Beato Pedro Bonilli

Por: Andrés de Sales Ferri Chulio | Fuente: Año Cristiano (2002)

Presbítero (+ 1935)

Nació el 14 de marzo de 1841 en San Lorenzo de Trevi (Perugia), siendo sus padres Sabatino Bonilli y María Allegretti, modestos labradores. En este momento histórico la Iglesia atravesaba en Italia un período dramático, pues dominaba en la sociedad el espíritu laicista y anticlerical y la crisis del Estado Pontificio era cada vez más patente. En estas circunstancias adversas surgió un renacimiento moral, espiritual y pastoral con nuevas congregaciones religiosas, que se acercaban a los marginados con fraterna caridad. El 17 de noviembre de 1844 fue confirmado.

Realizó sus estudios en el colegio Lucarini de Trevi, bajo la guía espiritual de don Ludovico Pieri, formador de jóvenes, que le animó a elegir el ministerio sacerdotal, infundiéndole, al mismo tiempo, una filial devoción a la Sagrada Familia, y fue, hasta su muerte, su director espiritual. Al término de los estudios eclesiásticos recibió el presbiterado de manos del obispo de Terni el 19 de diciembre de 1863, pues por problemas políticos el obispo de Spoleto se hallaba en esos momentos en la cárcel, encargándose de la parroquia de Cannaiola, donde por su extrema pobreza al no haber rentas nadie quería ir. Con gran ímpetu emprendió la reconstrucción del templo parroquial, imponiéndose grandes sacrificios, pues quería «hacer familia» y era necesario tener un hogar, la Casa de Dios, donde se reúnen y cobijan sus hijos.

Perteneció a los Misioneros de la Sagrada Familia, una asociación fundada por don Pieri, que reorganizó, convirtiéndose en su principal animador. Para promover la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret organizó un taller tipográfico en donde se imprimieron numerosos periódicos y libros, dando a conocer a los lectores los grandes ejemplos de esta Sagrada Familia, a fin de que pudieran admirarse y ponerse en práctica «como medio de restaurar la familia, base de la sociedad».

En 1872 reunió un grupo de sacerdotes a quienes encomendó la predicación evangélica en los pueblos de la comarca. Con gran visión histórica vivió en perfecta sintonía con la problemática de su tiempo, ofreciendo desde su amor a la Iglesia diversas respuestas a las carencias de la sociedad contemporánea. Fue «un hombre nuevo para un mundo más humano», sin dejar de tender a la perfección y alcanzar la santidad, perseverando en la vocación sacerdotal. Dio muestras de ejemplo admirable al estar dotado de agilidad intelectual, estabilidad de carácter y una voluntad tenaz, sobre todo durante la grave prueba de la ceguera que sobrellevó con profunda humildad. Desde 1922 su nuevo camino fue la enfermedad, asumida con el ejemplo de vivir confiado en la divina Providencia.

El 13 de mayo de 1888 profesaron las primeras religiosas del Instituto de Hermanas de la Sagrada Familia, fundadas por él, y al ser nombrado en 1898 canónigo penitenciario de la catedral de Spoleto se trasladaron a dicha ciudad, entregándose a la formación cristiana de niños, asistencia a los enfermos y ancianos. Esta Congregación nace como fruto de su experiencia pastoral en la campiña italiana, al comprobar las grandes carencias humanas y religiosas de sus habitantes, a quienes intenta socorrer, acercándoles el rostro amoroso de Dios como hijos queridos suyos. Para ello, el Padre Bonilli elaboró su espiritualidad acercándose a la «gente pobre» como párroco durante muchos años, según el misterio de amor que Jesús vivió en el humilde hogar de Nazaret, que sirve de ejemplo para cada creyente, aportando a la vida familiar el martirio cotidiano del amor a Dios y al prójimo. «Para mí —decía—, la Santa Familia significa civilización, progreso, fraternidad universal, paz, felicidad temporal y eterna».

La familia y la parroquia son los ejes del carisma y de la espiritualidad bonilliana, proponiendo a la Sagrada Familia como ejemplo de una sociedad diversa, de la cual procede la familia cristiana de hoy. El espíritu pastoral que lo animó siempre le sitúa en un lugar importante en el conjunto de grandes sacerdotes que en la segunda mitad del siglo XIX iluminaron el corazón de la Iglesia en Italia: Don Bosco, P. Cottolengo, Pallotti, Don Alberione, Calabria y Orione.

Fue un siervo fiel de la Iglesia, a la que amó y sirvió intensamente hasta su muerte, para «ser familia, dar familia, construir familia». Es sorprendente reconocer la actualidad eclesial y social de este mensaje, como el propio Juan Pablo II reconoció en la exhortación apostólica Familiaris consortio:

«La Iglesia reconoce que el bien de la sociedad y de sí misma está profundamente ligado al bien de la familia, siente en modo muy vivo la misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y sobre la familia» (n.3).

Y ésta fue la intuición del Beato Pedro Bonilli.

Durante 35 años permaneció en una parroquia situada en el territorio más deprimido de la diócesis de Spoleto, donde la formación religiosa y moral era singularmente pobre y humillante, aportando su voluntarioso empeño en educar el espíritu y formar el cuerpo, con el fin de conseguir devolverle a la familia su lugar natural en la sociedad de su tiempo. «La familia es escuela de amor, donde al crecer, los hijos aprenden a vivir según el evangelio tomando de los pobres la imagen del rostro amoroso de Dios, Padre y Pastor de todo hombre».

Alcanzó una dichosa ancianidad, falleciendo a los 94 años el 5 de enero de 1935. Durante tres días su cadáver permaneció en la catedral de Spoleto, debido a las muchedumbres que acudían a venerarlo. La causa de beatificación se abrió el año 1964, produciéndose el milagro reconocido para la beatificación el año siguiente. En junio de 1965 nació una niña, hija del matrimonio formado por Luciano Florentino y Augusta Abatelli, comenzando después del parto una grave hemorragia que no se podía controlar. La situación de gravedad de la madre alcanzó momentos extremadamente críticos, temiéndose un fatal desenlace. La religiosa asistente al parto en aquel doloroso momento colocó sobre el pecho de la moribunda una estampa del Siervo de Dios Don Pedro Bonilli, invitando a todos los presentes a rezar con gran fervor. Momentos después, con gran sorpresa del cirujano que había atendido a la mujer, ésta comenzó a hablar, recuperándose del colapso en menos de 60 minutos. La relación de la consulta sobre el caso clínico propuesto para la beatificación tuvo lugar el día 5 de noviembre de 1986.

El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 24 de abril de 1988.

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