Y Tú dijiste, Dios, allá lejano:
«Si tu mano te estorba para entrar en mi Reino…»
Nos estorba, Señor. Pero el frío puñal
nos estremece.
No tenemos valor para amputarla. En la sangre llevamos
una fuerza brutal y gritadora. Algo que se resiste.
Donde a veces
tu sonido se pierde ¡tan sin eco!
No es posible, Señor. Si por cobardes
conservamos intactos nuestros miembros -por cobardía humana solamente-,
de tu Reino
se nos cierre la puerta. Nos arrojen.
Entrarán muchos cojos, mancos, tuertos…
Serán las almas grandes que elegiste.
Pero también nosotros, los pequeños,
los miedosos y débiles -los tuyos en deseo totalmente-
entraremos al fin, aunque llevemos
nuestros miembros apenas lesionados.
Autora: Elvira Lacaci (1928-1997).