Por: José Sendín Blázquez | Fuente: Año Cristiano (2002)
Obispos y doctores de la Iglesia (+ 379 y + 390)
La Iglesia los celebra ahora unidos en la misma festividad. Un hecho que consagra la amistad de dos figuras cumbres de la Iglesia Oriental, Padres de toda la Iglesia. No se trata de una apreciación moderna sino que ellos mismos, además de vivirlo, lo afirmaron ya en su tiempo. Basta leer los Sermones de San Gregorio, como el 43 que dedica a San Basilio Magno:
«Atenas se había apoderado de nosotros como la corriente de un mismo río, que desde el manantial patrio nos habla dispersado por las diversas regiones del saber, arrastrados por el afán de aprender, y que, de nuevo, como si nos hubiésemos puesto de acuerdo, volvió a unirnos, sin duda porque así lo dispuso Dios […] Con el paso del tiempo nos confesamos mutuamente nuestras ilusiones […] Nos movía un mismo deseo de saber […] Cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como propia […] Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos […] Una sola tarea y afán había para ambos y era la virtud, así como vivir para las esperanzas futuras y comportarnos de tal modo que, aun antes de haber partido de esta vida, hubiésemos emigrado ya de ella».
Merecería la pena haber copiado íntegro este sermón, que leen los sacerdotes en el rezo dedicado a los dos Santos. Nos parece uno de los monumentos oratorios más selectos pronunciados en honor de la amistad. Basten estas palabras para comprender la determinación de la Iglesia al unirlos en la misma solemnidad. Podría decirse que en el 2 de enero se celebra la fiesta de la amistad.
San Basilio Magno
Nació en Cesárea de Capadocia, actual Turquía, probablemente el año 330, donde también muere el 1 de enero del 379. La coincidencia regional con San Gregorio, hace que se les conozca con el nombre de «capadocios». Su padre, llamado también Basilio, era un célebre abogado y profesor de retórica. Su madre, Enmelia o Emelia, era hija de la mártir Macrina. Tuvieron diez hijos. Ambas mujeres son veneradas como santas además de otra hija, Macrina la Menor. Santos y hermanos suyos fueron San Gregorio Niseno y San Pedro de Sebaste. Un verdadero semillero de santos.
Basilio estudió retórica y filosofía en Cesárea, donde conoció por primera vez al que luego sería San Gregorio Nacianceno. Pasó después a Constantinopla y más tarde a Atenas, coincidiendo nuevamente con San Gregorio y fraguándose la amistad que iba a durar toda la vida, ya que se identificaban en aspiraciones e ideales. Frecuentaron las clases del pagano Imerio y el cristiano Proeresio. Basilio supo asimilar a la perfección lo que había de positivo en sus maestros porque Atenas entonces era ya un laberinto de filosofías y enseñanzas dispares. Después de cinco años, hacia el 356, vuelve a su patria, donde ejerce la carrera de retórico, siempre al lado de su madre, ya viuda, y de su hermana Macrina, que dejarían profunda huella en su espíritu.
Pronto recibe el bautismo de manos de Dianios, obispo de Cesárea. Tenía veintiséis años. Con el fervor inicial de la fe abrazada emprende un viaje por Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia, ansioso de conocer la vida ascética practicada entonces por abundantes y famosos anacoretas. Entusiasmado por la ejemplaridad que había visitado, él mismo —año 358— busca la soledad en Annesi, junto a las orillas del Iris, en el Ponto, no lejos de Neocesarea. Su ejemplo arrastra una legión de imitadores, que obliga a crear otros monasterios en la misma región del Ponto. Su inspirador fue Eustato, obispo de Sebaste, en Armenia, iniciador del monacato en Asia.
Entre los que llegan se va a encontrar otra vez su amigo Gregorio. Aprovechan esta circunstancia para preparar entre los dos la Philocalia, una antología de las obras de Orígenes. San Basilio por su parte escribe aquí sus Moralia y sus dos Reglas.
El año 360 le vemos fuera del monasterio trabajando al lado de los obispos. A Eustato lo acompaña a Constantinopla. Visita nuevamente su monasterio de Iris, pero enseguida marcha a Cesárea para asistir en su muerte al obispo Dianios.
