Es Viernes Santo y ¿dónde están quienes decían que le amaban?

«E inclinando la cabeza, entregó el espíritu» Juan 19,30

Es Viernes Santo, y la Pasión del Señor ha llegado a su punto culmen, la muerte de Cristo, los discípulos se han ido, sólo está allí, María, la madre de Jesús, María Magdalena, y el discípulo a quien Jesús amaba…

Todos llegamos a este punto y nos sentimos algo extraños, podríamos decir que nos sentimos compungidos y a la vez nos preguntamos ¿dónde están aquellos discípulos que siempre le seguían? ¿dónde están quienes le profesaban amor? y ¿dónde está Pedro que le prometió estar junto a Él hasta la muerte?

El momento ha llegado

Discípulo amado, ha llegado la hora a la que tanto miedo le tenías, ese momento que Jesús anunciaba desde hace tanto tiempo y que ninguno entendía, eso a lo que Él llamaba su hora; recuerda cuando recostado en su pecho, sentado a su lado en la cena, le preguntabas quién le iba a traicionar, no olvides cuando te lavó los pies y te enseñó con ello que el verdadero poder divino está en el servir, y como si fuera poco te envío a servir a los demás.

Vuelve a aquel momento en que, sentado a tu lado, partió el pan y repartió el vino, momento en el que prometió estar siempre con nosotros, no olvides nunca ese momento.

Sólo en el jardín

Discípulo amado, haz silencio, silencio como el que te incomodaba allí en Getsemaní, ese silencio que carcome el alma y que inquieta el espíritu, silencio que ensordece de tanto gritar. Retorna tu corazón a ese silencio, cuando deseabas correr y ayudarle a Jesús a sostener sus manos ante el Padre, ferviente anhelo de secar su sudor sangrante y angustiante.

Ve, corre, no te detengas, arrodíllate con Él y posa tu cabeza en su corazón, el Maestro desea sentir tu amor, no, no le dejes sólo en el momento de los amigos.

Llega el traidor

Cuántas veces saludaste a Jesús con un beso en la mejilla, y con tan pequeño gesto le comunicaste tu cariño y amistad, cuántas veces caminaste a su lado mientras en medio de los coloquios más normales, le aprendías sublimes verdades.

Ahora presencias el beso de otro amigo, de uno que ha olvidado el fundamento del amor, un beso que no comunica cariño sino traición, tu corazón como el de Jesús sienten dolor, sienten nostalgia por quien se alejó en medio de la tentación.

Mira cómo arrestan a tu amado, mira como defiende a quien le persigue y reprende a Pedro… que incomprensible acción, no entiendes tan grande demostración de amor, cómo es posible seguir dando ternura en medio de tanta maldad, pero recuerdas cuando les decía que es necesario amar a los enemigos, es el momento de verle hacer eso que tanto les insistió.

Lo llevan ante los poderosos

Mira cómo le arrastran hasta que lo ponen frente a quienes ostentan el poder terrenal, mira cuánta soberbia, cuánto ego absurdo en esas miradas, y el Maestro solo sabe mirar con ese amor que siempre ha mirado, mira como calla, cuánto silencio es capaz de hacer ante tan insulsas acusaciones.

Que humildad tan inmarcesible hay en su corazón, mira discípulo amado, contempla, aprende… sólo el silencio amoroso es tan fuerte como para gritar al mundo y anunciar la verdad.

Lo sentencian a muerte

Que absurda soberbia humana, que se ciega ante semejante mentira, oh corazones embotados que no aprecian sublime verdad en el mirar tierno y amante del Señor. Cuánto dolor siente ahora tu corazón, Discípulo, no olvides las palabras que tantas veces les repitió, «Tomen su cruz y síganme».

Ha sido dictada su sentencia, cuál malhechor empedernido le han condenado a la muerte en cruz, pero esa su Cruz no será cruz de vergüenza sino de amor.

Corre discípulo amado, no te quedes atrás, tal vez puedas verle, fijar tus ojos en Él mientras camina por el sendero hacia el Calvario, no te quedes paralizado por el dolor, corre, apresúrate, ve y búscalo.

Mira como pasa cansado, colmado de dolor, pero desbordante de amor, mira como cae, como es insultado y arrastrado, contempla como se hace a sí mismo un «gusano» (Salmo 22,6), todo esto lo hace por amor.

Muere en la Cruz

Sé fuerte, ha llegado el momento más difícil, sí discípulo amado, va a morir tu amor, llegó la hora tan anunciada y tan poco deseada por ti, y que tanto anhela Él.

Mantente firme, mira sus ojos, allí colgado te mira, escucha como te habla y aun allí en medio del más inhóspito dolor, sigue dando su amor, mira como te entrega a su madre, a lo más preciado de su corazón. ¡Oh cuánto amor y cuánta confianza!, darte la misión de ser hijo como Él.

No sucumbas ante el dolor, te necesita fuerte, sabe que sufres, sabe que te arrepientes de tantos momentos en que te has alejado y le has ignorado, Él lo sabe, tú también debes saber que te ama y perdona.

Deja de mirar el suelo, no mires más tu miseria, escucha como exhala su espíritu, míralo, no desprendas la mirada de Él, contemplalo, amalo.

Arribó el silencio

Discípulo amado, presta atención, escucha, sí, escucha ¿te das cuenta que todo es silencio? No se oye nada, ha muerto y todos se han quedado en silencio.

No te distraigas, siente cuánto grita ese silencio, escucha cómo ese silencio rompe los corazones solidificados y destruye sus muros, observa como grita el silencio amante buscando a su amado.

Ha llegado tu hora, es la hora de permanecer firme, fiel, orante, es la hora de anunciar que quien está allí pendiendo de la Cruz no es otro sino la Verdad misma, que se hizo carne, vino a nosotros y le sentenciamos a muerte.

Discípulo amado, ponte en pie, grita al mundo que no todo está perdido. Que este es el momento para volver la mirada y fijarla en Él, es la ocasión propicia y única para mirarle, amarle y seguirle.

Tú eres el discípulo amado

Finalmente te invito a leer en cada «discípulo amado», tu nombre, te invito a reflexionar a los pies de la Cruz.

Todos somos ese discípulo amado que en medio del dolor ha querido posar su cabeza en el pecho del verdadero consuelo. Somos nosotros quienes hemos besado su rostro, quienes arrepentidos hemos llorado nuestro pecado y nos hemos unido a su angustiosa noche en los olivos.

Sí amigo, tú y yo somos a los que el Maestro agonizante en la Cruz, nos ha dejado la misión de ser hijos de la Madre.

Somos nosotros los que de pie frente al cuerpo muerto de Jesús debemos gritar al mundo que el amor no termina aquí, sino que apenas comienza.

Tú y yo debemos ahora anunciar que se acerca una gran alegría, la Resurrección.

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