran a surgir innumerables monasterios en toda la Palestina y los monjes acudían en gran número hacia él . Al ver esto Hilarión alababa la gracia de Dios y exhortaba a cada uno a trabajar en provecho de su alma, diciéndoles que la apariencia de este mundo pasa y que la verdadera vida es la que se obtiene a costa de los sufrimientos de la vida presente.

Hilarión visita los monasterios. Queriendo dar un ejemplo de humildad y de deferencia Hilarión visitaba las celdas de los monjes en días establecidos, antes de la vendimia. Cuando los hermanos se enteraron de esto, todos acudían a él y, en compañía de semejante guía, recorrían los monasterios llevando sus propios víveres porque a veces se reunían hasta dos mil hombres. Con el andar del tiempo cada aldea comenzó a ofrecer con alegría alimento a los monjes de la vecindad, para que pudieran acoger a aquellos santos.

Cuánto fue su celo para que no se descuidara a ninguno de los hermanos por más humilde o más pobre que fuera se puede deducir de esto: mientras se dirigía al desierto de Cades para visitar a uno de sus discípulos, llegó a Elusa con una inmensa multitud de monjes en el día en que las celebraciones anuales habían reunido en el templo de Venus a toda la población de la ciudad.

Se venera a esa diosa a causa de Lucifer, a cuyo culto está dedicado aquel pueblo de sarracenos. La misma ciudad es en gran parte semibárbara a causa de su situación geográfica. Así, cuando supieron que san Hilarión pasaba por allí, como él había curado a muchos sarracenos atacados por el demonio, todos juntos le salieron al encuentro acompañados por sus mujeres e hijos, inclinando sus cabezas y gritando en lengua siria:”Barech”, es decir: “Bendícenos”. El, recibiéndolos con dulzura y humildad les rogaba que veneraran a Dios y no a esas piedras, y al mismo tiempo lloraba copiosamente mirando al cielo, asegurándoles que vendría a verlos más a menudo si creyeran en Cristo. ­Oh admirable gracia del Señor: no lo dejaron partir antes de que trazara el plano de una futura iglesia, y de que su sacerdote, que ya estaba marcado con la corona, fuera también signado con la señal de Cristo.

El monje avaro. Otro año, cuando iba a salir a visitar las celdas, anotó en una hoja en cuáles iba a detenerse y cuáles iba a visitar sólo de paso.

Los monjes sabían que uno de los hermanos era avaro y deseando curarlo de ese vicio le rogaban que se detuviera con él. Hilarión les dijo: “¨Por qué quieren perjudicarse a ustedes mismos y molestar al hermano?”

Cuando el hermano avaro oyó estas palabras se ruborizó pero, apoyado por la insistencia de todos y con gran trabajo, consiguió que Hilarión incluyera su celda en la lista de las etapas.

Diez días después llegaron donde él. Había puesto guardias en la viña, como si se tratase de un granja. Los guardias apartaban a los que se acercaban arrojando piedras y cascotes de tierra y tiros de honda, de modo que todos partieron por la mañana sin haber podido comer las uvas, mientras el anciano, riendo, aparentaba no darse cuenta de lo que había sucedido.

Sabas, el monje generoso. Luego fueron recibidos por otro monje llamado Sabas – callamos el nombre del avaro y damos a conocer el del generoso -. Como era Domingo los invitó a todos a la viña para que, antes de la comida, pudieran aliviar la fatiga del camino con las uvas. Pero el santo dijo: “­Maldito el que se preocupa de la refección del cuerpo antes que la del alma!. Oremos, cantemos salmos, tributemos honra al Señor y sólo entonces iremos a la viña”.

Terminado el servicio divino, estando de pie en un lugar elevado, bendijo la viña y al rebaño para que se alimentaran. Los que comieron no eran menos de tres mil.

