Por: Biblioteca de Autores Cristianos | Fuente: Año Cristiano (2002)
Presbítero y mártir (+ 1927)
La enseñanza primaria la recibió en Guadalajara, en el Colegio del Espíritu Santo, y en cuanto fue un adolescente, empezó a trabajar en una fragua para ayudar en su casa. Se costeó sus estudios mediante una beca.
Terminada la enseñanza primaria, decidió su vocación sacerdotal e ingresó en el seminario de Guadalajara e hizo los estudios eclesiásticos. Se ordenó sacerdote el 20 de agosto de 1911.
Ejerció el ministerio pastoral sucesivamente en cuatro parroquias, estando también un tiempo de profesor del seminario menor de Cocula, y en 1923 fue destinado a la capellanía de Tamazulita, Jalisco.
En todos los destinos se acreditó como un buen sacerdote, serio y cumplidor, obediente a sus respectivos párrocos y dispuesto siempre sobre todo a predicar con celo y entusiasmo la palabra de Dios. Por esta misma razón daba gran importancia a la catequesis de los niños y se manifestó siempre dispuesto a darla por sí mismo. Su otra gran tarea sacerdotal, para la que tenía evidente carisma, era la atención pastoral a los enfermos, a los que visitaba asiduamente, consolaba y preparaba para los sacramentos, al tiempo que alentaba a las familias a sobrellevar la enfermedad con entereza y dedicación al enfermo.
El P. Jenaro sintió mucho el cierre de los templos por parte de la autoridad eclesiástica, vista la actitud hostil del Gobierno mejicano, y prosiguió su ministerio clandestinamente, diciendo misa y administrando los sacramentos por las casas y en los campos. Comprendió muy pronto el peligro de muerte en que estaban los sacerdotes y se dio cuenta de que él podría ser uno de los mártires.
Su martirio tuvo lugar el 17 de enero de 1927, y sucedió así: se hallaba el P. Jenaro en el campo con unos amigos tendiendo la2os a los venados y por la tarde regresó al rancho La Cañada, de la familia Castillo, en el que se albergaba por entonces. Al llegar se dieron cuenta de que había soldados buscándole. Le rogaron que escapara, pero él pensó que si huía, las malas consecuencias las pagarían sus amigos y prefirió acercarse al rancho y afrontar la voluntad de Dios. Y en efecto, al llegar, los cogieron presos a todos y uno de ellos fue llevado preso con el sacerdote a Tecolotlán, pero luego todos fueron dejados libres excepto el P. Jenaro.
Cerca de la medianoche llevaron al sacerdote al cerro llamado La Loma y allí se dispusieron a ahorcarlo. Cuando él se dio cuenta, les dijo a sus captores que los perdonaba y dio un viva a Cristo Rey. Tiraron de la soga y quedó colgando luego de darse un gran porrazo en la cabeza con el mezquite del que lo habían colgado. Llamaron los soldados a una casa vecina y señalaron a sus habitantes que había allí colgado un reo pero que si alguien lo bajaba le harían a él lo mismo. El sacerdote, mal colgado de la soga, tardó en morir, pudiendo oírse sus ronquidos desde la casa.
No amanecía aún cuando volvieron los soldados, dispararon al cuerpo inerte, lo bajaron y, ya en el suelo, uno de ellos lo atravesó con la bayoneta y lo dejaron tirado en medio del campo.
Acudieron los habitantes de la casa vecina y lo vieron algunos que pasaban por allí pero no reconocieron que era el P. Jenaro.
Pero ya en la mañana del 18 de enero una maestra lo reconoció y fue a dar aviso a la madre del P. Jenaro, la cual acudió presurosa, reconoció a su hijo y tomándolo lo colocó sobre sus rodillas, componiendo una estampa similar a la de La Piedad. La pobre señora lloraba amargamente abrazada al cuerpo del hijo querido. Se logró permiso para llevarlo a la casa de la maestra y velarlo unas horas, siendo enterrado a las cuatro de la tarde en el cementerio de la población. En el lugar de su martirio se erigió un monumento posteriormente. Sus reliquias fueron llevadas más tarde a la parroquia de Cocula.
El papa Juan Pablo II lo canonizó junto con otros mártires mexicanos el 25 de mayo del año 2000.