Santos Berardo y compañeros

Por: Biblioteca de Autores Cristianos | Fuente: Año Cristiano (2002)

Religiosos y mártires (+ 1220)

Éstos —Berardo, Otón, Pedro, Acursio y Adyuto— son los primeros santos de la Orden Franciscana, martirizados en vida del propio fundador, San Francisco, el cual se dice que exclamó cuando supo la noticia del martirio: «Aliora sí que hay cinco verdaderos hermanos menores».

En el capítulo llamado de las Esteras, del año 1219, San Francisco de Asís decidió que la Orden emprendiera viajes misioneros. Se reservó para sí el viajar a Siria y Egipto y envió a Al Andalus y al Magreb a un grupo de religiosos. Eran seis, siendo el jefe del grupo fray Vidal. Se pusieron en camino hacia España y al llegar a Aragón enfermó fray Vidal, debiendo los otros cinco continuar el viaje sin él. Eran: Berardo, natural de Corbio, junto a Pisa, y que en 1213 se había unido a San Francisco; parece que conocía la lengua árabe; Otón, de procedencia desconocida, y el único a quien todas las fuentes antiguas atestiguan como sacerdote, bien que se ha generalizado decir que también lo eran Berardo y Pedro, y así aparece en el nuevo Martirologio romano; Pedro, que era natural de San Geminiano, y que habiendo oído en su pueblo en 1211 predicar a San Francisco, se decidió a seguirlo; era al menos diácono; Adyuto y Acursio aparecen sin más datos, no faltando algunas fuentes que los hacen sacerdotes y otras en cambio hermanos legos.

De Aragón pasaron a Portugal, siendo acogidos con gran fervor por la corte portuguesa. En la costa lusitana embarcaron para Sevilla. Aquí fueron a su vez acogidos por un mercader que intentó impedir predicaran públicamente el evangelio como era su propósito, pero no lo logró. Ellos con gran arrojo quisieron entrar nada menos que en la mezquita mayor y pretendieron predicar a Cristo en el lugar sagrado. No lo lograron pero sí el acceso al palacio del rey moro. Este al oírlos intentó matarlos allí mismo, pero su hijo le hizo ver que matar a los religiosos podría traer represalias de los reyes cristianos. Estuvieron presos y fueron expulsados de Sevilla, de donde se embarcaron para la costa africana. En Marrakech los acoge el infante Pedro de Portugal, que igualmente intenta en vano disuadirlos de su propósito evangelizador. Llevados ante el califa, éste les pide que o guarden silencio o vuelvan a España. Ellos insisten en su voluntad de predicar el evangelio, y fue entonces el propio monarca el que los degolló con su espada. Era el 16 de enero de 1220. Los cuerpos de los mártires fueron llevados a Coimbra, atrayendo al futuro San Antonio de Padua a la Orden de Menores. Los canonizó Sixto IV el 14 abril 1482.

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