Por: J. I. Gonzélez Villanueva, OSB | Fuente: Año Cristiano (2002)
Presbítero (f 1909)
El que estaba destinado a ser fundador de tres congregaciones religiosas misioneras y pionero de las misiones extranjeras en los países de lengua alemana, holandesa y eslava, amén de otras muchas obras, nació en una familia muy numerosa, con lo que eso supone de confianza en la Providencia a la hora de permitir seguir la vocación sacerdotal al hijo mayor. Efectivamente, los padres de Amoldo eran profundamente católicos, y católico era el ambiente en que se desenvolvieron mientras educaron a sus hijos, pues no se había producido la unificación de Alemania. En particular, era la suya una región muy mañana. El santuario célebre de Kevelaer catalizaba la devoción a la Santísima Virgen de sus paisanos. En esa devoción mariana tan firme reside el secreto de la permanencia de toda la región en la Iglesia católica.
El padre tenía algunas tierras y un negocio de alquiler de carruajes, pero con la llegada del ferrocarril bajaron muy notablemente sus ingresos. Amoldo fue el segundo hijo, nacido el 5 de noviembre de 1837. Goch, pequeña ciudad casi en la frontera con Holanda, fue el escenario donde pasó su niñez. Asistió a las clases en la escuela de Goch desde 1840. Pero el vicario Ruiter abrió una escuela rectoral con el fin de que fueran a estudiar los que querían y podían ser sacerdotes. Poco después, con doce años, iría al seminario menor de Gaesdonk, cuyo examen pudo superar con gran dificultad, pues en su pueblo sólo estuvo año y medio para la materia de tres cursos. Le gustaba el estudio de las matemáticas y lamentaba tener que pasar mucho tiempo en el estudio de las lenguas.
Dedicó dos años todavía al estudio de las matemáticas y las ciencias naturales, pues tenía una gran afición a dichas materias y el obispo de Münster estaba de acuerdo, pues necesitaba profesores eclesiásticos de segunda enseñanza que asegurasen la orientación católica en la educación. Simultaneaba las matemáticas con la filosofía. Amoldo se sentía llamado a la enseñanza, sin que dicha inclinación natural anulase su vocación sacerdotal.
Para los estudios de teología se trasladó a Bonn, pues quería aprender a tratar con más gente y tener nuevos profesores que le abriesen horizontes. No buscaba las diversiones, sino que se entregaba al estudio sin descuidar su vida de piedad. Aparte de otras prácticas, tanto en Münster como en Bonn, participó como miembro muy comprometido de la congregación mañana. Un compañero de estudios de aquella época anotó que «el honrado y recogido Amoldo» era para él un «amigo y guardián» en los peligros de la ciudad universitaria.
Entre sus exámenes entraba la prueba de aptitud docente y no se puede ocultar que tuvo mucho mejor calificación en la docencia de la química y las matemáticas que a la hora de dar una clase de religión.
A pesar de ser tan dado a los estudios profanos y tan poco hábil para explicar la religión, lo cierto es que con motivo de su ordenación sacerdotal (15 de agosto de 1861) salían a la luz los sentimientos que le envolvían en aquellos días y no se puede negar que no eran superficiales. En una carta a sus padres dejó escrito:
«Si Dios quiere tendré la gran dicha de ofrecer al Señor el sacrificio de su Hijo y nuestro Salvador. Alegraos conmigo y alabad al Señor, que quiere hacer en mí cosas tan grandes y me ha conducido hasta ahora tan amorosamente».
El pueblo de Bocholt, a donde fue enviado por el obispo para dar clases, sólo tenía cinco mil habitantes. Se aplicó a la tarea con todo empeño durante doce años. Preparaba las clases con esmero, corregía los trabajos minuciosa y benévolamente, adquirió aparatos para el laboratorio de física, y hasta cien animales para el de ciencias naturales. Y sin embargo es sorprendente que no fuera enviado, al menos después de varios años de docencia, a un colegio de cierto renombre, ni que llegara a ser director. No cayó en gracia entre alumnos y profesores, a pesar de su laboriosidad intachable. Dios le reservaba otros dones, pero no precisamente el de educador nato de la juventud estudiantil. Hay que añadir, aun reconociendo su poco éxito, que en estos años completó su formación, y adquirió los conocimientos prácticos de organización escolar, que pudo aplicar en Steyl.
Los primeros años los había dedicado a preparar bien las clases, pero a partir de 1866 ya dispuso de más tiempo y pudo leer libros de teología y dedicarse más a sus intereses religiosos.