Si bien la producción de la viña, cuando aún estaba intacta, había sido estimada en unas cien botellas, después de veinte días produjo trescientas. En cambio el hermano avaro recogió una cosecha mucho menor, y lo poco que había recogido se le convirtió en vinagre. Demasiado tarde se lamentó. El anciano había predicho a muchos hermanos que sucedería así. Hilarión detestaba sobre todo a los monjes que, por poca fe, se reservaban parte de sus bienes para el futuro y se preocupaban por los gastos, por el vestido o por alguno de esas cosas que pasan junto con este mundo.

Un hermano demasiado cuateloso. En este sentido se había apartado de un hermano que vivía a unas cinco millas, porque se enteró que cuidaba su huerta con excesiva preocupación y temor, y porque se guardaba algo de dinero .

Como quería reconciliarse con el anciano visitaba a los hermanos con frecuencia, principalmente a Hesiquio, a quien Hilarión amaba mucho. Un día llevó un manojo de habas frescas, que ya estaban maduras. Cuando Hesiquio las puso por la tarde sobre la mesa, el anciano, que lo había ido a visitar, exclamó que no podía soportar el olor y preguntó de dónde provenía. Hesiquio le respondió que un hermano había traído las primicias de su huerta para los hermanos. Entonces el anciano le dijo:” ¨No sientes ese olor espantoso? ¨No sientes en las habas el olor de la avaricia? ­Arrójalos a los bueyes, arrójalos a los animales irracionales y fíjate si los comen!.”

El, según el mandato recibido los puso en el pesebre. Entonces los bueyes, aterrados y mugiendo más fuerte que de costumbre, rompieron sus cadenas y huyeron en todas direcciones. El anciano Hilarión tenía la gracia de saber, por el olor de los cuerpos, de los vestidos y de las cosas que alguien había tocado, a qué demonio o a qué vicio estaba sometido.

Nostalgia del pasado. Muerte de san Antonio. Había alcanzado los sesenta y tres años de edad. Viendo cómo se habían agrandado sus celdas y la multitud de hermanos que habitaban con él y la cantidad de enfermos y posesos de todo tipo que le llevaban, lloraba todos los días y recordaba con increíble nostalgia su anterior estilo de vida. El desierto circundante estaba poblado por gente de todo tipo.

Cuando los hermanos le preguntaron qué le sucedía, y por qué estaba tan abatido, les respondió:” He retornado al mundo y ya he recibido mi recompensa en vida. Los hombres de Palestina y de las provincias vecinas me consideran una persona importante, y, con el pretexto de proveer a las necesidades de los hermanos y de las celdas poseo utensilios despreciables”.

Los hermanos lo cuidaban, especialmente Hesiquio, que con admirable amor se había entregado a la veneración del anciano. Vivió así llorando durante dos años, cuando fue a verlo aquella Aristenete que ya mencionamos más arriba , esposa del prefecto, pero que no tenía nada en común con él. Ella tenía la intención de ir a visitar a Antonio. Hilarión llorando le dijo: “Yo también hubiera querido ir si no fuera porque estoy encerrado en la cárcel de estas celdas, y si tuviese algún sentido el hacerlo. Porque hace dos días el mundo ha quedado huérfano de este padre”.

Ella le creyó y no continúo su viaje. Pocos días después llegó la noticia de que Antonio se había dormido en el Señor.

PEREGRINACIÓN, MUERTE Y MÁS ALLÁ.

Hilarión huye a Egipto. Que otros admiren los milagros y portentos que hizo; que admiren su increíble abstinencia, ciencia, humildad; en cuanto a mí nada me asombra tanto como que haya podido pisotear la gloria y el honor. Acudían obispos, presbíteros, grupos de clérigos y monjes, también nobles damas cristianas – terrible tentación – y de uno y otro lugar de las ciudades y del campo, las gentes de condición humilde pero también hombres poderosos y altos magistrados, para recibir de él pan o aceite bendito.

Pero él no pensaba sino en la soledad, al punto de que un día decidió partir, y habiendo traído un asno – ya que estaba muy consumido por los ayunos y apenas podía caminar – intentó ponerse en camino . Cuando esto se supo, como si se hubiera anunciado en Palestina una calamidad o luto público, se congregaron más de diez mil hombres de diversa edad y sexo para retenerlo. El permanecía inflexible ante las súplicas, y removiendo la arena con su báculo les dijo: “No puedo hacer mentir a mi Señor. No puedo ver las Iglesias destruidas, los altares de Cristo pisoteados, la sangre de mis hijos”. Todos los presentes comprendieron que se le había revelado un secreto que no quería manifestar. Con todo lo vigilaban para que no partiera.