El año 362 ocupa la sede Eusebio, que llama a su lado a Basilio con quien permanece unos ocho años. Habían comenzado las persecuciones de Juliano, a la par que se preparaban para asistir al sínodo de Constantinopla. Eusebio, después de rogárselo encarecidamente, ordena sacerdote el año 364 a Basilio, que ya era lector. Pero el mismo Eusebio, celoso de los valores de Basilio, enfría la amistad conseguida, hasta el punto de que Basilio se retira otra vez a la soledad.
En tal situación aparece su amigo Gregorio Nacianceno y ambos vuelven y siguen colaborando con Eusebio. Gregorio destacará sobre todo en los campos de la caridad y la lucha contra los distintos tipos de herejías. Su fama se populariza de tal forma que, al morir Eusebio, es nombrado, el año 370, obispo de Cesárea y metropolita de Capadocia.
Ya obispo, Basilio se entregó por completo a su tarea de pastor sobre todo en los campos que venía trabajando. Para luchar contra la pobreza sigue su tarea de crear hospitales, asilos, leproserías, viviendas, hasta barrios enteros, ganándose el afecto y la admiración de su pueblo. En sus discursos son frecuentes párrafos como éste:
«No lo olvides; el pan que tú no comes pertenece al que tiene hambre; el vestido que tú no usas pertenece al que va desnudo; el calzado que no empleas es propiedad del descalzo; el dinero que tú malgastas es oro del indigente; eres un ladrón de todos aquellos a quienes podrías ayudar».
Por dos veces dio excepcional ejemplo, repartiendo su fortuna con los necesitados. La primera con los bienes de su padre al retirarse a las orillas del Ponto. La segunda cuando recibió la herencia que le correspondió de su madre, coincidiendo con un período de intensa hambre en Capadocia.
A pesar de tantos trabajos también encontró tiempo para reformar la liturgia, escogiendo lo mejor y más adecuado, quitando y añadiendo cuanto creía necesario para el mayor esplendor de las ceremonias sagradas, tiñéndolas, sobre todo, de un matiz penitencial que las haría las más adecuadas para los domingos de cuaresma. Se le reconocerá como el creador de la liturgia bizantina.
Le tocó, además, vivir unos momentos de profundas convulsiones doctrinales por las múltiples herejías que en aquellos años inquietaban a una Iglesia naciente doctrinalmente. El gran problema del arrianismo se llevó notabilísimos esfuerzos junto a un cisma que amenazaba a la iglesia de Antioquía y que se venía arrastrando desde hacía tiempo. Supo enfrentarse a su antiguo compañero de Atenas, ahora emperador Juliano, y luego a Valente, su sucesor, ambos defensores acérrimos del arrianismo. Ya lo conocían, porque siempre había estado del lado de Eusebio, el obispo que le había ordenado sacerdote.
Se recuerdan algunas frases cruzadas entre Valente y Basilio. En cierta ocasión el Emperador le amenazó diciendo: «Nadie ha usado conmigo hasta hoy un lenguaje semejante». Basilio intrépido le contesta: «Es que tal vez no te has encontrado nunca con un obispo». Valente se sintió impresionado por la entereza de Basilio y quiso por todos los medios atraerlo a su causa. Todo inútil. Para añadidura, el año 372, se le encomienda la dirección de los asuntos eclesiásticos de Armenia.
La paz conseguida en el campo doctrinal se vio alterada por otra situación, la que le atrajo mayores disgustos. Había sucedido que los obispos Melecio, Euzoyo y Paulino se disputaban la sede antioquena. En el horizonte la nube de un cisma amenazante. Melecio, elegido canónicamente el año 360, tuvo que elegir el destierro al mes de su designación. Euzoyo fue designado por el emperador Constantino. Paulino era el candidato de los cristianos ortodoxos al marchar Melecio al destierro.