Para conocer el interior de Janssen es conveniente reparar en una faceta un poco oculta tras el profesor de ciencias profanas: su inscripción en la cofradía del apostolado de la oración.
Conoció la cofradía cuando contaba 28 años, pues en la diócesis de Münster había unos pocos conventos y parroquias adscritos. En su caso no se contentó con el cumplimiento de las «obligaciones diarias», sino que escribió un folleto llamado coloquialmente «librito de ingreso», que tuvo varias ediciones en Alemania y Austria. En la contraportada se halla dibujada la Inmaculada, pues tenía 17 años cuando fue definido el dogma, y sin duda le impactó hondamente este pronunciamiento del Magisterio. En su exposición histórica y doctrinal destaca el valor de la oración en orden a la salvación de los hombres.
No se contentó con publicar el librito para favorecer la extensión de dicha devoción, sino que logró que 600 personas se inscribieran en la cofradía, por lo que el obispo le nombró director diocesano del apostolado de la oración. Y una vez recibido este nombramiento ya tenía carta blanca para recorrer toda la diócesis. Recorrido interrumpido sólo para asistir al Katholikentag (día de los católicos), donde pidió se recomendara la adhesión al
apostolado de la oración. Se le ofreció hablar él mismo desde la tribuna, cosa que le resultaba muy novedosa por la enorme concurrencia. Y habló lleno de convicción y entusiasmo de que la gracia se concede solamente por medio de la oración.
«Cristo necesita —dijo entonces— de nuestra oración y de nuestro sacrificio, para derramar en nosotros el fruto de su oración y de su sacrificio. […] Tenemos que orar para conseguir la gracia del regreso de los que están separados en la fe. Pero no para conseguir conversiones de individuos, sino la vuelta de todos los pueblos a la casa paterna».
Sus vacaciones estivales fueron una dura peregrinación de parroquia en parroquia, a veces a pie. Se reincorporó al curso escolar, pero el opúsculo se extendió más allá de sus peregrinaciones a otras muchas regiones de habla alemana. Rehizo el opúsculo para que fueran más breves y prácticas sus enseñanzas y en las vacaciones de Pascua reanudó su peregrinación por las parroquias que faltaban de visitar.
La guerra de 1870 no le permitió nuevas salidas, por lo que se aplicó a escribir un pequeño manual para la oración comunitaria, que llegó a tener una gran difusión. Es de admirar la insistencia en las oraciones de alabanza a la Santísima Trinidad. Incluso cuando se trata de la devoción del Via cruás incluye oraciones a cada una de la tres divinas personas en cada una de las estaciones.
La devoción a San José fue objeto de otro folleto. Y el rezo del santo rosario lo propagó con una hoja en la que se incluían cinco intenciones especiales para las cinco decenas del rosario.
Al proponer estas intenciones buscaba fomentar una actitud desinteresada en la oración y fomentar el verdadero amor al prójimo. De nuevo la propagación de esta hoja le llevó a un largo viaje aprovechando sus vacaciones.
A partir de este apostolado se sintió movido a trabajar por la unificación espiritual de Alemania. La unidad nacional no se conseguiría si no se lograba dar pasos efectivos en la unidad de la fe. A este propósito reunió fondos para que se celebrara diariamente junto a la tumba de San Bonifacio en Fulda una misa por dicha intención. No consiguió su propósito de hacer una fundación que permitiese decir una misa todos los días del año.
Pero su fe profunda en la eficacia de la eucaristía le movía a enviar a Fulda los beneficios de sus libros y otros donativos para lograr que Alemania volviese a ser una en la fe.
La vida trinitaria en Janssen se incrementaba día a día por la lectura de autores de peso como Santa Gertrudis, Scheeben, A. Stolz y A. K. Emmerich, y su piedad le llevaba a ponerse de rodillas en señal de admiración por la inhabitación de la Trinidad en su alma por la gracia. El simbolismo de los sacramentos y sacramentales era objeto de su admiración.
Formado en un ambiente tradicional, su amor cristiano le llevó a estimar mucho el valor de las indulgencias tanto en su vida de piedad como en su apostolado. Fomentaba en los fieles la oración por los difuntos, porque estaba convencido de que una piedad sin ejercicio concreto de la caridad se vuelve egoísta.
Una desavenencia con la administración del colegio que le impedía poner una imagen de la Virgen en la clase, después que todos menos uno del consejo se lo habían aprobado, fue la ocasión que llevó a la ruptura en 1873 y a pedir al obispo le cambiara de destino. Ya en los años de profesor en el colegio le rondaba la idea de fundar una escuela apostólica en la que se formasen misioneros y que llenase el vacío que en este campo existía en Alemania, Austria y Holanda. Tenían modelos fehacientes en Bélgica, Francia, Inglaterra e Italia y no se podía retrasar por más tiempo una obra tan urgente.