Entonces llamando a todos por testigos afirmó públicamente que no comería ni bebería nada, si no lo dejaban partir. Después de siete días de abstinencia, finalmente fue liberado, y, habiendo saludado a muchos, partió. Llegó a Betelia con una multitud de acompañantes. Allí convenció a la gente que regresara y eligió unos cuarenta monjes que, llevando algunas provisiones, pudieran seguirlo en ayunas. El quinto día llegó a Pelusio , y después de haber visitado a los hermanos que estaban en el desierto vecino y vivían en Lykonos, caminó tres días hasta el fuerte de Taubasto, para poder ver a Draconcio, obispo y confesor que estaba allí desterrado. Gracias a esa visita fue increíblemente consolado con la presencia de un hombre tan grande. Entonces, con otros tres días de gran fatiga llegó a Babilonia , para ver al obispo Filón, confesor él también. El Emperador Constancio, que favorecía la herejía de los arrianos, había deportado a ambos a aquellos lugares.

Partió de allí tres días después y llegó a la ciudad de Afroditón , donde encontró al di cono Besano, el cual solía ayudar a los que iban a ver a Antonio, alquilando dromedarios, a causa de la escasa agua del desierto. Hilarión reveló a los hermanos que se acercaba el día del aniversario de la muerte del bienaventurado Antonio y que debía celebrar la vigilia nocturna en el mismo lugar en que había muerto . Por tanto, durante tres días atravesaron aquella vasta y terrible soledad hasta llegar a un monte altísimo, donde encontraron a dos monjes: Isaac y Peluso; Isaac había sido el intérprete de Antonio .

En lo de Antonio. Ya que se presenta la ocasión y hemos tocado este tema, nos parece justo describir brevemente la habitación de este hombre tan grande. Un monte rocoso y muy alto deja correr las aguas divididas en brazos hasta su base. Algunos de ellos se sumergían en la arena, otros, corriendo hacia abajo, forman un riachuelo en cuyas orillas crecen innumerables palmeras que tornan el lugar muy agradable y acogedor . Hubieras visto al anciano correr de aquí para allá con los discípulos del bienaventurado Antonio. “Aquí, decían, solía salmodiar, orar, trabajar, aquí descansaba cuando estaba fatigado. Estas viñas y estos arbustos los planto él; ese huerto lo dispuso con sus propias manos; este estanque para regar la pequeña huerta lo construyó él mismo, con mucho esfuerzo; esta pala le sirvió durante muchos años para cavar la tierra”.

Hilarión se acostaba sobre la cama de Antonio y besaba ese lecho como si aún estuviera caliente. La pequeña celda, por sus cuatro lados, no medía más que el cuerpo de un hombre extendido para dormir. Además, en la cumbre altísima del monte, adonde subieron por un camino muy escarpado en forma de caracol, vieron dos celditas de la misma medida a las cuales iba Antonio cuando quería huir de la frecuencia de los visitantes y de la compañía de sus discípulos. Estaban cavadas en la roca y sólo se le habían añadido las puertas.

Una vez llegados a la huerta Isaac dijo: “¨Ven estos árboles frutales y estas verdes hortalizas?. Hace tres años, cuando una manada de asnos salvajes los estaba devastando, ordenó a uno de los que iban al frente que se detuviera y golpeándole los costados con su bastón le dijo: ¨Por qué comen lo que no han sembrado?”. Desde entonces, excepto las aguas que venían a beber, nunca más tocaron nada, ni frutales ni hortalizas” .

El anciano rogó también que le mostraran el lugar de la sepultura de Antonio. Ellos lo llevaron aparte, no sabemos si se lo mostraron o no, y le dijeron que, según orden de Antonio, querían esconder el lugar de su sepultura para impedir que Pergamio, la persona más rica de aquellos lugares, llevara a su ciudad el cuerpo del santo y construyera un santuario sobre su tumba.

