Santa Teresita del Niño Jesús es maestra no sólo en la decisión de vivir el martirio cotidiano para salvar almas y consolar al Sagrado Corazón en cada gesto, cada acción que realice por más pequeña que sea. También, es maestra en el camino de la infancia espiritual, enseñándome a confiar y abandonarme como un niño en los brazos del Padre que me ama con una ternura entrañable.
Dichosos
Para entender la invitación de Teresita, es necesario ir en contracorriente, salir de la ilógica del mundo que exige: ser el número uno y el mejor, ocultar nuestros errores y debilidades, competir con quién es prójimo, tener la autosuficiencia como bandera, ponerse cada día la máscara de “estoy bien”, “soy perfecto” para que los otros te aprueben y te admiren. En contraste con esto, entrar en la lógica de Dios, el Dios que vive hasta el extremo la locura del Evangelio en la cruz por amor y cuando no eres el número uno y el mejor, Dios te dice: “dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra (…) Dichosos los limpios de corazón porque me verán.” (Mt 5,1-12).
La promesa es encontrar el Reino de los cielos, ser consolada, heredar la tierra y ver al Padre, dichosa seré si me amo como soy, sí me quito la máscara de la perfección para aceptar mis debilidades e imperfecciones sin vergüenza o pena porque Dios no me ama por mis éxitos o por ganarlas todas, me ama gratuitamente sin esperar que cumpla unas expectativas o haga algo digno de reconocimiento, “Jesús no pide grandez hazañas, únicamente pide abandono y gratitud” (Ms B, p. 255), me pide ser pequeña con grandes deseos de santidad como Teresita.
Pequeñez
Así es como ser pequeña significa depender de la misericordia de Dios, esperarlo todo de Él, reconocer que todo es don porque “¡el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más” (Ms C, p. 274). Confiar que su gracia basta para mí en la debilidad, confiar como un niño que duerme en los brazos del padre que solo por hoy todo estará bien.
Mi miseria, mi dolor y mi fragilidad son lugar para que acontezca la obra de Dios, son la antesala del milagro pues “lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, la esperanza ciega que tengo en su misericordia” (Cta 197, p. 554), que se convertirá en un ascensor que me llevará a mi cielo, es decir al Corazón de Jesús.
de Lisieux, T. (1992). Obras completas de Santa Teresita del Niño Jesús. Monte Carmelo.