San Manuel González García

Por: José María Díaz Fernández | Fuente: Año Cristiano (2002)

Obispo (+1940)

De los santos españoles del siglo XX fue seguramente San Manuel González García el que ya en vida gozó de mayor popularidad: el célebre Arcipreste de Huelva, el famosísimo obispo de Málaga y de Patencia. Después de su muerte creció la fama hasta convertirse en clamor fervoroso pidiendo su beatificación. Juan Pablo II lo beatificó el 29 de abril de 2001 y el Papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.

El decreto por el que declara heroicas sus virtudes se inicia con las siguientes palabras de Vaticano II: «En la Santísima Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, el mismo Cristo» (PO 5); y os ofrece ya de entrada la mejor interpretación de su vida: «La Eucaristía, culmen y fuente de toda la vida cristiana, fue lo más importante en la vida y el ministerio de Manuel González García, el cual celebrando la Eucaristía, adorando y contemplando acrecentó el amor de Dios y al prójimo, se configuró conforme al divino Pastor al servicio de la grey y transmitió la luz del Evangelio y de la Cruz en la Iglesia y en el mundo». Así es: el fulgor de la Eucaristía ilumina toda su trayectoria desde la infancia hasta, literalmente, su sepulcro.

Con el sol y la alegría de Sevilla la gracia se vertió en él abundantemente hasta florecer en regocijo y santidad. Nació en Sevilla el 25 de febrero de 1877 en un hogar humilde que algo nos evoca a Nazaret: el padre, carpintero al servicio del Colegio Salesiano, algo tuvo que asimilar del espíritu de Don Bosco; la madre, costurera. Fue el penúltimo de cinco hijos. Algo dice también de la piedad de este hogar la sarta de nombres que recibió en el bautismo el 28 del mismo mes de febrero, en la iglesia parroquial de San Bartolomé: Manuel Jesús de la Purísima Concepción y Antonio Félix de la Santísima Trinidad. Hizo la primera comunión el 11 de mayo de 1886, cumplidos los nueve años. El dato más vistoso de su infancia dice relación alegre a la Eucaristía y a la Virgen. Logró la gran ilusión que dejó huella en su vida: formar parte de los famosos seises de la catedral de Sevilla, el grupo de niños que, repicando las castañuelas, canta y baila con canciones del siglo XVI ante el Santísimo expuesto en la solemnidad de Corpus y en la fiesta de la Inmaculada. Sus trajes, también del siglo XVI, son muy lucidos: juboncillo rojo o azul celeste, y calzón corto de seda blanca, como las medias. Así, su devoción a la Eucaristía y a la Virgen se tiñeron muy pronto de la alegría más pura que luce Sevilla.

El clima espiritual se veía muy favorecido por la ejemplaridad de vida de algunos presbíteros, y en el secreto de su corazón brotó la vocación al sacerdocio. Sin decir nada a sus padres, se presentó al examen de ingreso en el Seminario a los doce años, comunicándoles luego la admisión. Debido a la pobreza familiar, cursó los estudios en condición de fámulo, es decir, gratuitamente a cambio de trabajar para el centro. En la trayectoria de su carrera eclesiástica está atestiguada su piedad, su disciplina y el éxito en los estudios, coronados con el Doctorado en teología en julio de 1901, siendo ordenado presbítero el 21 de septiembre. Sus últimos años de seminarista y los cinco primeros de sacerdote coinciden con los del pontificado del arzobispo Santo Marcelo Spínola (1895-1906), nombrado cardenal por Pío X pocos meses antes de morir. Fue un arzobispo decididamente renovador, atento a los problemas sociales y a la prensa, y tuvo ya en vida fama de santo. Su presencia influyó poderosamente en nuestro D. Manuel. De él recibió el presbiterado y el nombramiento clave de su vida: Arcipreste-párroco de San Pedro de Huelva en 1905, cuando sólo tenía 28 años.

¿Qué movió a D. Marcelo Spínola a nombramiento tan precoz? Recién ordenado sacerdote, D. Manuel había sido enviado a dar una misión en Palomares del Río, y aquí recibió una singular gracia de Dios que lo marcó definitivamente. Al procurar informarse de la situación religiosa de la localidad, antes de entrar en acción, recibió las impresiones más desalentadoras. Él mismo nos cuenta su reacción:

«Fuime derecho al sagrario […] y ¡qué sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero, no huí. Allí de rodillas […] mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba… que me decía mucho y me pedía más […] La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal».

Es bien posible que con confianza filial contase ésta y otras experiencias a su propio arzobispo, sevillano, además, como él. En todo caso, D. Marcelo demostró conocerlo muy a fondo al enviarlo a Huelva. Serán diez años de entrega pastoral sin límites, a los niños («Pan y catecismo»), a las familias, a los pobres, con continuas iniciativas siempre sazonadas de alegría y contagioso optimismo, capaz de vencer, día a día, el ambiente hostil. El Arcipreste de Huelva pronto se hizo famoso en toda España, y muchas de sus iniciativas, y sobre todo su programa de vida centrado en el sagrario, influyeron grandemente en amplios sectores del clero español.

Su primer libro publicado, Lo que puede un cura hoy, supuso una inyección de ánimo para muchos sacerdotes. De sus años en Huelva es también la publicación de la revista El Granito de Arena, que pronto contó con suscripciones en todas partes. Justo en el año central de su estancia en Huelva (1910), después de cinco años pidiendo limosna para fundar escuelas y socorrer a los pobres, se dirige a las más fieles colaboradoras de su actividad apostólica, invocando su atención «en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo sacramentado […] Os pido por el amor de María Inmaculada y por amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis María de esos sagrarios abandonados». Así, con la sencillez del Evangelio, nació la Obra para los Sagrarios-Calvarios, que en sus dos secciones de Marías de los Sagrarios y Discípulos de San Juan se extendió rápidamente, dando paso enseguida a la Reparación Infantil Eucarística.