Hilarión obtiene la lluvia. Luego, habiendo regresado a Afroditón, permaneció en el desierto vecino, reteniendo consigo sólo a dos hermanos, observando tanta abstinencia y silencio que recién allí, según decía, había comenzado a servir a Cristo. Hacía ya tres años que el cielo permanecía cerrado y había tornado áridas esas tierras, de tal mondo que la gente decía que también la naturaleza lloraba la muerte de Antonio. La fama de Hilarión no permaneció oculta a los habitantes del lugar y, a porfía, hombres y mujeres con rostro macilento y consumidos por el hambre, pedían la lluvia al siervo de Cristo, es decir al sucesor del bienaventurado Antonio.

Hilarión al verlos se conmovió profundamente y elevando los ojos al cielo y alzando las manos a lo alto, de inmediato obtuvo lo que ellos imploraban. Y he aquí que aquella región sedienta y arenosa, después que fue regada por las lluvias, se vio de improviso inundada de tal multitud de serpientes y animales venenosos que muchos fueron atacados, y si no hubieran acudido inmediatamente a Hilarión, habrían perecido. En efecto, todos los campesinos y pastores tocando sus heridas con el óleo bendito obtenían una curación segura.

Perseguido por la policía. Viendo que también aquí recibía grandes honores se fue para Alejandría. Desde allí atravesó el desierto hacia el oasis más interior, y como desde el comienzo de su vida monástica nunca había permanecido en una ciudad, se desvió para ir a hospedarse con unos hermanos conocidos suyos en Bruquio, no lejos de Alejandría.

Estos recibieron al anciano con inmensa alegría. Cuando se acercaba la noche, de repente los discípulos oyeron que estaba aparejando el asno y se preparaba para partir. Entonces, arrojándose a sus pies le rogaban que no lo hiciera, y postrados en el umbral declaraban que preferían morir antes que verse privados de tal huésped. El les respondió: “Me apresuro a partir para no causarles molestia. Ya comprender n por lo que a va suceder, que no sin motivo salgo apurado de aquí”. En efecto, al día siguiente los prefectos de Gaza, acompañados por los líctores – que se habían enterado que Hilarión había llegado el día anterior – entraron a las celdas y al no encontrarlo se decían unos a otros: “¨No es verdad lo que habíamos oído?. Es un mago y conoce el futuro”.

En efecto, después que Hilarión dejó Palestina, Juliano había tomado el poder. Los ciudadanos de Gaza destruyeron su celda y, después de solicitárselo al emperador, obtuvieron la pena de muerte para Hilarión y Hesiquio. Y fue dada la orden de que los buscasen por toda la tierra.

Adrián, el falso hermano. Así, después de dejar Bruquio, Hilarión atravesó la soledad sin caminos y entró en el oasis. En ese lugar pasó alrededor de un año, pero su renombre también lo había acompañado. Parecía que ya no podía permanecer oculto en Oriente donde muchos habían oído hablar de él o de su fama, por eso pensaba navegar a las islas solitarias, para que por lo menos los mares ocultaran a aquel a quien la tierra había hecho célebre.

Por aquel tiempo llegó de Palestina su discípulo Adrián, anunciando que Juliano había sido muerto y que había comenzado a reinar un emperador cristiano, por lo cual Hilarión debía regresar a las ruinas de sus celdas. Pero él, al oírlo, rehusó y habiendo alquilado un camello, viajó a través del desolado desierto, y llegó a una ciudad portuaria de Libia: Paretonio. Allí el infortunado Adrián que quería regresar a Palestina y buscaba la gloria amparándose en el nombre de su maestro, le infligió muchas injurias. Finalmente hizo un paquete con lo que le habían enviado los hermanos y partió sin que él se enterara.

Como ya no habrá otra ocasión para hablar de Adrián quiero decir sólo esto para inspirar terror a quienes desprecian a sus maestros: poco tiempo después murió atacado por la podredumbre de la lepra.

