Beata María Teresa de Jesús (Alicia) Le Clerc

Por: Ramón Fita | Fuente: Año Cristiano (2002)

Fundadora (+ 1622)

Alicia Le Clerc nació en Remiremont (Francia) el 2 de febrero de 1576, hija de Juan y de Ana Sagay. De buena posición social, su vida se desenvolvió en un ambiente complejo y confuso; un mundo honesto según las máximas del siglo, pero con una honestidad negativa.

Ese ambiente atrapó, como un torbellino, a la joven y atractiva Alicia Le Clerc. La gente, no tan mala pero tampoco demasiado buena, era proclive a la frivolidad. Las preocupaciones de la gente eran mezquinas, se divertían, sí, pero sus reducidos horizontes eran incapaces de ahondar en los grandes asuntos del espíritu y de la Iglesia. Torpemente se resistían a comenzar una nueva vida y a interesarse por las miserias físicas y morales de la sociedad. Alicia, dotada de una inteligencia y simpatía extraordinarias, fue aceptada por todos. Más tarde lo deploraría y llegó a creer, incluso, que tal vez perdió el tiempo.

Sin embargo, como señaló Pío XII a los peregrinos llegados a Roma para la beatificación de Alicia Le Clerc, el hecho de haber experimentado los atractivos mundanos y la miseria en la que vive la juventud, le sirvió a la Beata Le Clerc para poder comprender y ayudar a otros a salir de ese ambiente, o a desligarse de él. Dios la llamó, la probó y la eligió para colaborar a restaurar en Cristo la sociedad de su tiempo.

Alicia Le Clerc anheló consagrarse a Dios y logró, con dificultad, salir de aquel ambiente que la oprimía. Consiguió ponerse en contacto con la vida religiosa de entonces, pero sufrió la falta de sacerdotes virtuosos y doctos aptos para guiar a las almas. Experimentó lo importante que es tener una sólida dirección espiritual. Alicia encontrará a uno que le servirá de guía; un santo que le hará conocer la miseria de la juventud, la ignorancia y ordinariez de las gentes. Ese varón preclaro es el párroco de Mattaincourt, San Pedro Fourier.

El párroco de Mattaincourt le confiará a Alicia Le Clerc, que era delicada, inteligente y animosa, un extenso campo; la anima a que se conmueva de la necesidad moral y espiritual de la juventud y le encarga la tarea de formar espiritual y humanamente a las madres de familia.

«Pero la compasión no basta. Falta el amor; el amor, sí, el amor verdadero, porque no sería verdaderamente amor si no incluyese un ansia irresistible de ver a todo el mundo como lo vio Jesucristo desde lo alto de su cruz. Por la redención de este mundo y por su restauración en Cristo, todo lo posible, reconciliando a los hombres, a las clases sociales y a los pueblos, entre sí mismos y con Dios» (Pío XII, Ecclesia [1947] 537).

¿Qué puede hacer Alicia Le Clerc? Su puesto, su misión ¿cuál es? ¿Por dónde empezar? Poco a poco el Señor la anima y ella, aunque el trabajo es inmenso y humanamente imposible, está resuelta a trabajar.

«Siente un abismo entre su pequenez y la función que se le ofrece. Pero Dios se encargará de ponerla a la altura de su tarea y de rellenar el abismo, y lo hace a su manera, es decir, aniquilándola» (Pío XII, a.c).

La primera fase de la prueba es la conversión. Se trata de separarse del mundo y del espíritu del mundo. Esto, en una joven que estaba fuertemente pegada a él, el mundo quería retenerla allí. Fue necesario luchar contra sus gustos, contra su orgullo, contra toda su naturaleza; luchar contra esa sociedad que la considera, la estima y la reclama. Dios, por medio de la enfermedad y del sufrimiento, la importuna y la trabaja. Alicia Le Clerc, finalmente, se rinde y quiere ser totalmente suya y sin reservas. Y he aquí la segunda fase de prueba: la lucha por su vocación.

Los designios de Dios empiezan a realizarse en el derrumbamiento de todo su mundo anterior y en el fracaso de todas sus vacilaciones.

«Y para colmo de todo, la prueba se hace más dolorosa: sufrimientos de cuerpo, de corazón y de alma, y hasta torturas de conciencia. Se creía escuchar las quejas de Jesús en la cruz: “¡Sálvame, oh Dios, porque las aguas me llegan hasta el cuello! […] ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 68,2; 21,2)».

Mediante estas pruebas Dios predispuso a Alicia Le Clerc para que preparase en la Iglesia una nueva familia religiosa consagrada a la educación. Así se levantan las obras de Dios. A despecho de todas las vicisitudes y, a veces, de todos los fracasos aparentes; a despecho, incluso, de todas las aparentes oposiciones o contradicciones. La obra de Dios progresa siempre.

Bien humildes fueron los principios. En la Nochebuena de 1597 Alicia Le Clerc y cuatro jóvenes se consagraron a Dios en la parroquia para dedicarse a toda clase de obras buenas con los pobres, con los campesinos y con los ignorantes. El santo cura de Mattaincourt redacta un primer proyecto de regla. Ellas habían pensado en el apostolado más humilde: el de la aldea. Nada de votos y nada de convento. Ni son monjas ni son seglares. Es una clase de vida que el mundo no acaba de entender. Surgen dificultades canónicas, a las que es necesario satisfacer con constituciones precisas, sancionadas por la autoridad episcopal primero y luego por la Santa Sede. Se funda un monasterio claustral de una orden docente bajo la advocación de Nuestra Señora, con hábito y coro, admitiendo alumnas externas e internas. En 1598 se abre la primera escuela en Poussay, y el obispo de Toul aprueba un primer esbozo de reglamento compuesto por Fourier. Pero acuden de todas partes; de todas partes se las llama. Hay que responder.

En 1603 el Instituto fue aprobado por el cardenal Legado de Lorena y sucesivamente en 1615 y 1616 por el papa Pablo V. En noviembre de 1617 fue erigido el primer monasterio oficial de la Congregación con clausura y Alicia Le Clerc comenzó, con algunas otras compañeras, el año de noviciado, asumiendo, desde entonces, el nombre de Teresa de Jesús Le Clerc. El año siguiente emitió la profesión de los votos y poco después es elegida como superiora general, cargo que regentó hasta finales de 1621.

Teresa de Jesús (Alicia) Le Clerc murió el 9 de enero de 1622 admirada y venerada por todos. A causa de acontecimientos políticos y de guerras, solamente se pudo comenzar el proceso de canonización a comienzos del siglo XX. El día 4 de mayo de 1947 el papa Pío XII inscribió a Teresa de Jesús Le Clerc en el número de los beatos.

La historia de Alicia Le Clerc, vista con perspectiva histórica, tiene una gran semejanza con nuestra época. Es una epopeya admirable del pasado y todo un símbolo, no menos admirable, para el presente. Así son las obras de Dios. La obra de la Beata Teresa de Jesús Le Clerc se extendió, como la chispa en un cañaveral, por todas partes del mundo.

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