Ya obispo, había de constituir, en 1918, los Sacerdotes Misioneros Eucarísticos Diocesanos, la Congregación de Misioneras Eucarísticas de Nazaret (1921), y en colaboración con su hermana Antonia, la institución de Misioneras Auxiliares Nazarenas (1932) y la Juventud Eucarística Reparadora (1939). Son fundaciones que jalonan toda su existencia sacerdotal y episcopal. Hoy forman la gran familia denominada Unión Eucarística Reparadora. D. Manuel sintió especial devoción por San Pío X, el Papa de la Eucaristía que eligió como lema: «Instaurarlo todo en Cristo». La sintonía fue perfecta. En 1912, el 28 de noviembre, fue recibido en audiencia por Su Santidad, a quien fue presentado como el «apóstol de la Eucaristía». El Papa se interesó por toda su actividad y bendijo su obra.

Su nombramiento para Obispo Auxiliar de Málaga, en 1915, por el papa Benedicto XV, a sus 38 años, fue motivo de gran alegría en toda España. El obispo residencial Juan Muñoz Herrera se hallaba muy disminuido, lo que explica la pronta designación de Administrador Apostólico con plenos poderes. Muñoz Herrera falleció en 1919 y D. Manuel fue nombrado obispo residencial de Málaga al año siguiente. Hay datos que denotan un talante apostólico de excepción: D. Manuel celebró su toma de posesión como obispo residencial de Málaga dando un banquete a los niños pobres, en vez de a las autoridades; éstas, junto con los sacerdotes y seminaristas, sirvieron la comida a los tres mil niños. Quedaba así denotado el nuevo estilo de un santo obispo sevillano para su grey andaluza: conversación callejera con todos los que encontraba en su camino, escuelas y catequesis parroquiales… Pero, por encima de todo, estaba el binomio eucaristía-sacerdocio, y el doble problema de la escasez de sacerdotes y el lamentable estado del seminario malagueño: ¡hacía falta un seminario material y espiritualmente nuevo!

Fue su sueño pastoral (Un sueño pastoral): «Un seminario sustancialmente eucarístico, en el que la Eucaristía fuera, en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro, y la primera asignatura; en el disciplinar, el más ágilmente inspector; en el ascético, el modelo más vivo; en el económico, la gran providencia, y en el arquitectónico, la piedra angular». Con este programa, quedaba señalado un camino eucarístico de santidad: «llegar a ser hostia en unión con la Hostia consagrada», lo que significa «dar y darse a Dios y en favor del prójimo del modo más absoluto e irrevocable». Tal opción recibe un nombre: victimación. D. Manuel González fue en Málaga víctima de su celo apostólico.

Con la llegada de la República comienzan para él las grandes persecuciones. El 11 de mayo de 1931 le incendian el palacio episcopal y tiene que esconderse en un domicilio particular, del que huye a Gibraltar, para evitar el peligro de sus protectores. De Gibraltar se traslada a Madrid. Aquí vive en un modesto apartamento rigiendo la diócesis a distancia. La situación se hace insostenible y Pío XI lo nombra obispo de Palencia, la diócesis que había dejado vacante su metropolitano de Granada D. Agustín Parrado. Tenía entonces 58 años. En Palencia permanece durante toda la guerra civil, sin conocer devastaciones en su propia diócesis pero sufriendo en su propia carne el dolor y el martirio de tantos sacerdotes y obispos asesinados, entre ellos los de Guadix y Almería, de la misma provincia eclesiástica de Granada, ya beatificados. En Málaga hasta profanaron la capilla del Seminario y aventaron los huesos de sus padres, que allí había depositado con amor filial. Debilitado y achacoso proseguía su camino eucarístico-pastoral. La melancolía se le reflejaba a veces en los ojos, sin que dejasen de estallar brotes de humor disonantes del temple frío de los castellanos viejos.

Dejo constancia de una anécdota recogida por mí en Palencia, en 1949, de labios de un sacerdote fehaciente: cuando la toma de Bilbao, hubo una manifestación patriótica que terminó con una salve a la Virgen, seguida de los vivas de rigor, dados por el propio obispo. Tenía que terminar con un «Viva Bilbao», pero el genio sevillano lo traicionó: «¡Viva el bacalao a la vizcaína!». Los palentinos no supieron reaccionar y el «viva» se quedó sin respuesta. A su muerte muchos palentinos tenían la impresión de no haberlo comprendido. Él los comprendió mucho mejor, y es fama que solía repetir: «En Andalucía gasté mis mejores energías en enseñar el catecismo a los niños, en Palencia me encuentro con que tienen el catecismo bien sabido».

Falleció a los 63 años, el 4 de enero de 1940, y fue enterrado en la catedral de Palencia conforme a la cláusula testamentaria que fue grabada en su lápida sepulcral: «Pido ser enterrado junto a un sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! No lo dejéis solo».

Sus escritos siguen instruyendo y transmitiendo amor a la Eucaristía, en nuevas ediciones: El abandono de los sagrarios acompañados, Oremos en el sagrario como se oraba en el Evangelio, Artes para ser apóstol, etc., etc. En la homilía de su beatificación en Roma el 29 de abril de 2001, Juan Pablo II proclamó: «El Beato Manuel González es un modelo de fe eucarística, cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy».

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