En adelante sería el convento de ursulinas de Kempen, donde había sido destinado de capellán, el centro de sus
actividades.
El mariscal de hierro aprovechó su autoridad moral, que había obtenido sobre todo por su victoria contra las tropas francesas, para reducir la influencia de los católicos. La unificación de Alemania que se siguió fue la ocasión de asestar un duro golpe a los católicos con leyes persecutorias. Dicha legislación anticatólica le forzó a fundar su escuela en Holanda cerca de la frontera con Alemania.
Su apostolado de la oración y de unión entre las Iglesias protestantes y católicas le indujo a fundar una revista misionera que, a diferencia de las ya existentes, llegase a los artesanos, los campesinos y obreros. En 1874 salió el primer número del «Pequeño Mensajero del Corazón de Jesús», boletín mensual dedicado a las «misiones católicas en el propio país y en el extranjero». En cinco años logró 10.000 suscriptores, lo que le hizo
concebir la idea de crear un gran movimiento misional. Pero la larga y dura lucha entre el Estado y la Iglesia (Kultiirkampf, 1872-1880) le obligó a poner el acento en las misiones en el extranjero en contra de su proyecto original.
Un encuentro con el prefecto apostólico de Hong-Kong, Mons. Timoleone Raimondi, PIME, en casa del párroco Ludwig von Essen que tenía los mismos proyectos que Janssen, le decidió a poner manos a la obra en la fundación de una escuela apostólica para la formación de los futuros misioneros. Hasta entonces había albergado algunas dudas de si podría llevar a cabo tal obra con una salud quebrantada y algunos años de más para ser misionero. A finales de 1874 ya tenía el permiso del obispo de Roermond, en Holanda, para fundar una casa misional con escuela apostólica y seminario mayor. No se contentó con esta aprobación, sino que recorrió Alemania, Austria, Holanda y Luxemburgo para contar con el apoyo de los obispos de donde iba a recibir vocaciones. Y, efectivamente, logró que 32 obispos recomendasen su proyecto.
Al año siguiente de la fundación adquirió una pequeña casa en Steyl (Tegelen) de la que fue nombrado superior provisional hasta tener unos estatutos. Enseguida se hizo la confirmación de superior y quedaba así constituida la Sociedad del Verbo Divino en el año 1875.
El primer año de la fundación fue tormentoso, o mejor, crítico, pues de milagro no se vino abajo tan hermoso proyecto.
Faltaban profesores, no tenía recursos económicos, le era hostil el ambiente de la burguesía, los intelectuales y hasta el mismo clero. Y aún eran más insufribles los malentendidos, las discordias y la oposición de ideas entre sus colaboradores. Pero también hubo aspectos positivos: nuevos alumnos muy valiosos, la fundación de una imprenta misionera, y la facultad concedida por Pío IX de presentar al obispo cinco alumnos para la ordenación sacerdotal que, en lugar de estar incardinados en la diócesis, quedasen libres para dedicarse a las misiones.
Pero, una vez afianzadas las raíces con las tormentas, la bendición del Señor no se hizo esperar y empezaron a ser copiosos los frutos. Se construyó una casa mayor y se pudo acoger en ella a sacerdotes y laicos para hacer ejercicios espirituales. Desde entonces y hasta su muerte recibieron ejercicios 5.421 sacerdotes y cerca de 35.000 laicos.
Una constante en la vida de Amoldo Janssen es el apostolado por medio de la imprenta y su intuición certera de impulsar a los fieles hacia objetivos elevados de caridad sobrenatural, como es el rezar por toda la Iglesia y salir del egoísmo de las propias necesidades. Con la fundación del nuevo instituto religioso sintió que era necesario contagiar el espíritu misionero a todos los fieles. El medio fue lanzar a la calle dos nuevas revistas de carácter familiar, religioso y misionero. En 1878 sale el primer número de la revista ilustrada ha ciudad de Dios, muy extendida incluso en nuestros días. Y llegó a superarla el Calendario de San Miguel, que salió en el año 1880.
La fundación va tomando vuelo y procura echar bien los cimientos estableciendo una sólida formación con un año de postulantado, dos de noviciado, y nueve años de votos temporales. Admite también a hermanos coadjutores, que desempeñarán un papel importante.