Un demonio en alta mar. El anciano, teniendo como compañero a Zanano, se embarcó en una nave que se dirigía a Sicilia. Tenía la intención de pagar el viaje vendiendo un códice de los Evangelios que había transcrito en su juventud. Pero sucedió que en medio del Adriático, el hijo del propietario de la nave, poseído por un demonio, comenzó a gritar: “Hilarión, siervo de Dios, por tu culpa no podemos estar tranquilos ni siquiera en alta mar. Dame tiempo para llegar a tierra de modo que no sea expulsado de aquí y me vea precipitado en el abismo”. Hilarión le respondió: “Si mi Dios te concede permanecer, quédate, pero si te expulsa, ¨por qué te la tomas conmigo que soy un hombre pecador y mendigo?”. Decía esto para que los navegantes y comerciantes que estaban en el barco no lo dieran a conocer cuando llegara a tierra. Enseguida el muchacho fue purificado y tanto el padre como los presentes aseguraron a Hilarión que no revelarían su nombre a nadie.

Hilarión, un verdadero pobre. Cuando entraron en Paquino, promontorio de Sicilia, ofreció al propietario de la nave el Evangelio, como precio de su viaje y del de Zanano. Pero aquél no quiso aceptarlo, sobre todo viendo que ellos tenían solamente aquel códice y la ropa con que estaban vestidos. Juró que no lo aceptaría. El anciano consintió, con la conciencia cierta de que efectivamente era pobre, y se alegraba principalmente por eso, porque no tenía ningún bien en este mundo y era considerado como mendigo por los habitantes del lugar.

Milagros en Sicilia. Pero luego, temiendo que los comerciantes que venían de Oriente lo dieran a conocer, huyó al interior es decir, a veinte millas del mar, y allí, en un campito solitario ataba cada día un haz de leña y lo colocaba sobre la espalda de su discípulo. Vendía la leña en la aldea vecina y compraba alimentos para ambos y un poco de pan para los que venían a visitarlos.

Pero es verdad que, como está escrito, “no puede permanecer oculta una ciudad situada sobre una colina” . En la basílica de S.Pedro, cuando un soldado de la guardia estaba siendo exorcizado, el espíritu inmundo que estaba en él grito:”­Hace pocos días llegó a Sicilia el siervo de Cristo Hilarión. Nadie lo ha reconocido y él piensa que podrá permanecer oculto, pero yo iré allí y lo desenmascararé!”. Inmediatamente tomó una nave en el puerto con sus siervos y desembarcó en Paquino. Y guiado por su demonio fue a postrarse delante de la choza del anciano y quedó curado inmediatamente.

Este fue el comienzo de sus milagros en Sicilia. Esto atrajo enseguida a una multitud considerable de enfermos y también personas piadosas, a tal punto que uno de los ciudadanos más renombrados, hinchado por la hidropesía fue curado el día mismo en que fue a ver a Hilarión . Después le ofreció gran cantidad de regalos, pero escuchó lo que el Salvador había dicho a sus discípulos:”Gratis han recibido, den también gratis”.

Hesiquio se reencuentra con Hilarión. Mientras acontecían estas cosas en Sicilia, su discípulo Hesiquio lo buscaba por todo el mundo, recorriendo las costas, entrando en los desiertos, y teniendo tan solo ésta certeza: dondequiera que estuviese Hilarión no podría permanecer oculto por mucho tiempo. Tres años más tarde, en Metone, oyó decir a un judío que vendía trastos y ropa vieja a la gente, que en Sicilia había aparecido un profeta de los cristianos que obraba tantos milagros y prodigios que se lo creía uno de los antiguos santos. Hesiquio lo interrogó acerca de su aspecto, su modo de caminar, su lenguaje y sobre todo su edad, pero no pudo averiguar nada. El hombre declaraba que sólo le había llegado la fama de ese hombre.