Melecio sin lugar a dudas concitaba la simpatía de la gran mayoría del pueblo e incluso de los sacerdotes y patriarcas. Entre ellos se encontraba Basilio, que lo defendía creyéndolo el obispo legítimo de Antioquía. Pero Roma y el Occidente cristiano defendían a Paulino, una postura que consiguió que no pocos se pasaran al bando de los partidarios de Paulino, sobre todo desde que Basilio, el año 370, fue elegido para la sede metropolita de Capadocia, quienes incluso llegaron a poner en duda la ortodoxia de Basilio. Dudas que quedaron disipadas cuando Basilio escribió su tratado De Spiritu Sancto.
Con la muerte del emperador Valente el 9 de agosto del año 378 llegó la paz total y la libertad religiosa, proclamada por el sucesor Graciano. La Iglesia preparaba un magno Concilio que iba a zanjar todas las cuestiones doctrinales. Pero Basilio, el pastor austero, maltratado por tantos sufrimientos, moriría aquejado de una enfermedad de hígado el año 379. Contaba tan sólo con cuarenta y nueve años de edad, dos años antes de la celebración del II Concilio ecuménico, Constantinopla I, cuando gobernaba la Iglesia el papa español San Dámaso.
San Basilio nos ha dejado un buen número de obras entre las que hay que recordar: los Tratados dogmáticos: tres libros Adversas Eumonium; Uber de Spiritu Sancto, donde explica la consustancialidad del Hijo y del Espíritu Santo con el Padre. Tratados homiléticos: se dividen en Nueve homilías al Hexámeron, Trece homilías sobre los salmos, Comentario sobre Isaías, Sermones, unos 23 aproximadamente. Tratados ascéticos: una serie de libros que se atribuyen al santo, no todos son suyos y de temática muy variada. Cartas: se le llegan a atribuir 385 cartas, que se presentan agrupadas por series. Las 46 primeras escritas antes de su episcopado (años 357-370). Desde la 47 a la 291, las escritas siendo obispo (años 370-378). La tercera serie, el resto, ya que no resulta posible su datación. Algunas, muy pocas, pueden no ser suyas. Reglas: entre los años 358-59 escribe para sus monjes unas instrucciones generales llamadas Grandes reglas. Posteriormente otro tratado llamado Pequeñas Reglas, con exhortaciones y consejos. Sabe distanciarse de Eustato, que le ayudó mucho, por su distinta concepción de la vida monacal en lo relativo a la jerarquización y la disciplina, bases para Basilio de la vida asociada en la doble entrega a la oración y el trabajo. Se convierte así en legislador de la vida cenobítica en Oriente y padre del monacato oriental.
En cuanto a su doctrina, resulta fácil entender las líneas maestras. Doctrina radiante porque es la que hoy profesa la Iglesia. Difícil entonces por la cantidad de enemigos. Nos hallamos en la médula doctrinal de nuestro Credo. Gira en torno a cuatro vértices totalizantes: 1) Contra el error sabeliano defiende que en Dios, dentro de una sola ousía, hay tres hypóstasis, tres personas distintas y no una sola con nombres distintos. Su gran aportación es, pues, la distinción para siempre entre ousía, entidad sustancial de Dios, e hypóstasis, la manera de obrar de cada una de esas Personas; 2) Contra los arríanos afirma que el Hijo es consustancial con el Padre. Sería definido en el concilio de Nicea. Es totalmente erróneo que se pudiera decir de él en algún momento que el homousion significara, en lugar de unidad de sustancia, solamente semejanza de sustancia u homoiousion. 3) Contra los macedonianos y eunomeos, afirma idénticamente que el Espíritu Santo es igual a las otras dos personas, consustancial con ellas, de las que procede, y no una criatura del Hijo. 4) La Iglesia, definida en dos vertientes: Iglesia cuerpo de Cristo e Iglesia fraternidad entre los creyentes. La consideración de Iglesia cuerpo de Cristo era ya la doctrina tradicional, porque así la encontramos claramente definida en San Pablo. La mayor originalidad de San Basilio es la Iglesia fraternidad que se refiere a todo el orbe, que supera su visión monástica particular. Con este bagaje doctrinal por delante no tiene nada de extraño que a su muerte fuera proclamado como uno de los grandes hitos doctrinales de la Iglesia.