No han pasado cuatro años desde que se creó la fundación y ya hay dos misioneros que son enviados a China: José B. Anzer, que es consagrado obispo antes de partir, y José Freinademetz (Beato).
Por estas fechas conoció a la señora Magdalena Leitner, que en su juventud había ido de su tierra natal, Bohemia, a Viena, donde se ganó la vida como sirvienta y lavandera. Tenía un carisma muy particular de trato con el Espíritu Santo. Su misión era propagar el conocimiento y el culto al Espíritu Santo, y por eso le pidió a su director espiritual hablar con el «sacerdote de Holanda» en varias ocasiones en que Janssen tuvo que viajar a Viena. El celo de Janssen por la devoción a la Santísima Trinidad se vio correspondido por esta amistad, que sirvió para incrementar su devoción al Espíritu Santo y transmitirla también a sus hijos. Con mucha prudencia en cuanto a dichas revelaciones privadas, y ateniéndose a la doctrina y juicio de la Iglesia, también dio a conocer en la revista de las misiones algo sobre la mística Ana Catalina Emmerich. Era sumamente respetuoso
con dichas manifestaciones y nunca se le oyó decir «cosas de mujeres» o algo parecido. Pero aun cuando la señora Leitner manifestase tener algún mensaje para Steyl se tomaba el tiempo y la prudencia de examinarlo, para no dejar nunca de lado la autoridad de los pastores de la Iglesia.
Antes de fundar las escuelas apostólicas ya había intuido la importancia de la ayuda femenina en las misiones. En China, por ejemplo, las religiosas no parecían, como sucedía con los misioneros, la intromisión de una potencia extranjera en su territorio para dominar o sacar ventajas económicas, sino que fácilmente se ganaban la simpatía y confianza. No acababa de ver claro su proyecto. Pero una conversación con Daniel Comboni, que tenía experiencia de la labor de las religiosas en África, le decidió a abrir una casa en el mismo Steyl en 1889 para las que se iban a llamar Misioneras. Siervas del Espíritu Santo.
Quedaría desdibujada una semblanza de Amoldo Janssen si se le viese simplemente como un hombre muy activo, emprendedor y celoso de la propagación de la fe por las misiones. Su vida estaba empapada de oración. Y así se lo trató de inculcar a sus hijos e hijas espirituales. Cada cuarto de hora interrumpía su trabajo infatigable para elevar su corazón al Señor y adorarle presente en su interior por la inhabitación. La primacía de la acción de Dios, que se esforzó en hacerlo vida a través de todas sus obras de celo misionero, queda manifiesta en la fundación de una tercera congregación, esta vez enteramente contemplativa, dedicada a la oración por las misiones, las Siervas del Espíritu Santo para la Adoración perpetua en 1896.
Las casas empezaron a propagarse con nuevas escuelas apostólicas en Alemania y Austria, e incluso en Roma, y también otro seminario mayor. Era una necesidad apremiante y de ahí también el éxito de la expansión. Al final de su vida pudo aprobar una nueva escuela en Estados Unidos.
Al crecer el número de sacerdotes —a los 15 años de fundación ya eran 70— pudo atender peticiones de envío de misioneros a China, Togo, Papua, Nueva Guinea, Japón y Estados Unidos.
Desde el inicio de la fundación tuvo como objetivo primordial, además de la predicación del Evangelio a los paganos, el preservar la fe en los países católicos con poco clero como sucedía en Hispanoamérica. En vida del fundador partieron misioneros a Argentina, Ecuador, Brasil y Chile. Y estaba dispuesto a enviar misioneros a Filipinas.
Después de tantos trabajos su salud estaba muy quebrantada. Sus 33 años al frente de la fundación habían sido un bombardeo constante de responsabilidades y problemas, que había que resolver sin poder aplazarlos. Y, a pesar de tantas consultas y correspondencia que atender, pasaba muchas horas arrodillado y sentado en la capilla, con la mirada dirigida fijamente al sagrario (durante la Navidad también al belén). Pocos días antes de morir repetía las palabras de la secuencia del Espíritu Santo: «Da perenne gaudium» (Danos el gozo eterno). Murió el 15 de enero de 1909.
El 19 de octubre de 1975 el papa Pablo VI en una ceremonia muy significativa dentro del Año Santo, para dar relieve al Día mundial de las Misiones lo declaraba Beato juntamente con el primer misionero enviado a China de su instituto, el padre José Freinademetz. Otros dos beatos misioneros fueron declarados tales el mismo día: Eugenio de Mazenod y M. Teresa Ledóchowska.
Canonizado el 5 de octubre de 2003 por el Papa Juan Pablo II.