La canonización tiene un proceso a seguir, pero, el Sumo Pontífice tiene la potestad de legitimar, reconocer y ordenar el culto público y universal de un siervo de Dios o beato sin haber pasado por el procedimiento ordinario de la canonización, es decir, que no se exige el reconocimiento canónico de un milagro atribuido a su intercesión.
La canonización equivalente o también llamada «canonización extraordinaria», se da por la voluntad decidida infaliblemente por el papa sin necesidad de un proceso canónico, la voluntad del Romano Pontífice se ve refleja por medio de la firma de un decreto en el cual se confirma el culto de veneración que ya se le brinda desde hace mucho tiempo y de forma continua a un bienaventurado.
El obispo Prospero Lorenzo Lambertini, que luego será electro como papa bajo el nombre de Benedicto XIV, en la primera mitad del siglo XVIII publicó una obra litúrgica de gran importancia, titulada «De servorum Dei beatificatione et de beatorum canonizatione» en la cual exponía la doctrina sobre la canonización equivalente, además, describía la posibilidad de establecer un culto público a aquellas personas cuya fama de santidad, virtudes heroicas o martirio estuviesen en la tradición desde hace bastante tiempo y en las cuales ya existiera un culto previo en la Iglesia. Esta doctrina ha sido ratificada por diversos pontífices y en la actualidad esta práctica es valida y exclusiva del papa.
En la misma obra, el obispo Lambertini enumera doce casos de santos canonizados de modo equivalente antes de su pontificado, ellos son: Romualdo (canonizado en 1595), Norberto de Xanten (en 1621), Bruno de Colonia (en 1623), Pedro Nolasco (en 1655), Ramón Nonato (en 1681), Esteban de Hungría (en 1686), Margarita de Escocia (en 1691), Juan de Mata y Félix de Valois (en 1694), Gregorio VII (en 1728), Wenceslao de Bohemia (en 1729) y Gertrudis de Helfta (en 1738).
Las canonizaciones equivalentes posteriores a Benedicto XIV son: Pedro Damián y Bonifacio mártir (canonizados en 1828); Cirilo y Metodio, de Salónica (en 1880); Cirilo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Justino mártir y Agustín de Canterbury (en 1882); Juan Damasceno y Silvestre abad (en 1890); Beda el venerable (en 1899); Efrén el sirio (en 1920); Alberto Magno (en 1931); Margarita de Hungría (en 1943); Gregorio Barbarigo (en 1960); Juan de Ávila y Nicolas Tavelic y tres compañeros mártires (en 1970); Marcos de Križevci, Esteban Pongrácz y Melchor Grodziecki (en 1995).
Los casos más recientes de canonización equivalente fueron la de Inés de Bohemia el 12 de noviembre de 1989 por el papa Juan Pablo II, a los setecientos siete años de su muerte; Hildegarda de Bingen el 10 de mayo de 2012 por el papa Benedicto XVI, esto es, 833 años después de su muerte; la de Ángela de Foligno el 9 de octubre de 2013 por el papa Francisco, tras 704 años de su muerte y la de Pedro Fabro el 17 de diciembre de 2013, cumplidos 467 años de haber fallecido, ésta también realizada por el papa Francisco. Además, el papa Francisco utilizó la canonización equivalente por tercera vez, el 3 de abril de 2014 para proclamar tres nuevos santos, al jesuita José de Anchieta, a la religiosa María de la Encarnación Guyart y el obispo Francisco de Montmorency-Laval. En 2019, se celebró la confirmación del culto del beato Michal Giedrojć y de san Bartolomé Fernandes de los Mártires.
La canonización equivalente necesita de los siguientes requisitos: el culto público del siervo de Dios llevado a cabo histórica e ininterrumpidamente, el testimonio constante y común de historiadores dignos de fe sobre las virtudes o sobre el martirio, además, la fama ininterrumpida de intercesión milagrosa.
Después de lo anterior solamente basta una declaración pública del Supremo Pontífice donde se ordena la extensión del culto al santo en la Iglesia universal. Fue el papa Urbano VIII, en el siglo XVII, quien comenzó a realizar declaraciones pontificias de canonización a través de bulas papales, siendo los primeros santos canonizados Felipe Neri, Ignacio de Loyola y Francisco Javier.