Porque el tiempo es el único que comprende la grandeza del amor

En ocasiones los grandes discursos son difíciles de entender, son ásperos y nos cuesta asimilarlos a nuestra vivencia, considero que hay momentos donde es necesario volver al instante donde todo era sencillo y la vida era contada a través de cortas y divertidas fábulas, de grandiosos cuentos donde la imaginación tenía alas y volaba tan alto, tan alto, que en ocasiones era difícil alcanzarla. Por eso hoy, quisiera que juntos volviéramos a nuestra infancia y que, por medio de un cuento corto, podamos descubrir que aún nuestra imaginación puede volar y no solo volar, sino comprender la grandeza de lo que mueve todas las cosas, comprender la inmensidad del amor.

Hace mucho tiempo, una pequeña isla del océano pacífico era azotada por una gran tormenta. La isla poco a poco se empezó a hundir y todos sus pobladores empezaron de manera desesperada a escapar de aquel desastroso momento. En medio del caos, solo había un poblador que no quería abandonar su tierra, que no quería huir de aquel lugar, que a propósito, era su casa, su nombre era el amor.

El amor empezó a ver como todos sus amigos y familiares empezaron a huir, pero él, aunque tenía ya el agua al borde de su cintura ni siquiera se movía, estaba observando atenta y silenciosamente aquella trágica escena. El agua de manera violenta subía cada vez más y el amor empezó a sentir miedo, no quería morir, su destino no podía ser la muerte. Por eso, empezó a nadar buscando ayuda, nadó hasta el cansancio y cuando su cuerpo no tenía fuerza se dejó a merced del agua, el viento huracanado chocaba en su cara y el agua no paraba de subir. La esperanza empezaba a desvanecerse, el amor empezó a prepararse, la muerte venía…

A lo lejos, un gran buque surgió, era el buque de la alegría. El amor tomó fuerzas y empezó a gritar – ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Ayúdame por favor! – La alegría se acercó y el amor dijo de manera pausada, confiada y tranquila – ¿puedes ayudarme? A lo que la alegría respondió con una gran suspiro y su característica sonrisa -¡Ay amor! Estoy tan feliz que no quisiera que nadie me interrumpiese, discúlpame, hoy te tendré que decir que no – estas palabras entraron como una espada fría al corazón del amor, la alegría había abandonado al amor.

Después, apareció un lujoso yate, era el yate de la vanidad. El amor empezó de nuevo a gritar y ahora con más fuerza – ¡Vanidad! ¡Vanidad! ¡Ayúdame por favor!- a lo que la vanidad respondió con un tono indiferente y déspota -¡Ay amor! Estás tan mojado que ensuciarías mi yate, y lo que menos quiero es que mi yate se ensucie, creo que hoy te tendré que decir que no – El amor sintió como poco a poco la esperanza se hundía al igual que la isla, la vanidad también abandonó al amor.

Cuando todo parecía ir de mal en peor, apareció un barco de aspecto lúgubre, era el barco de la tristeza, el amor gritó con sus últimas fuerzas -¡Tristeza! ¡Tristeza! ¡Ayúdame por favor!- A lo que la tristeza respondió sin siquiera mirarlo -¡Ay amor! Estoy tan triste, que no quisiera que nadie me molestase, lo siento, hoy no cabes en mi barco-. El amor sintió que su vida se había hundido por completo, ya no quedaba esperanza, la muerte venía…

El amor, había quedado inconsciente, las fuertes olas lo llevaban de un lado a otro, la isla había desaparecido. De repente, alguien se acercó, sacó al amor del agua y lo subió a su barca, el amor aún permanecía inconsciente y no supo, hasta que llegó a un extraño puerto quién lo había salvado.

Cuando por fin despertó y se dio cuenta que aún estaba vivo, empezó de manera presurosa a buscar a la persona que lo había salvado. Vio a un anciano conocido como sabiduría sentado en una banca, se acercó y le preguntó -¿Sabiduría, sabes acaso quién me salvó? – La sabiduría respondió al amor mientras lo miraba fijamente – A ti te salvó el tiempo- -¿el tiempo? Preguntó el amor, a lo que la sabiduría insistió – sí, el tiempo- el amor volvió a preguntar desconcertado – y ¿por qué el tiempo?- La sabiduría, lo miró con ternura y pausadamente como una madre cuando aconseja a su pequeño y le dijo –porque el tiempo es el único que comprende la grandeza del amor-.

El tiempo es el único que comprende la grandeza del amor, así termina este cuento corto. Actualmente, el mundo sufre de manera cruel una pandemia, la gente siente que el tiempo (la vida) se les escapa de sus manos, el temor se apodera de muchos, parece que el miedo y la muerte están ganando…

Pero surge de nuevo la esperanza, aún tenemos tiempo de amar el amor, de comprender que el dolor y el sufrimiento no son más que el crisol por el cual todos pasamos y como el oro, nos purificamos, nos hacemos más fuertes. Bendito sea el presente que nos hace comprender la grandeza del amor, bendito sea el tiempo que nos hizo ver la bondad de Dios. ¿Estás dispuesto a amar el amor? ¿Estás verdaderamente comprometido con tu presente? ¿Eres consciente que hoy es el día más indicado para amar?

Quisiera concluir esta corta reflexión con una oración de santa Faustina Kowalska:

«Si miro al futuro, me asalta el miedo,
Más ¿por qué adentrarse en el futuro?
Sólo aprecio la hora presente,
Porque el futuro quizá no habitará en mi alma.

El tiempo pasado no está en mi poder
Para cambiar, corregir o añadir algo.
Ni los sabios ni los profetas han podido hacer esto.
Por tanto, confiemos a Dios lo que pertenece al pasado.

¡Oh momento presente!, tú me perteneces completamente.
Deseo utilizarte para cuanto está en mi poder
[…]

Por eso, confiado en tu misericordia,
Avanzo por la vida como un niño,
Y cada día te ofrezco mi corazón
Inflamado de amor para tu mayor gloria».

Davanti a Lui. Pagine del diario, Milán, 1999, pp.31-32

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