Habiendo entrado en el Adriático, después de un r pido viaje, Hesiquio desembarcó en Paquino, y al pedir noticias del anciano en una aldea situada en la bahía de la costa, se enteró, por las respuestas unánimes de todos, dónde estaba y qué hacía. Lo que más admiraba a todos era que después de tan grandes prodigios y milagros nunca hubiese aceptado de ninguno de los habitantes de esos lugares ni siquiera un pedazo de pan.

Y para no alargarme termino diciendo que aquel santo hombre Hesiquio se arrojó a las rodillas de su maestro y le bañó los pies con sus l grimas, hasta que finalmente éste lo levantó. Después de dos o tres días de coloquio, escuchó decir a Zanano que el anciano ya no podía vivir en esas regiones, y que quería ir a ciertas naciones bárbaras, donde fueran desconocidos su nombre y su fama.

Una boa quemada en Dalmacia. Lo condujo entonces a Epidauro, ciudad de Dalmacia, donde permaneció unos pocos días en un campo cercano a la ciudad, pero tampoco allí pudo permanecer oculto. Una serpiente inmensa que en la región son llamadas “boas” – porque son tan grandes que se comen a los bueyes – devastaba todo a lo largo de la provincia y devoraba no sólo ganados y ovejas, sino también a los campesinos y pastores después de haberlos arrastrado hacia sí con la fuerza de su respiración.

Hilarión ordenó que preparasen una hoguera para la serpiente y, después de haberla llamado, oró a Cristo. Entonces le mandó subir al montón de leña y le prendió fuego. Así, ante los ojos de todo el pueblo quemó a la enorme bestia.

Después Hilarión dudó: “¨Qué hacer?, ¨a dónde ir?”. Y preparó otra huida. Soñaba con tierras solitarias, y se afligía al ver su silencio traicionado por sus milagros portentosos.

Una conmoción del mar sosegada. En aquel tiempo, a causa de un terremoto acaecido en todo el mundo después de la muerte de Juliano, los mares salieron de sus límites y, como si Dios amenazara con un nuevo diluvio y las cosas retonaran al antiguo caos, las naves fueron arrastradas hasta las altas cimas de los montes y quedaban allí, como colgadas. Cuando los habitantes de Epidauro vieron las olas amenazadoras, la mole de agua y los inmensos remolinos avanzando hacia la costa, temerosos de que la ciudad fuese destruida hasta los cimientos – lo que daban por seguro – entraron en la morada del anciano, y cual si partieran para una batalla, lo llevaron a la costa. Trazó tres señales de la cruz sobre la arena y extendió las manos hacia las olas. Parecía increíble hasta qué altura se había hinchado el mar y cómo se detuvo ante él. Entonces, temblando un largo rato y como indignado ante tal obstáculo, el mar, poco a poco, retornó a su sitio.

Los campesinos de Epidauro y de toda la región lo celebran aún hoy y las madres lo cuentan a sus hijos para que trasmitan su recuerdo a los descendientes.

En verdad lo que se dijo a los Apóstoles: “Si creyesen dirían a este monte: Arrójate al mar, y así sucedería” , puede cumplirse también literalmente si uno tiene la fe de los Apóstoles, tal como el Señor ordenó que la tuvieran. ¨Qué importa si es el monte el que desciende al mar, o que una inmensa montaña de agua se endurezca súbitamente y se mantenga firme delante de los pies del anciano, mientras que vuelven mansamente hacia atrás?.

Hacia Chipre. Toda la ciudad estaba admirada y el extraordinario milagro se había divulgado también en Salona . Al enterarse, el anciano huyó ocultamente de noche en una pequeña embarcación y, habiendo encontrado después de dos días una nave de carga, se dirigió a Chipre.

Entre Malea y Citera unos piratas, dejando en la costa parte de sus naves, que no se manejan con vela sino con remos, les salieron al encuentro en dos embarcaciones veloces y pequeñas, dando golpes de remo y agitándose hacia uno y otro lado.

Los que estaban en la nave comenzaron a temblar, y llorando corrían de aquí para allá. Preparaban picas y, como si no bastase uno solo para dar la noticia, todos a porfía anunciaban al anciano la presencia de los piratas.

