El culto a las imágenes

Por: Jesús Luengo Mena | Fuente: la-liturgia.blogspot.com

La prohibición veterotestamentaria de no fabricar ídolos ni figuras que el libro del Éxodo impone y el peligro de caer en la idolatría ha hecho que el culto a las imágenes haya sido objeto de polémica desde los primeros siglos del cristianismo. Tanto el Judaísmo como el Islam excluyen de su culto a las representaciones de personas divinas interpretando de manera radical la prohibición de realizar imágenes.

El Concilio Niceno II celebrado en el año 787 y último de los ecuménicos reconocidos tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa defendió la veneración a las imágenes sagradas y que dichas imágenes deben ser expuestas en las iglesias, en los ornamentos y vasos sagrados, en paredes y cuadros, casas y calles. Las primeras representaciones de Jesús no pretendían en modo alguno ser un retrato sino que iban por el camino del simbolismo y la alegoría. Así la imagen del Buen Pastor es la más querida por los primeros cristianos. Con la aparición de las imágenes de la Santa Faz en el S. VI (el camulanium y el mandylion que se identifica con la Sábana Santa de Turín) se imitan y reproducen apareciendo los iconos. Aunque no es objeto de este artículo el analizar la evolución de la iconografía sacra se puede ver una clara evolución que va desde el románico con una concepción de Cristo Rey hasta la humanización del gótico, el realismo remacentista y las representaciones naturalistas del barroco. Lo mismo vale para las imágenes marianas, de un hieratismo muy acusado en el románico y gótico hasta las dolorosas barrocas que veneramos como titulares de nuestras hermandades.

La veneración de las imágenes, tanto en pinturas, esculturas, relieves, cerámicas u otras representaciones constituyen “un elemento relevante de la piedad popular” tal como el Directorio sobre la piedad popular afirma claramente (238 y siguientes). Pero hay que advertir que si esa veneración no se apoya en conceptos teológicos adecuados se corre el riesgo de caer en desviaciones que en definitiva hagan a los fieles sustituir lo representado por la materialidad de la figura concreta cayendo si no en idolatría, que tal vez sea excesivo, si al menos en prácticas ajenas a una auténtica religiosidad cristiana aunque estén llenas de buena fe. Las imágenes según la enseñanza de la Iglesia son: signos santos, ayuda para la oración, estímulo para su imitación, forma de catequesis y en definitiva traducción iconográfica del mensaje evangélico. La imagen no se venera por ella misma sino por lo que representa. No se puede tampoco olvidar el aspecto artístico y el decoro que las imágenes deben tener aunque siempre teniendo en cuenta que la función principal de la imagen sagrada es ayudarnos a introducirnos en el Misterio y no el deleite estético. Cuando ambas funciones se encuentran gracias a la gubia o pincel de un genial artista se produce el milagro de aquellas imágenes que despiertan la universal devoción. Es lo que el recordado y admirado maestro Hernández Díaz definía como “unción sacra”. Una catequesis adecuada sobre este tema se impone y es función y responsabilidad clara atribuible a los respectivos directores espirituales y diputados de culto. Sobre éste y otros temas queda mucho por hacer.

El cardenal Ratzinger, papa emérito Benedicto XVI, en su libro El espíritu de la liturgia al tratar sobre las imágenes concluye con las siguientes afirmaciones:
· Que la ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. La iconoclastia no es una opción cristiana

· Que el arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación

· Que las imágenes sirven para poner de manifiesto la unidad interna de la actuación de Dios.

· Las imágenes no son fotografías: su sacralidad consiste en llevar a una contemplación interior, al encuentro con el Señor.

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