Sus funerales apoteósicos concitaron a todo el pueblo que inmediatamente lo aclamó como santo. Se le rendía culto el 1 de enero, día de su muerte, incluso hasta cuando se celebraba en ese día la fiesta de la Circuncisión. Ha recibido los más loables panegíricos por parte de sus contemporáneos. Más tarde su nombre unido al de su amigo San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo formará la tríada más venerable de doctores de la Iglesia Oriental.
El juicio que aún nos sigue mereciendo lo encontramos en el P. Llanos, en su obra El desfile de los santos:
«Sigue enseñando desde su cátedra de estrellas un hombre de quien se ha dicho ser el maestro más completo de la Iglesia antigua, el modelo de Padre y varón de Dios, donde se dan, en excepcional armonía, facetas que vemos dispersas en tantos otros santos. Basilio el Grande, así hay que saber llamarlo. Basilio el capadocio, es doctor y teólogo, moralista y asceta, fundador de vida perfecta y gobernador de diócesis difícil, hombre de erudición y de enseñanzas cálidas, hombre de gravedad y de humanidad exquisita, el primero de la Iglesia oriental y el más occidental de los orientales» (p.588).
San Gregorio Nacianceno
Nació alrededor del año 329 en Arianzo, una villa familiar, próxima a Nacianzo en la región de Capadocia (Turquía). Murió en su propio pueblo el año 390. Su padre, de nombre también Gregorio, siguió durante cincuenta años la doctrina de la secta judeocristiana llamada parsismo. Su madre, Norma, era profundamente católica, logró la conversión de su marido —año 325— hasta el punto de llegar a ser obispo de su ciudad. Todos los hijos, tres en total, nacieron cuando ya los padres tenían una edad bastante avanzada.
Nonna se encargó principalmente de la educación de Gregorio, primero en Cesárea, donde conoció a Basilio, iniciándose una profunda amistad. Pero luego Basilio marcharía a Constantinopla, mientras Gregorio marchaba a Palestina y Alejandría de Egipto. La providencia los juntó nuevamente en Atenas, añadiéndose Juliano, tristemente célebre emperador y apóstata. Era el año 355. A pesar de que se les ofrecieran sendas cátedras de retórica, Basilio volvió muy pronto a su patria de Cesárea, mientras Gregorio continuaría algún tiempo más, hasta el 357, en que vuelve también con los suyos, empeñado en dedicarse a la vida solitaria y penitencial. Para ellos era más importante la sabiduría practicada por los santos, que los sistemas de la filosofía ateniense.
Compartió con su amigo Basilio la vida monacal durante algún tiempo, que le sirve de preparación para recibir el bautismo, el año 360, cuando contaba con treinta y seis años de edad. Permanecía aún al lado de sus padres que por ancianos lo necesitaban. Esta necesidad de ayuda, a petición del pueblo, obligó a su padre obispo a que le ordenara sacerdote para convertirlo en auxiliar durante su vejez, aunque sin mucha conformidad por parte de Gregorio, ya que no se creía digno para tan alto ministerio. Debió suceder el 25 de diciembre del año 361. La estancia al lado de su padre se convirtió en durísima prueba, hasta el punto de huir al Ponto, para, en compañía de su amigo Basilio, poner fin a su dolor. Fue entonces cuando escribió un famoso escrito titulado Apología de la fuga, bello canto a la sublimidad del sacerdocio cristiano. Pero las insistentes llamadas del padre le bligaron al regreso, siendo aclamado por sus fieles tras la predicación del día de Pascua del año 362. Su padre, ya achacoso, posiblemente engañado, había suscrito la fórmula semiarriana de Remini originando un gran desconcierto en la comunidad creyente. Con exquisito tacto el hijo convence al padre para que rectifique públicamente, restableciéndose la anhelada calma.