El los vio de lejos, sonrió, y volviéndose a sus discípulos les dijo: “Hombres de poca fe, ¨por qué tienen miedo?. Acaso éstos son más numerosos que el ejército del Faraón? Y, sin embargo, todos fueron sumergidos cuando Dios lo quiso”.

Mientras Hilarión hablaba así las embarcaciones enemigas se acercaban, pudiéndose ver las caras exaltadas casi a la distancia de medio tiro de piedra. El se puso de pie en la proa de la nave, y con la mano extendida contra los que se aproximaban dijo: “­Que les baste haber llegado hasta aquí!”. Y ­cosa maravillosa e increíble! De inmediato las embarcaciones retrocedieron y tomaron la dirección opuesta, aunque los remos seguían remando en dirección contraria. Los piratas se maravillaban de retroceder contra su voluntad y, por más que ponían todo su empeño por llegar a la nave, eran arrastrados hacia la costa mucho más velozmente que cuando se dirigían a la nave.

Cerca de Pafos. Omito todo lo demás para que no parezca que quiero alargar el libro narrando milagros. Sólo diré que navegando con viento favorable entre las Cícladas, oía a uno y otro lado las voces de los espíritus inmundos que gritaban desde las ciudades y aldeas y se reunían en la playa .

Pafos es una ciudad de Chipre famosa por los cantos que le dedicaron los poetas . Fue destruida más de una vez por terremotos, y aún hoy, con sus ruinas, sigue revelando el esplendor de otros tiempos. Habiendo entrado en ella, Hilarión habitaba a dos millas de la ciudad, desconocido de todos y feliz de poder vivir tranquilo unos pocos días. Pero no habían pasado todavía veinte días cuando, todos los de la isla que tenían espíritus inmundos, empezaron a gritar diciendo que había llegado Hilarión, el siervo de Cristo, y que debían acudir aprisa a él.

Este grito resonaba en Salamina, en Curio, en Lapeta y en todas las otras ciudades.

La mayoría aseguraba saber que se trataba de Hilarión y que era verdaderamente un siervo de Dios, pero ignoraban dónde estaba. Unos treinta días después, o poco más, se reunieron en torno suyo unas doscientas personas, hombres y mujeres. Al verlos, se contristó porque no lo dejaban tranquilo y, por así decir, quiso vengarse un poco sobre él mismo, y se volcó con todo fervor sobre estos importunos con una oración tan insistente que algunos fueron curados de inmediato, otros después de dos o tres días, pero todos en menos de una semana.

Otra vez el desierto invadido. Permaneció allí dos años, pero pensando siempre en la fuga. Envió a Palestina a Hesiquio para que saludara a los hermanos y visitase las ruinas de las celdas, con orden de que retornase para la primavera. Cuando regresase, Hilarión quería navegar nuevamente hacia Egipto, es decir, a aquellos lugares que llamaban Bucolia porque allí no había cristianos, sin solamente un pueblo bárbaro y feroz . Pero Hesiquio lo persuadió de que permaneciera en la isla y que se retirase a un lugar más oculto.

Cuando después de una prolongada búsqueda lo encontró, condujo a Hilarión a doce millas del mar, lejos, entre los montes solitarios y ásperos, a donde apenas se podía subir arrastrándose sobre manos y pies. Cuando hubo llegado allí Hilarión contempló ese lugar verdaderamente terrible y alejado, rodeado de árboles por todas partes. Había también aguas que corrían desde la cima de aquella altura, una pradera muy agradable y muchos frutales, aunque él nunca tomó de sus frutos para su alimento.

Cerca de allí se hallaban las ruinas de un templo antiquísimo en el cual, como él mismo contaba y atestiguan sus discípulos, resonaban día y noche las voces de los demonios, tan innumerables que habrías podido creer que se trataba de un ejército. Hilarión se alegró mucho porque tenía cerca enemigos contra quienes luchar, y habitó allí cinco años. A menudo, en esos últimos años de su vida, Hesiquio lo visitaba con frecuencia.

