Por: Biblioteca de Autores Cristianos | Fuente: Año Cristiano (2002)
Abad (+ 1167)
Aelredo o Ailredo nace en Hexham el año 1109, de familia anglosajona. Su padre y su abuelo habían sido párrocos de la localidad. En su primera juventud marchó a la corte de Escocia, donde estuvo al servicio del rey San David I, y en ella desempeñó, pese a su juventud, el cargo de senescal. Mostró en él magníficas cualidades morales y una rectitud que le hizo padecer quejas por parte de quienes querían se aviniera a determinados favoritismos.
Evolucionó espiritualmente y decidió cambiar de vida, ingresando el año 1134 en la abadía cisterciense de Rielvaux, fundada dos años antes. Con esta abadía empezaba a difundirse por las Islas Británicas el movimiento monástico cisterciense, luego de que en los siglos anteriores fuera tan extenso y fecundo en dichas islas el movimiento de los monjes negros o benedictinos.
Aelredo fue un monje ejemplar, dedicado por entero al ideal de contemplación del Císter. Once años más tarde de su ingreso en Rielvaux, la superioridad lo designa abad de un monasterio filial, el de Revesby, donde estará en el cargo hasta 1147. Su labor como abad en este monasterio acreditó definitivamente a Aelredo no solamente como un monje excelente sino como un conductor eficaz de la casa religiosa. Este crédito lo llevó a que a su vuelta a Rielvaux fuera elegido abad del monasterio.
Se conocen muchos particulares de su vida como abad por la pluma de quien fue algo así como su secretario, el monje Walter Daniel, que lo acompañó los últimos diecisiete años de su vida. Él nos asegura la altísima calidad moral de Aelredo, su mansedumbre, humildad, cordialidad, afabilidad, caridad fraterna y sabiduría evangélica. Dice que en estos diecisiete años nunca expulsó a un solo monje del monasterio y que mantuvo siempre desde las formas más suaves las rígidas exigencias regulares cistercienses.
Bajo su mandato el monasterio creció extraordinariamente, llegando a ser 150 los monjes de coro y hasta 500 los hermanos conversos o legos, que se ocupaban de las labores manuales. De todos ellos Aelredo no fue solamente el jefe sino sobre todo el padre espiritual, porque su interés estaba en organizar la vida común de manera que todo facilitara la unión con Dios, la vida espiritual.
El monasterio de Rielvaux tuvo casas filiales en Escocia y en Inglaterra, de las que tenía que cuidar también Aelredo, debiendo visitarlas muchas veces, pese a su poca salud, y teniendo reunión anual con todos los superiores de las casas filiales para evaluar la marcha de las mismas. Fue también al extranjero a visitar las que eran cabezas del movimiento cisterciense: Cíteaux y Claraval.
Quizás el episodio más sombrío de su biografía haya que situarlo en su oposición al santo y paciente obispo de York, San Guillermo Fitzherbert, que había sido canónicamente elegido arzobispo de dicha metrópoli, pero a quien San Bernardo y sus monjes cistercienses se opusieron tenazmente dando oídos a las calumnias que contra el santo circulaban, de simonía y de incontinencia. En 1142 San Bernardo le pidió que fuera a Roma y hablara con el Papa contra la elección de San Guillermo, el cual, dando un altísimo testimonio de humildad y paciencia, no se defendió del injusto ataque y hubo de pasar por fuertes humillaciones. Aelredo no logró de momento su propósito porque Inocencio II autorizó la consagración de Guillermo, pero cuando llegó a la sede de Pedro un Papa cisterciense, el Beato Eugenio III, San Bernardo y Aelredo volvieron a la carga y el Papa suspendió a Guillermo de sus deberes, y en 1147 se llegó incluso a su deposición. Pero el papa Anastasio IV le haría justicia más tarde, volviendo a instalar a tan digno sujeto en la sede de York. Habrá que decir, en vista de que Bernardo y Aelredo también son santos, que ambos, pese a la violencia de sus ataques contra Guillermo, procedieron de buena fe, creyendo defender la disciplina y el honor de la Iglesia. Aelredo vivió lo suficiente como para ver a Guillermo de nuevo en su sede, y comprobó que éste era conciliatorio y nada amigo de venganzas.
Además de sus palabras continuas a los monjes, Aelredo ejercitó su paternal enseñanza mediante escritos, de los que señalaremos el llamado Sobre la amistad espiritual y otro titulado Espejo de caridad.
Aelredo murió en su abadía de Rielvaux el 12 de enero del año 1167. No parece haber sido nunca formalmente canonizado, pero desde el siglo XV la Orden Cisterciense celebra su fiesta.