Un hecho imprevisto vino a complicar la paz de que ya gozaban. El emperador arriano Valente dividió la Capadocia en dos partes: la Capadocia Prima, al norte, con su capital en Cesarea, y la Capadocia Secunda, al sudoeste, con la capital en Tiana. Un hecho mal intencionado, porque Basilio un año antes, en el 370, había sido nombrado metropolitano de toda la Capadocia. Antino obispo de Tiana se proclamó metropolitano de la Capadocia Secunda, ejerciendo su jurisdicción sobre algunas sedes episcopales sufragáneas de Basilio.
Basilio reaccionó inmediatamente y para que no se desvirtuaran sus derechos, creó de inmediato una serie de diócesis nuevas, fuera de las fronteras del Imperio. Una de ellas, la de Sásima, pensada para Gregorio, consagrado obispo por el propio San Basilio el año 372. La nueva diócesis era más una creación de despacho y buenas intenciones, pensada más bien para luchar contra Antino pero carente en la práctica de un verdadero entramado de terrenos unificados, sin conciencia de pueblo, con muy pocos habitantes y la mayoría extranjeros. La propia capital, Sásima, no pasaba de una pequeña aldehuela. Comprendió Gregorio que se trataba de luchar contra Antino y muy pronto, sin llegar a tomar posesión de su sede, abandona hasta el punto de dejarlo todo y dedicarse otra vez a la vida solitaria.
Pero ahora fue su propio padre el que le convenció para que volviera a Nacianzo y se convirtiera en auxiliar suyo.
Fue una decisión providencial porque el año 374 muere su padre y seguidamente su madre. Una situación que cambia su vida y él mismo convence a los obispos sufragáneos para que elijan el sucesor de su padre, mientras él se retira lejos a la soledad en Seleucia, provincia situada al sudoeste de la Capadocia. Estando en aquel retiro recibe la noticia de la muerte de su amigo Basilio. Era el año 379. Por estas fechas (378) había muerto el emperador Valente. Le sucedería Teodosio, partidario de los católicos. Y son los creyentes de Constantinopla, oprimidos por los arríanos durante cuarenta años, quienes llaman a Gregorio para que se ponga al frente de la pequeña comunidad de fieles.
Tarea difícil porque todos los edificios religiosos importantes se hallaban en manos de los herejes. La reunión con los suyos, el día de su entrada en la ciudad a principios del año 379, debió hacerse en la casa particular de un amigo. Casa que desde entonces llevó el nombre de Anastasia, equivalente a Resurrección, porque significaba la resurrección de la ortodoxia. Muy pronto su prestigio subyugó a todos, a partir de la predicación de cinco discursos teológicos sobre la divinidad del Verbo, precisamente la verdad negada por los arríanos.
El 24 de diciembre del año 380 hace su entrada el emperador Teodosio, quien devuelve inmediatamente los edificios a los católicos y hasta él mismo acompaña a Gregorio hasta la iglesia de los Apóstoles. Por supuesto que los arríanos no se conformaron con los hechos y atacaron por todos los medios a los católicos hasta el punto de querer asesinar al propio Gregorio.
Otro de sus enemigos fue un tal Máximo que se presentaba como filósofo y que no era más que un embaucador, tan taimado que hasta su cabellera era postiza. Una noche, en la capilla de la Anastasia, abierta por traición de un eclesiástico, consiguió ser ordenado por los obispos de Alejandría. Dirigía todo su empeño en ponerse al frente de la sede de Constantinopla.
A pesar de todo, nada ni nadie pudo contrarrestar el prestigio ganado por el nuevo obispo Gregorio. El propio San Jerónimo, que entonces se encontraba en Antioquía, bajó a visitarlo y, según su propio testimonio, lo eligió como guía y orientador.
El ambiente se caldeó tan benéficamente que en mayo del 381 se inauguraba un nuevo concilio en Constantinopla, II Ecuménico, presidido por Melecio de Antioquía, obispo jefe de una facción semicismática, nada acepto para Roma, ni para San Ambrosio de Milán, ni para los obispos occidentales y no pocos de los orientales. Se logra un pacto entre todos y Gregorio es elegido para la presidencia al morir Melecio, proclamándolo luego como obispo de Constantinopla. Aquí fueron taxativamente condenadas todas las tesis amanas. Pero los enemigos de Gregorio no aceptaban su nombramiento. La jerarquía de Egipto y Macedonia impugnaron su nombramiento, apoyados en la imposibilidad de traslado de un obispo titular a otra sede y Gregorio lo era de Sásima.