En la última etapa fue consolado al ver que, en razón de la dificultad del acceso a su refugio y de la cantidad de fantasmas, que eran tema de muchas historias, nadie o casi nadie podía ni osaba acercarse hasta allí.

Un día, al salir de su pequeño jardín, vio a un hombre con todo el cuerpo paralizado que yacía ante la puerta. Le preguntó a Hesiquio quién era y cómo había sido llevado hasta allí. El le respondió que era el procurador de la aldea a cuyo territorio pertenecía la pradera donde estaban. Hilarión llorando y extendiendo la mano hacia el hombre que yacía en tierra le dijo: “A ti te digo: En el nombre del Señor Jesucristo levántate y camina.” Y con admirable rapidez, cuando las palabras todavía resonaban en su boca, los miembros fortalecidos ya levantaban al hombre hasta ponerlo en pie.

Cuando este milagro fue conocido, la necesidad de muchos venció la dificultad del lugar y la subida sin caminos. Todas las aldeas de los alrededores sólo pensaban en impedir que Hilarión se les escapara, porque se había divulgado el rumor de que él no podía permanecer mucho tiempo en el mismo lugar. Y esto no lo hacía por ligereza o por un sentimiento pueril, sino para huir del honor y la importunidad de los hombres, pues él deseaba siempre el silencio y la vida oculta.

Ultimos deseos. Cuando tenía ochenta años, estando ausente Hesiquio, le escribió de su propia mano una breve carta a modo de testamento, dejándole todas sus riquezas, a saber, el Evangelio, la túnica de saco, la cogulla y su pobre manto . El hermano que le servía había muerto hacia poco tiempo.

Muchos hombres piadosos vinieron de Pafos para ver a Hilarión, que estaba enfermo, especialmente porque habían oído decir que afirmaba que pronto iría al Señor y sería liberado de las cadenas del cuerpo. Vino también Constanza, una santa mujer a cuyo yerno e hija había librado de la muerte con la unción del óleo.

Hilarión conjuró a todos a que no conservaran su cuerpo ni un momento después de su muerte, sino que enseguida lo cubrieran con tierra en ese mismo prado, tal como estaba vestido, con la túnica de piel, la cogulla y el tosco manto .

Muerte de Hilarión. Ya se iba enfriando el calor de su pecho y no quedaba nada en él excepto la lucidez del alma. Con los ojos abiertos decía:”Sal,¨qué temes? Sal alma mía, ¨por qué dudas? Durante casi setenta años has servido a Cristo y ¨temes la muerte?”. Con estas palabras exhaló el último suspiro. De inmediato lo cubrieron con tierra y así, en la ciudad, fue anunciada antes su sepultura que su muerte.

Traslado a Palestina. Poco después, al enterarse Hesiquio, que estaba en Palestina, partió para Chipre. Fingió querer permanecer en ese mismo jardín para alejar toda sospecha de los habitantes del lugar que montaban guardia cuidadosamente. Y así, después de diez meses, con gran peligro para su vida, consiguió robar el cadáver de Hilarión. Lo llevó a Maiuma acompañado por todos los monjes y las multitudes que venían de las ciudades, y lo sepultó en su antigua celda. Tenía la túnica, la cogulla y el manto intactos, y todo el cuerpo, como si aún estuviera vivo, exhalaba tan fragante perfume que se podía creer que había sido bañado con ungüentos.

El culto del santo. Al llegar al final de este libro considero que no puedo callar la devoción de Constanza, aquella santísima mujer: apenas llegó la noticia de que el cuerpo de Hilarión estaba en Palestina murió repentinamente, atestiguando también con su muerte su verdadero amor por el siervo de Dios. Tenía la costumbre de pasar la noche velando en su sepulcro y, como si estuviese allí presente, hablaba con él para que la ayudara con su intercesión.

Aún hoy se puede ver qué gran contienda existe entre los palestinos y los chipriotas, unos porque tienen el cuerpo de Hilarión, los otros su espíritu . Con todo, en ambos lugares acontecen diariamente grandes milagros, pero sobre todo en el huerto de Chipre, tal vez porque él amó más ese lugar.

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