Por: Manuel Garrido Bonaño, OSB | Fuente: Año Cristiano (2002)
Obispo (+ 1860)
Nació en Prachatitz, en Bohemia, entonces parte integrante del imperio austro-húngaro, el 18 de marzo de 1811. Sus padres fueron Felipe Neumann e Inés Lebisch. En 1831, terminados los estudios filosóficos, ingresó en el seminario de Budweis, donde el 21 de julio de 1832 recibió la tonsura clerical y las órdenes menores. Poco más tarde, al leer las Cartas de San Pablo y las relaciones misionales de Federico Baraga, apóstol de los indios en el Alto Michigan (USA), deseó ardientemente marchar a los Estados Unidos de América, para atender a los emigrantes de Europa.
Esta vocación misionera puso los fundamentos de su santidad, toda modelada por la correspondencia perfecta a la voluntad de Dios, y dio una impronta apologética-práctica a sus estudios, alimentados con la mejor tradición patrística y por los maestros tridentinos y postridentinos, de modo especial por San Pedro Canisio y San Alfonso María de Ligorio. A esto añadió el estudio de las ciencias naturales y de las lenguas antiguas y modernas. Para esto último estuvo en el seminario metropolitano de Praga, donde en julio de 1835 terminó el cuarto curso de Teología.
Su ordenación sacerdotal fue aplazada por su obispo para no aumentar el número excesivo de sacerdotes en su diócesis. Esto le dolió mucho, pues le impedía seguir su vocación misionera.
El 8 de febrero de 1836, como simple clérigo, sin dinero, sin apoyo y sin meta precisa, partió para América, firmemente decidido a no volverse atrás. Desembarcó en Nueva York el 2 de junio de 1836. Inmediatamente fue recibido por el obispo Juan Dubois, que el 19 del mismo mes lo ordenó de subdiácono, el 24 de diácono y el 25 de sacerdote. Lo envió a los últimos límites de su diócesis, en la zona de las cascadas del Niágara, entre Buffalo y Rochester, donde permaneció cuatro años. Su primera residencia fue Williamsville, luego North Bush, la actual Kemmore, desde donde hacía sus correrías apostólicas para atender a los colonos. Finalmente, para seguir sus ansias de perfección evangélica pidió y fue admitido en la congregación religiosa de los Redentoristas. Tomó el hábito el 30 de noviembre de 1840 en Pittsburgh. Profesó dos años más tarde en Baltimore. Entre los redentoristas crecieron sus ansias de santidad y de celo apostólico. Lo nombraron superior de la casa de Pittsburgh y viceprovincial de todas las casas de América en 1849. Desde 1851 a 1852 fue párroco de la Iglesia de San Alfonso en Baltimore. Esto no impidió sus correrías apostólicas en las que mandaba construir iglesias y escuelas y fundaba asociaciones parroquiales. En todos estos ministerios apostólicos fue modelo de santidad para todos.
No escapó a la mirada de monseñor Kenrick, arzobispo de Baltimore, tal labor apostólica y le presentó al cardenal prefecto de Propaganda Fide, Santiago Felipe Fransoni, para la sede episcopal de Filadelfia. Fue aceptada la propuesta por el Beato Pío IX y el 28 de marzo de 1852 fue consagrado obispo en Baltimore. Dos días más tarde hacía su entrada en Filadelfia.
En su diócesis incrementó sus ansias misioneras, visitando ininterrumpidamente su vastísima diócesis de treinta mil kilómetros cuadrados.
Toda visita pastoral la convertía en unos ejercicios espirituales de tres o cuatro días. A veces recorría cuarenta kilómetros para confirmar a una adolescente enferma. Fundó ochenta y nueve iglesias, en las que organizaba los ejercicios de las llamadas «cuarenta horas», y numerosas escuelas parroquiales. Al entrar en su diócesis encontró sólo dos escuelas y al morir dejó más de cien con métodos pedagógicos muy avanzados.
Reformó el seminario mayor y construyó el menor, que fue de los primeros en USA. Celebró tres sínodos importantes y participó en los tres concilios nacionales de Baltimore. Adecentó la iglesia catedral, fundó hospitales y orfanatorios. Ayudó mucho a las diversas familias de religiosas. Todo esto en el breve tiempo de siete años y diez meses.
Murió de un infarto, en la tarde del 5 de enero de 1860, a la edad de cuarenta y ocho años. Sus funerales fueron apoteósicos.
Monseñor Kenrick lo consideró como uno de los más grandes obispos de la Iglesia y después se ha comprobado que así era en verdad. Se inició el proceso de beatificación y canonización en Filadelfia y en Budweis en 1886. La causa se introdujo en Roma en 1896. El 11 de noviembre de 1921 fue declarado Venerable y el 13 de octubre de 1963, en pleno concilio Vaticano II, fue beatificado por Pablo VI. Fue canonizado el 19 de junio de 1977 por el papa Pablo VI.
Publicó varias obras, entre ellas tres libros de Catecismo, cartas pastorales, constituciones diocesanas sinodales, etc. También dejó inédita una gran Summa theologica, de unas dos mil páginas.