Cansado de tantas intrigas, en julio de ese mismo año de 381, se despide de su Constantinopla con un magnífico discurso y se dirige a Nacianzo, donde se queda circunstancialmente al frente de esa iglesia de su padre hasta que fue nombrado obispo de la misma Eulalio, un amigo suyo. Era el año 384. Gregorio se retira a Arianzo y en apacible soledad redacta sus últimas obras hasta que muere el año 390.
Sus obras se agrupan en discursos, poemas y cartas. De los Discursos, nos han llegado unos 45. Son de exquisita forma y brillante contenido, muy diversificado, ya que muchos de ellos los pronunció ocasionalmente. Un grupo importante son los cinco llamados teológicos. Otros los apologéticos, como los dos dirigidos contra su antiguo amigo de Atenas, Juliano, el Apóstata. Algunos, panegíricos. Y muy famosos los discursos fúnebres pronunciados por la muerte de sus familiares. Entre todos destaca el dedicado a su amigo Basilio.
Los Poemas fueron escritos principalmente al final de su vida, se conocen unos 400 con un total de 18.000 versos. Los hay de dos clases: de contenido teológico y epigramas. El autor hace gala de su profunda formación retórica ateniense y demuestra la validez de los contenidos cristianos para ser expresados en forma poética.
De las Cartas conservamos 244, dirigidas a su padre y amigos. La más famosa es la 101, recogida en parte en el concilio de Efeso del 431 e íntegramente en el de Calcedonia de 451.
La doctrina de Gregorio es un modelo de rigorismo teológico por sus contenidos dogmáticos y un termómetro fiel para conocer los niveles doctrinales de su época. Sus doctrinas se pueden agrupar en apartados básicos: 1) Trinidad. Con perfecta explicación del hecho trinitario claramente diferenciado en Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, con sus respectivas características de naturaleza y persona. Es el primero en designar la diferencia de las personas divinas por sus relaciones internas: ingenitus-genitus-procedens. 2) Contemplación. El quehacer de los creyentes debe ser la contemplación de Dios, que quiere principalmente nuestra vida, fin de todos nuestros esfuerzos. 3) Escatología. Significa la respuesta humana ante la muerte. La muerte debe ser doble: la muerte corporal, que lleva aparejada la corrupción, es el punto de partida para una vida mejor incorruptible. Por eso recomienda la muerte ascética voluntaria como una preparación para ella. Nuestra garantía se halla en la humanidad de Cristo resucitado.
Murió el año 390. Su fiesta, celebrada antes el 9 de mayo, ha pasado al 2 de enero unida a la de su amigo Basilio, con quien siempre estuvo identificado. Sus reliquias fueron trasladadas de Capadocia a Constantinopla y colocadas en la iglesia de los Apóstoles y de San Anastasio. No parece muy probable que luego llegaran a Roma, a pesar de que el papa Gregorio XIII ordenó trasladarlas desde Santa María in Campo Marzio, donde eran veneradas, hasta la basílica de San Pedro el 11 de junio de 1580.
Acorde con la doctrina que enseñó en vida, la preparación para su propia muerte nos sirve de síntesis y juicio de su espiritualidad, como lo recuerda J. M.a de Llanos:
«Cristo me llama […] va escribiendo hacia elfinal[…] recíbeme, Salvador mío, recíbeme aunque confieso que no estoy purgado del todo […] Vocas, Tu me vocas, ipse autem acurro... Me llamas, Tú me llamas, he aquí que yo me apresuro».
«Era el año 389 cuando aquel gran hombre, sabio y elocuente, apologeta y polemista, teólogo y sabio en todos los saberes, hasta en el de la piedadfilialy la amistad más tierna, poeta también y generoso perdonador, virgen y afectivo como un niño, valiente y sereno como un héroe, Gregorio de Nacianzo, abriendo su canto de cisne, se reclinaba en el Señor» (El desfile de los santos, 454).